domingo, 6 de mayo de 2012

Evangelio de los vampiros. La busqueda. Cap. IX

Cruzas mi Umbral libremente y por tu propia voluntad.
Aradia soy; sacerdotisa del primer Imperio que existió frente al estrecho al que llamaron Columnas de Hércules.
En Atlántida penetré por vez primera las Puertas que ahora se abren para ti.
Reina de las Brujas fui llamada, y aún lo soy; Y todo aquel que me desafía perece en el regazo de mi poder.
Fui yo quien acompañaba a Dissaor y Lamec a través de las regiones obscuras; vestida de negro lo hice; de negro mis ropajes y mi alma; y cuando Dissaor y Lamec me despojaron de ambos, recibí el conocimiento obscuro.
Soy bruja, Vampiro y No-muerto, y converso con las Criaturas de las Tinieblas, a las que me uniré pronto.
Desde lo alto de la montaña dirigí palabras de revelación a los Vampiros.
Cuando las aguas se retiraron, contemplé el arco iris con el que el Creador selló pacto con sus criaturas.
Lo he contemplado todo desde el Lado Obscuro del Tiempo.
He estudiado el Espejo de la Eternidad; conozco todas sus páginas; durante una breve eternidad poseí la Página de la Ruptura y la Página del Fin de los Tiempos.
Aguardé sin buscar y la sabiduría vino a mí.
A ti, Que Buscas, no te recibo por amor, sino por orden, y no por ti, sino por tu Guía No-muerto, al que yo conozco.
Tiembla ante mí, Criatura de la Noche, pues las Criaturas de las Tinieblas permitieron que penetraras Aradia para vislumbrar tan sólo una parte de nuestra gloria.
Criatura de la Noche, ser Vampiro no implica sueños de poder o juventud sin final; estas son las metas de los mediocres.
Ser Vampiro implica ser Heredero de las Tinieblas; y si comprendieras la magnitud de mi afirmación, me rogarías ahora mismo salir de aquí.
Mas si permaneces, y reconozco tu valentía.
Entonces voy a revelarte únicamente lo que debes saber; más eso te acarrearía locura; como fue para otros;
Que hoy me sirven; a quienes guardo prisioneros en la profundidad de mi ser.
Describiré para ti esta región de Aradia, mas desde ahora te digo que nada existe, sino lo que aún existe.
Aradia es un enorme valle estéril donde flotan vapores azulados, producto de los cadáveres enterrados en mi alma.
No existe sol, ni estrellas, ni luz alguna; sólo una masa viscosa y rojiza que conforma mi corazón.
Esta masa sirve de fondo al valle.
De los cadáveres brotan troncos como de árbol, mas no son vegetales, sino semihumanos; los troncos que nacen de lo profundo de mi alma suben retorciéndose, extendiendo sus manos hacia el cielo rojizo de mi corazón.
El murmullo de los mismos se elevan por todas partes: son los suspiros de los malditos.
Un sendero lleva a una cueva donde se establece mi trono.
Y a ambos lados del sendero hay ángeles empalados; tomé sus naturalezas de luz, y ahora la luz que resplandece en ellos es la de los vapores pestilentes.
Tomé sus energías, las pervertí, y los hice humanos.
Ahora conocen el sufrimiento; mas respeté sus naturalezas inmortales.
Yo enseño a los No-muertos a torturar a los ángeles depredadores.
En mi cueva, la obscuridad es tan densa que puede tocarse.
Y te acaricia, entra por tus fosas nasales; se inserta en tu espíritu como las espinas del rosal de la luz.
Mas este rosal nada tiene de hermoso, pues sus espinas son las uñas de mis víctimas.
Visto de negro en el cuerpo y el alma;
Mi pecho se alza orgulloso, de él se derrama la leche del conocimiento obscuro.
Mis hijos caminan por el sendero opuesto; en el Lado Obscuro.
Danzan conmigo en las Tinieblas, nos embriagamos de conocimiento.
Ven y bebe de mí: soy Aradia, sacerdotisa del Primer Imperio

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