sábado, 11 de junio de 2016

Muspelheim

Este mundo es el reino del fuego, es el hogar de los gigantes de fuego, Surt es el gigante mas poderoso.
Este mundo es el mas elevado de todos los reinos, situado por encima de Asgard. Mas al norte se encuentra Niflheim, el reino del hielo.
La creación se inicia con el contacto del fuego y el hielo en el vacío del principio de los tiempos llamado Ginnungagap, así se crea el agua.
De las chispas que produce Muspelheim nacen los objetos brillantes del cielo nocturno, los planetas, los cometas y las estrellas.

En el Ragnarok, el cielo se abrirá y Surt saldrá de Muspelheim seguido por su ejercito de gigantes, dirigiéndose a Asgard y destruyendo Bifrost.

Asgard

Es el mundo de los dioses Aesir, está gobernado por Odín y Frigg. Es la tierra mas fértil de todos los mundos, tiene gran abundancia de oro y joyas, y sus pobladores, los Aesir sobresalían de entre todos los demás por su belleza, fuerza y talento.
Este mundo está protegido por una muralla que lo rodea, aunque está incompleta, se cree que la levantó un Jotun propietario de Svadilfari, un caballo semental que engendró a Sleipnir, el caballo de ocho patas de Odín.
Es dentro de Asgard donde se encuentra el Valhalla.
La muralla fue destruida tras la guerra contra los Vanir, quedando así Asgard vulnerable al ataque de los gigantes. Por tal motivo, los Aesir contrataron los servicios del Jotun que la reparó en un tiempo corto.
De ser así de rápida la construcción, los dioses influidos por Loki aceptaron ceder en pago por su trabajo al sol, a la luna y a la diosa Freyja.
El Jotun propietario de Svadilfari transportó en un instante una cantidad increíble de rocas gracias a la velocidad del caballo, de forma que, pocos días antes del plazo pactado, la construcción se acercaba a la perfección.
Los dioses que aceptaron el trato porque creyeron que el Jotun no seria capaz de cumplirlo, sintieron miedo, y se les ocurrió crear una yegua, que de hecho era el dios Loki disfrazado, y la pusieron en el camino de Svadilfari, éste abandonó su trabajo para perseguirla, de tal forma que el Jotun no pudo cumplir el plazo pactado. Enfurecido por la derrota, el Jotun quiso derrotar a los dioses, pero Thor lo eliminó.
Dentro de Asgard hay un templo para los dioses y otro para las diosas.

Después del Ragnarok, Asgard se volverá a levantar del mar, mas hermosa que antes, y donde antes se erigía este mundo, los Aesir se unirán de nuevo tras salir de Helheim.

Alfheim

Es uno de los nueve mundos, éste es el de los elfos de luz, el de los elfos oscuros es Svartálfaheim, en el interior de las montañas.
Los elfos de luz son parientes de los elfos oscuros, pero tienen diferentes objetivos.

domingo, 8 de mayo de 2016

Vanaheim

Es el mundo donde residen los Dioses Vanir (las familias de dioses son los Vanir y los Aesir).
Heim significa hogar, por lo que Vanaheim podría traducirse como hogar de los Vanir.
Los Dioses Vanir son maestros en magia, brujería y predicción del futuro, tras la guerra entre Vanir y Aesir, tres de los Vanir fueron enviados a vivir a Asgard, ellos fueron Frigga, su hermano Frey y el padre de ambos Njord.
Frigga es la que mejor domina la brujería y ella fue la encargada de enseñar a Odín todos los secretos de la magia.

lunes, 2 de mayo de 2016

Midgard

Es el mundo de los humanos, fue creado por Odín, Vili y Ve después del combte con Ymir el gigante, el nombre de Midgard deriva de medio y asentamiento rural, de tal forma Midgard representa la tierra de los hombres y su término común de “tierra del medio”.
Tras la batalla con el gigante Ymir en la que le derrotaron, Odín, Vili y Ve llevaron su cadáver a un gran abismo para comenzar la creación de un mundo habitable, de tal forma, con su piel crearon la tierra, con su sangre crearon los océanos, con sus huesos crearon las rocas y las montañas, con su vello crearon la vegetación, con sus dientes crearon los acantilados y allí pusieron sus cejas para crear una frontera con el mar.
Para terminar su creación, los Dioses cerraron este mundo con la bóveda craneal del gigante, encargando su sujeción a cuatro enanos, estos eran Noröri, Suöri, Austri y Vestir, que a la vez simbolizaban los cuatro puntos cardinales.
Al crear con el cráneo la bóveda celeste, los sesos se esparcieron por el aire creando las nubes.
Después de todo, este mundo aun estaba oscuro, por lo que los Dioses decidieron ir a Muspelheim a robar las centellas de la espada de Surtr, con las dos mas grandes crearon el sol y la luna y con las demás las estrellas.
El sol y la luna fueron colocados en dos carros que giraban sin para sobre Midgard, turnándose entre ellos, para de esta forma crear el día y la noche. Para que este giro de los carros fuese perpetuo, los Dioses hicieron que los lobos Sköll y Hati las persiguieran, tratando de alcanzarlas sin conseguirlo, salvo en algunas ocasiones, que es cuando se producen los eclipses. Los dos lobos representan la repulsión y el odio.
El carro del sol va tirado por un caballo blanco llamado Skin que con su galope produce la luz brillante del día, el carro de la luna va tirado por un caballo negro llamado RMI, y a su paso produce el rocío y la escarcha.
Al acabar este trabajo, los Dioses añadieron el invierno y el verano y así quedo el mundo listo para recibir a sus primeros habitantes humanos.

domingo, 1 de mayo de 2016

Jötunheim

Es es mundo de los gigantes de roca y de los gigantes de hielo. Es un lugar redondo y abarca el mar azul. A los largo de las riberas externas del océano Odín, Vili y Vé otorgaron estas tierras a los gigantes, es un lugar de grandes bosques y ríos caudalosos, cavernas, montañas y enormes distancias.
Desde Jötunheim, los gigantes amenazan a los humanos que viven en Midgard y a los dioses que viven en Asgard, de los que les separa el río iving.
La ciudad mas importante de Jötunheim es Utgard, rodeada de hielo y nieve y fundada por el gigante Narvi, otras ciudades son Gastropnir, hogar de Menglad y Prymheim, hogar de Pjazi y Skaöi, esposa de Njörör.
Jötunheim está gobernado por el rey rymr.
Glaesisvellir es el lugar dentro de Jötunheim donde vive el gigante Gudmund, padre de Höfund.

jueves, 21 de abril de 2016

Niflheim

Es el reino de la oscuridad y las tinieblas, rodeado eternamente por una gran niebla, en este mundo habita el dragón Niohöggr que de forma continuada y sin descanso roe las raíces de Yggdrasil.
Cuando acabe el Ragnarok, Niohöggr atormentará a las almas que queden en el mundo.
Miflheim es materia fría, mientras que Muspelheim es materia caliente, del choque de ambas nació el mundo llamado Ginnungagap.

En la parte mas oscura y tenebrosa de Niflheim se encuentra Helheim, el reino de la diosa Hela y su perro Garm.

viernes, 15 de abril de 2016

Valknut

Llamado también nudo de la muerte, corazón de los caídos o corazón de Hrungnir, este símbolo está compuesto por tres triángulos entrelazados y aparece grabado en muchos objetos del paganismo nórdico.
En ocasiones a sido comparado con Odrerir, el símbolo nórdico de los tres cuernos que fue descubierto en una piedra rúnica de la era vikinga de Snoldelev, en Dinamarca, del siglo IX.
Para algunos, los nueve ángulos del valknut representa los nueve mundos de la mitología vikinga, y cada triángulo vincula los mundos, el primer triángulo une Asgard, Vanaheim y Jötunheim, el segundo triángulo a Alfheim, Svartálfaheim y Midgard y el tercer triángulo a Muspelheim, Niflheim y Helheim.
El valknut es un símbolo cercano a Odín, y suele aparecer en diversas piedras rúnicas Odín con Sleipnir, su caballo.
A veces también simboliza el poder de atar y desatar, según recogen algunas sagas y poemas y Odín tenía el poder de bloquear la mente de los hombres.
Los que mostraban el valknut públicamente estaban dispuestos a morir violentamente por Odín invocando su deseo de entrar en el Valhalla.
Otra creencia es que se usaba en ceremonias religiosas relacionadas con la muerte.

domingo, 10 de abril de 2016

Svartálfaheim

Es uno de los nueve mundos de la mitolgía nórdica, en concreto el mundo de los elfos oscuros.
Es un mundo subterráneo situado entre la parte baja de Midgard y la parte alta de Helheim, la definición de sus habitantes, elfos oscuros, se refiere al color del cabello, no de la piel, también eran llamados svartalfar, enanos nórdicos o dvergar, y eran todo lo contrario a los elfos de la luz.
Asociados a las piedras, el mundo subterráneo, la muerte, la suerte, la magia, la tecnología y la forja, residen bajo tierra y son espíritus ancestrales que protegen a la gente, pero cuando se les trata de forma grosera o inapropiada pueden ser peligrosos y amenazadores, normalmente se apartan de la luz, pero no necesariamente permanecen en el mundo subterráneo, ya que pueden salir al exterior en algunas ocasiones.
Tienen el mismo aspecto que los humanos, son grandes artífices, inteligentes y trabajadores, son los creadores entre otras muchas cosas de Mjollnir el martillo de Thor, Gungnir la lanza de Odín, Draupnir el anillo mágico, el barco Skíoblaonir, Brisingamen el collar de Freyja y el jabalí dorado de Freyr.

sábado, 2 de abril de 2016

Helheim

Helheim es el reino de la muerte, también conocido como Hel, está localizado en la parte más oscura y lúgubre de Niflheim, y es uno de los nueve mundos de Yggdrasil.
En este mundo nunca brilla el sol.
Su Diosa es Hela, hija de Loki, la entrada a este mundo es un puente que protege y custodian el perro Garm, y el gigante devorador de cadáveres Hraesvelg.
Al cruzar el puente, lo primero que se ve es Järnvidr, el bosque de hierro, protegido por la gigante Angrboda, madre de Hela, está formado por enormes árboles de hojas de acero afiladas, difícil de cruzar, pero si se consigue, se llega hasta las puertas de Helheim, la única forma de atravesarlas es apaciguar al perro Garm haciéndole una ofrenda con un pastel de Hel.
En ocasiones Helheim y Niflheim suelen ser confundidos como un único mundo, no siendo así, ya que Niflheim es el mundo o reino de la oscuridad, el frío y el hielo, y aunque en éste mundo también hay muerte y perdición, el verdadero mundo de ellas es Helheim.
A éste mundo llegan los muertos por enfermedad o vejez o los que han transgredido las leyes tanto de los Dioses como de los mortales, y una vez se entra ni tan siquiera los Dioses pueden volver a salir, al ser totalmente imposible atravesar el gélido río Gjöll que lo rodea de forma interminable (Sólo los guerreros caídos en combate van al Valhalla).
La playa de los cadáveres, llamada Nastrand, Naströnd o Nastrandir, es una sala en el interior de Helheim en la que acaban las almas de los asesinos, los mentirosos, los perjuros y los viles.
Las paredes del lugar están cubiertas por grandes serpientes que escupen veneno sin cesar, fluyendo éste en ríos torrenciales por todo el lugar, inundándolo de vapores venenosos y corrosivos sobre los descompuestos cuerpos.  


martes, 22 de marzo de 2016

Yggdrasil

En la mitología nórdica, Yggdrasil es el árbol de la vida, un fresno perenne, sus ramas y raíces mantienen unidos los nueve mundos : Asgard, Midgard, Helheim, Niflheim, Muspellheim, Svartalfheim, alfheim, Vanaheim y Jötumheim.
De la raiz nace la fuente que llena el pozo del conocimiento que custodia Mímir.
En la base de Yggdrasil se encuentra el dios Heimdall, encargado de protegerle de los ataques del dragón Niohöggr y la una multitud de gusanos que intentan corroer sus raíces y derrotar a los dioses.
Para su misión, Heimdall, cuenta con la ayuda de las nornas que lo riegan con el agua del pozo de Urd.
Un puente une Yggdrasil con la casa de los dioses, es el arco iris Bifröst, el que todos los dioses cruzan para entrar en Midgard.
Yggdrasil rebosa miel, y en él se refugia un águila sin nombre que entre sus ojos tiene al halcón Veorfölnir, también se refugia en Yggdrasil la ardilla Ratatösk, el dragón Niohöggr y los cuatro ciervos Dainn, Dvalinn, Duneyrr y Duraprór.
Las nornas tienen su hogar cerca de las raíces.
Una de las imágenes que representa Yggdrasil es la de Odín subiendo y bajando por el tronco y las ramas del arbol cabalgando sobre su caballo, otra imagen es la de Odín ahorcado durante nueve días para obtener conocimiento, también Odín recorrió los nueve mundos  para obtener el secreto de las runas.
Yggdrasil está dividido en tres partes : Niflheim (raíz), Midgard (tronco) y Asgard (copa), representan el ciclo de nacimiento, vida y muerte que sienten las nornas.
Las raíces también son tres, la primera llega a la fuente de Hvergelmir, la segunda a la fuente de Mimir y  la tercera  a la casa de las Nornas.
Los mundos son en orden ascendente :
Helheim, el reino de los muertos
Svartálfheim, el reino de los elfos oscuros
Niflheim, el reino de las nieblas y el terror
Jötunheim, el reino de los gigantes
Midgard, el reino de los hombres, también llamado Mannaheim
Vanaheim, el reino de los Vanir, dioses de la naturaleza y la fertilidad
Alfheim, el reino de los elfos de la luz, también llamado Ljusalfheim
Asgard, el reino de los dioses Aesir
Muspelheim, el mundo de fuego donde  se encuentra Ginnungagap

domingo, 13 de marzo de 2016

La rosa de pasión (Gustavo Adolfo Becquer)

Una tarde de verano, y en un jardín de Toledo, me refirió esta singular historia una muchacha muy buena y muy bonita.
Mientras me explicaba el misterio de su forma especial, besaba las hojas y los pistilos que iba arrancando uno a uno de la flor que da a su nombre esta leyenda.
Si yo la pudiera referir con el suave encanto y la tierna sencillez que tenía en su boca, os conmovería como a mí me conmovió la historia de la infeliz Sara.
Ya que esto no es posible, ahí va lo que de esa tradición se me acuerda en este instante.
I.
En una de las callejas más oscuras y tortuosas de la ciudad imperial, empotrada y casi escondida entre la alta torre morisca de una antigua parroquia muzárabe y los sombríos y blasonados muros de una casa solariega, tenía hace muchos años su habitación raquítica, tenebrosa y miserable como su dueño, un judío llamado Daniel Leví.
Era este judío rencoroso y vengativo como todos los de su raza, pero más que ninguno engañador e hipócrita. Dueño, según los rumores del vulgo, de una inmensa fortuna, veíasele, no obstante, todo el día acurrucado en el sombrío portal de su vivienda, componiendo y aderezando cadenillas de metal, cintos viejos o guarniciones rotas, con las que traía un gran tráfico entre los truhanes del Zocodover las revendedoras del Postigo y los escuderos pobres.
Aborrecedor implacable de los cristianos y de cuanto a ellos pudiera pertenecer, jamás pasó junto a un caballero principal o un canónigo de la primada sin quitarse una y hasta diez veces el mugriento bonetillo que cubría su cabeza calva y amarillenta, ni acogió en su tenducho a uno de sus habituales parroquianos sin agobiarle a fuerza de humildes salutaciones acompañadas de aduladoras sonrisas.
La sonrisa de Daniel había llegado a hacerse proverbial en toda Toledo, y su mansedumbre a prueba de las jugarretas más pesadas y las burlas y rechiflas de sus vecinos, no conocía límites.
Inútilmente los muchachos, para desesperarte, tiraban piedras a su tugurio; en vano los pajecillos y hasta los hombres de armas del próximo palacio pretendían aburrirle con los nombres más injuriosos o las viejas devotas de la feligresía se santiguaban al pasar por el dintel de su puerta como si viesen al mismo Lucifer en persona. Daniel sonreía eternamente con una sonrisa extraña e indescriptible. Sus labios delgados y hundidos se dilataban a la sombra de su nariz desmesurada y corva como el pico de un aguilucho; y aunque de sus ojos pequeños, verdes, redondos y casi ocultos entre las espesas cejas brotaba una chispa de mal reprimida cólera, seguía impasible golpeando con su martillito de hierro el yunque donde aderezaba las mil baratijas mohosas y, al parecer, sin aplicación alguna de que se componía su tráfico.
Sobre la puerta de la casucha del judío y dentro de un marco de azulejos de vivos colores, se abría un ajimez árabe, resto de las antiguas construcciones de los moros toledanos. Alrededor de las caladas franjas del ajimez, y enredándose por la columnilla de mármol que lo partía en dos huecos iguales, subía desde el interior de la vivienda una de esas plantas trepadoras que se mecen verdes y llenas de savia y lozanía sobre los ennegrecidos muros de los edificios ruinosos.
En la parte de la casa que recibía una dudosa luz por los estrechos vanos de aquel ajimez, único abierto en el musgoso y grieteado paredón de la calleja, habitaba Sara, la hija predilecta de Daniel.
Cuando los vecinos del barrio pasaban por delante de la tienda del judío y veían por casualidad a Sara tras de las celosías de su ajimez morisco y a Daniel acurrucado junto a su yunque, exclamaban en alta voz admirados de las perfecciones de la hebrea: -¡Parece mentira que tan ruin tronco haya dado de sí tan hermoso vástago!
Porque, en efecto, Sara era un prodigio de belleza. Tenía los ojos grandes y rodeados de un sombrío cerco de pestañas negras, en cuyo fondo brillaba el punto de luz de su ardiente pupila, como una estrella en el ciclo de una noche oscura. Sus labios, encendidos y rojos, parecían recortados hábilmente de un paño de púrpura por las invisibles manos de una hada. Su tez blanca, pálida y transparente como el alabastro de la estatua de un sepulcro. Contaba apenas diez y seis años, y ya se veía grabada en su rostro esa dulce tristeza de las inteligencias precoces y ya hinchaban su seno y se escapaban de su boca esos suspiros que anuncian el vago despertar del deseo.
Los judíos más poderosos de la ciudad, prendados de su maravillosa hermosura, la habían solicitado para esposa; pero la hebrea, insensible a los homenajes de sus adoradores y a los consejos de su padre, que la instaba para que eligiese un compañero antes de quedar sola en el mundo, se mantenía encerrada en un profundo silencio, sin dar más razón de su extraña conducta que el capricho de permanecer libre. Al fin un día, cansado de sufrir los desdenes de Sara y sospechando que su eterna tristeza era indicio cierto de que su corazón abrigaba algún secreto importante, uno de sus adoradores se acercó a Daniel y le dijo:
-¿Sabes, Daniel, que entre nuestros hermanos se murmura de tu hija?
El judío levantó un instante los ojos de su yunque, suspendió su continuo martilleo y, sin mostrar la menor emoción, preguntó a su interpelante:
-¿Y qué dicen de ella?
-Dicen -prosiguió su interlocutor-, dicen... qué sé yo... muchas cosas... Entre otras, que tu hija está enamorada de un cristiano...-Al llegar a este punto, el desdeñado amante de Sara se detuvo para ver el efecto que sus palabras hacían en Daniel.
Daniel levantó de nuevo sus ojos, le miró un rato fijamente sin decir palabra, y bajando otra vez la vista para seguir su interrumpida tarea, exclamó:
-¿Y quien dice que eso no es una calumnia?
-Quien los ha visto conversar más de una vez en esta misma calle, mientras tú asistes al oculto sanedrín de nuestros rabinos -insistió el joven hebreo admirado de que sus sospechas primero y después sus afirmaciones no hiciesen mella en el ánimo de Daniel.
Éste, sin abandonar su ocupación, fija la mirada en el yunque, sobre el que después de dejar a un lado el martillo se ocupaba en bruñir el broche de metal de una guarnición con una pequeña lima, comenzó a hablar en voz baja y entrecortada, como si maquinalmente fuese repitiendo su labio las ideas que cruzaban por su mente.
-¡Je! ¡je! ¡je! -decía riéndose de una manera extraña y diabólica-. ¿Conque a mi Sara, al orgullo de la tribu, el báculo en que se apoya mi vejez, piensa arrebatármela un perro cristiano?... ¿Y vosotros creéis que lo hará? ¡Je! ¡je! -continuaba siempre hablando para sí y siempre riéndose, mientras la lima chirriaba cada vez con más fuerza, mordiendo el metal con sus dientes de acero-. ¡Je! ¡Je! Pobre Daniel, dirán los míos, ¡ya chochea! ¿Para qué quiere ese viejo moribundo y decrépito esa hija tan hermosa y tan joven, si no sabe guardarla de los codiciosos ojos de nuestros enemigos?... ¡Je! ¡je! ¡je! ¿Crees tú por ventura que Daniel duerme? ¿Crees tú por ventura que si mi hija tiene un amante... que bien puede ser, y ese amante es cristiano y procura seducirla, y la seduce, que todo es posible, y proyecta huir con ella, que también es fácil, y huye mañana, por ejemplo, lo cual cabe dentro de lo humano, crees tú que Daniel se dejará así arrebatar su tesoro, crees tú que no sabrá vengarse?
-Pero -exclamó interrumpiéndole el joven-, ¿sabéis acaso?...
-Sé -dijo Daniel levantándose y dándole un golpecito en la espalda-, sé más que tú, que nada sabes ni nada sabrías si no hubiese llegado la hora de decirlo todo... Adiós; avisa a nuestros hermanos para que cuanto antes se reúnan. Esta noche, dentro de una o dos horas, yo estaré con ellos. ¡Adiós!
Y esto diciendo, Daniel empujó suavemente a su interlocutor hacia la calle, recogió sus trabajos muy despacio y comenzó a cerrar con dobles cerrojos y aldabas la puerta de la tiendecilla.
El ruido que produjo ésta al encajarse rechinando sobre sus premiosos goznes, impidió al que se alejaba oír el rumor de las celosías del ajimez que en aquel punto cayeron de golpe, como si la judía acabara de retirarse de su alféizar.
II.
Era noche de Viernes Santo, y los habitantes de Toledo, después de haber asistido a las tinieblas en su magnífica catedral, acababan de entregarse al sueño, o referían al amor de la lumbre consejas parecidas a la del Cristo de la Luz, que robado por unos judíos, dejó un rastro de sangre por el cual se descubrió el crimen, o la historia del Santo Niño de la Guarda, en quien los implacables enemigos de nuestra fe renovaron la cruel Pasión de Jesús. Reinaba en la ciudad un silencio profundo: interrumpido a intervalos, ya por las lejanas voces de los guardias nocturnos que en aquella época velaban en derredor del alcázar, ya por los gemidos del viento que hacía girar las veletas de las torres o zumbaba entre las torcidas revueltas de las calles, cuando el dueño de un barquichuelo que se mecía amarrado a un poste cerca de los molinos, que parecen como incrustados al pie de las rocas que baña el Tajo y sobre las que se asienta la ciudad, vio aproximarse a la orilla, bajando trabajosamente por uno de los estrechos senderos que desde lo alto de los muros conducen al río, a una persona a quien al parecer aguardaba con impaciencia.
-¡Ella es! -murmuró entre dientes el barquero-. ¡No parece sino que esta noche anda revuelta toda esa endiablada raza de judíos!... ¿Dónde diantres se tendrán dada cita con Satanás, qué todos acuden a mi barca teniendo tan cerca el puente?... No, no irán a nada bueno, cuando así evitan toparse de manos a boca con los hombres de armas de San Servando...; pero, en fin, ello es que me dan buenos dineros a ganar, y a su alma su palma, que yo en nada entro ni salgo.
Esto diciendo el buen hombre, sentándose en su barca aparejó los remos, y cuando Sara, que no era otra la persona a quien al parecer había aguardado hasta entonces, hubo saltado al barquichuelo, soltó la amarra que lo sujetaba y comenzó a bogar en dirección a la orilla opuesta.
-¿Cuántos han pasado esta noche? -preguntó Sara al barquero apenas se hubieron alejado de los molinos y como refiriéndose a algo de que ya habían tratado anteriormente.
-Ni los he podido contar -respondió el interpelado-; ¡un enjambre! Parece que esta noche será la última que se reúnen.
-¿Y sabes de qué tratan y con qué objeto abandonan la ciudad a estas horas?
-Lo ignoro...; pero ello es que aguardan a alguien que debe de llegar esta noche... Yo no sé para qué le aguardarán, aunque presumo que para nada bueno.
Después de este breve diálogo, Sara se mantuvo algunos instantes sumida en un profundo silencio y como tratando de coordinar sus ideas. -No hay duda -pensaba entre sí-; mi padre ha sorprendido nuestro amor y prepara alguna venganza horrible. Es preciso que yo sepa adónde van, qué hacen, qué intentan. Un momento de vacilación podría perderle.
Cuando Sara se puso un instante de pie, y como para alejar las horribles dudas que la preocupaban se pasó la mano por la frente, que la angustia había cubierto de un sudor glacial, la barca tocaba a la orilla opuesta.
-Buen hombre -exclamó la hermosa hebrea arrojando algunas monedas a su conductor y señalando un camino estrecho y tortuoso que subía serpenteando por entre las rocas-, ¿es ese el camino que siguen?
-Ese es, y cuando llegan a la Cabeza del Moro desaparecen por la izquierda. Después el diablo y ellos sabrán adónde se dirigen -respondió el barquero.
Sara se alejó en la dirección que éste le había indicado. Durante algunos minutos se le vio aparecer y desaparecer alternativamente entre aquel oscuro laberinto de rocas oscuras y cortadas a pico: después, y cuando hubo llegado a la cima llamada la Cabeza del Moro, su negra silueta se dibujó un instante sobre el fondo azul del cielo, y por último desapareció entre las sombras de la noche.
III.
Siguiendo el camino donde hoy se encuentra la pintoresca ermita de la Virgen del Valle, y como a dos tiros de ballesta del picacho que el vulgo conoce en Toledo por la Cabeza del Moro, existían, aún en aquella época los ruinosos restos de una iglesia bizantina, anterior a la conquista de los árabes.
En el atrio que dibujaban algunos pedruscos diseminados por el suelo, crecían zarzales y hierbas parásitas, entre los que yacían medio ocultos, ya el destrozado capitel de una columna, ya un sillar groseramente esculpido con hojas entrelazadas, endriagos horribles y grotescos, e informes figuras humanas. Del templo sólo quedaban en pie los muros laterales y algunos arcos rotos y cubiertos de hiedra.
Sara, a quien parecía guiar un sobrenatural presentimiento, al llegar al punto que le había señalado su conductor, vaciló algunos instantes, indecisa acerca del camino que debía seguir; pero, por último, se dirigió con paso firme y resuelto hacia las abandonadas ruinas de la iglesia.
En efecto, su instinto no la había engañado. Daniel, que ya no sonreía. Daniel, que no era ya el viejo débil y humilde, sino que antes bien, despidiendo cólera de sus pequeños y redondos ojos, parecía animado del espíritu de la venganza, rodeado de una multitud como él, ávida de saciar su sed de odio en uno de los enemigos de su religión, estaba allí y parecía multiplicarse dando órdenes a los unos, animando en el trabajo a los otros, disponiendo, en fin, con una horrible solicitud los aprestos necesarios para la consumación de la espantosa obra que había estado meditando días y días mientras golpeaba impasible el yunque en su covacha de Toledo.
Sara, que a favor de la oscuridad había logrado llegar hasta el atrio de la iglesia, tuvo que hacer un esfuerzo para no arrojar un grito de horror al penetrar en su interior con la mirada. Al rojizo resplandor de una fogata que proyectaba la forma de aquel círculo infernal en los muros del templo, había creído ver que algunos hacían esfuerzos por levantar en alto una pesada cruz, mientras otros tejían una corona con las ramas de los zarzales o aplastaban sobre una piedra las puntas de los enormes clavos de hierro. Una idea espantosa cruzó por su mente; recordó que a los de su raza los habían acusado más de una vez de misteriosos crímenes; recordó vagamente la aterradora historia del Niño Crucificado, que ella hasta entonces había creído una grosera calumnia, inventada por el vulgo para apostrofar y zaherir a los hebreos.
Pero ya no le cabía duda alguna; allí, delante de sus ojos, estaban aquellos horribles instrumentos de martirio, y los feroces verdugos sólo aguardaban la víctima.
Sara, llena de una santa indignación, rebosando en generosa ira y animada de esa fe inquebrantable en el verdadero Dios que su amante le había revelado, no pudo contenerse a la vista de aquel espectáculo, y rompiendo por entre la maleza que la ocultaba, presentóse de improviso en el dintel del templo.
Al verla aparecer, los judíos arrojaron un grito de sorpresa; y Daniel, dando un paso hacia su hija en ademán amenazante, le preguntó con voz ronca: -¿Qué buscas aquí, desdichada?
-Vengo a arrojar sobre vuestras frentes -dijo Sara con voz firme y resuelta- todo el baldón de vuestra infame obra, y vengo a deciros que en vano esperáis la víctima para el sacrificio, si ya no es que intentáis cebar en mí vuestra sed de sangre; porque el cristiano a quien aguardáis no vendrá, porque yo le he prevenido de vuestras asechanzas.
-¡Sara! -exclamó el judío rugiendo de cólera-, Sara, eso no es verdad; tú no puedes habernos hecho traición hasta el punto de revelar nuestros misteriosos ritos; y si es verdad que los has revelado, tú no eres mi hija...
-No; ya no lo soy: he encontrado otro padre, un padre todo amor para los suyos, un padre a quien vosotros enclavasteis en una afrentosa cruz, y que murió en ella por redimirnos, abriéndonos para una eternidad las puertas del cielo. No; ya no soy vuestra hija, porque soy cristiana y me avergüenzo de mi origen.
Al oír estas palabras, pronunciadas con esa enérgica entereza que sólo pone el cielo en boca de los mártires, Daniel, ciego de furor, se arrojó sobre la hermosa hebrea, y derribándola en tierra y asiéndola por los cabellos, la arrastró como poseído de un espíritu infernal hasta el pie de la Cruz, que parecía abrir sus descarnados brazos para recibirla, exclamando al dirigirse a los que les rodeaban:
-Ahí os la entrego; haced vosotros justicia de esa infame, que ha vendido su honra, su religión y a sus hermanos.
IV.
Al día siguiente, cuando las campanas de la catedral atronaban los aires tocando a gloria, y los honrados vecinos de Toledo se entretenían en tirar ballestazos a los judas de paja, ni más ni menos que como todavía lo hacen en algunas de nuestras poblaciones, Daniel abrió la puerta de su tenducho, como tenía de costumbre, y con su eterna sonrisa en los labios comenzó a saludar a los que pasaban, sin dejar por eso de golpear en el yunque con su martillito de hierro; pero las celosías del morisco ajimez de Sara no volvieron a abrirse, ni nadie vio más a la hermosa hebrea recostada en su alféizar de azulejos de colores.
Cuentan que algunos años después un pastor trajo al arzobispo una flor hasta entonces nunca vista, en la cual se veían figurados todos los atributos del martirio del Salvador; flor extraña y misteriosa que había crecido y enredado sus tallos por entre los ruinosos muros de la derruida iglesia.
Cavando en aquel lugar y tratando de inquirir el origen de aquella maravilla, añaden que se hallo el esqueleto de una mujer, y enterrados con ella otros tantos atributos divinos como la flor tenía.
El cadáver, aunque nunca se pudo averiguar de quién era, se conservó por largos años con veneración especial en la ermita de San Pedro el Verde, y la flor, que hoy se ha hecho bastante común, se llama Rosa de Pasión.

sábado, 12 de marzo de 2016

Hugin y Munin

En la mitología nórdica Hugin y Munin, son un par de cuervos asociados al dios Odín. 
Hugin y Munin viajaban alrededor del mundo desde el amanecer hasta el atardecer recogiendo noticias e información para Odín.
Hugin es el pensamiento y Munin es la memoria.
A su regreso se posaban en los hombros de Odín para susurrarle a los oídos todas las noticias.
Es debido a estos cuervos que el Kenningar "dios cuervo" se utilizara para referirse a Odín. 


domingo, 28 de febrero de 2016

Número nueve en la mitología nórdica

Artefactos, personajes, hechos y deidades relacionados con el número nueve:
Nueve días y noches Odín se sacrificó a sí mismo, colgándose hacia abajo en una horca de Yggdrasil. A cambio recibiría sabiduría del pozo de Urd, 18 (dos veces nueve) hechizos o runas.
Nueve son los mundos en la cosmología nórdica, sustentados por las ramas de Yggdrasil: Helheim, Svartálfaheim, Niflheim, Jötunheim, Midgard, Vanaheim, Alfheim, Asgard y Muspelheim.
Nueve son los reinos celestiales mencionados en Skáldskaparmál de Snorri: Vindblain (también Heidthornir o Hregg-Mimir), Andlang, Viöbláinn, Vidfedmir, Hrjod, Hlyrnir, Gimir, Vet-Mimir y Skatyrnir que "permanece a lo más alto por encima de las nubes, más allá de todos los mundos."
Cada nueve años, los suecos se reunían en el templo de Uppsala y durante nueve días festejaban y sacrificaban seres humanos y bestias.
Nueve días se vio obligado Freyr a esperar consumar su unión con Gerd en Skírnismál.
Nueve hechizos comparte Gróa con su hijo Svipdag en Svipdagsmál.
Nueve doncellas acompañan a Manglod en su cautiverio en Svipdagsmál.
El pecho de Laegjarn está atado con nueve cierres, según Fjölsvinnsmál.
Nueve pasos retrocede Thor antes de caer moribundo y envenenado, al matar a Jörmungandr que le escupió durante el Ragnarök.
Nueve tipos diferente de madera se usan para encender la llama de blót, según el poema  trollkyrka.
Nueve son los anillos que son liberados cada nueve noches, uno de ellos Draupnir.
Nueve días permanence Odín (disfrazado de Grímnir), en el poema Grímnismál, prisionero del rey Geirröd. Al noveno día mata al monarca tras revelar su identidad.
Nueve son las hijas de Aegir y Ran, «las doncellas de las olas».
Nueve son las madres de Heimdal.
Nueve días cabalgó el dios Hermod sobre Sleipnir en su propósito de liberar a Balder del inframundo.
Nueve esclavos tenía el jotun Baugi que se mataron entre sí en su deseo de conseguir una piedra de afilar mágica del dios Odín.
El dios Njord y su esposa Skadi decidieron resolver su disputa sobre dónde vivir, pasando nueve noches en Thrymheim y nueve noches en Nóatún.
Nueve cabezas tenía el jotun privaldi.
Nueve leguas de altura y tres de ancho media el gigante de arcilla Mökkurkálfi.
Nueve puntas tiene el  valknut, de tres triángulos sobrepuestos.
Nueve deidades sobreviven el Ragnarök: Balder y Hödr, Magni y Modi, Vidar y Vali, Hoenir, la hija de Sól y una novena sin nombre «poderoso; aquel que gobierna sobre todo».
Nueve hijos tuvo el héroe Viking y otros nueve el rey Njorfe de Oppland.
Nueve hijos tuvo el rey Dag. 

sábado, 20 de febrero de 2016

Número tres en la mitología nórdica

Artefactos, personajes, hechos y deidades relacionados con el número tres:
Tres son los dioses Odin, Thor y Freyr que aparecen como una unidad trinitaria, sobre todo durante la era vikinga. Las tres deidades aparecen en testimonios arqueológicos como la piedra rúnica G181 de Gotland. Tres estatuas de Odín, Thor y Freyr compartían espacio en el Templo de Upsala.
Tres son las razas de jotuns : gigantes de la montaña, gigantes del hielo y gigantes de fuego.
Tres son los primeros seres del universo: la vaca Auoumbla, Ymir el primer gigante, y Buri el primer dios y abuelo de Odín.
Durante tres días Auoumbla lamió el hielo de Ginnungagap hasta que Búri fue liberado.
Tres descendientes directos tuvo Ymir : un varón y una hembra que nacieron bajo sus brazos y un varón de seis cabezas que nació de la unión de sus pies. Tres son las generaciones de jotuns antes de la destrucción de su raza tras el diluvio universal por el derramamiento de la sangre de Ymir, tras el cual su nieto Bergelmir se convirtió en progenitor de un nuevo linaje.
El corazón del gigante Hrungnir era triangular y hecho de roca.
Tres son las Nornas: Uror ("lo que ha ocurrido", el destino), Derdandi ("lo que ocurre ahora") y Skuld ("lo que debería suceder, o es necesario que ocurra").
Bor tuvo tres hijos, Odín, Vili y Ve; los tres crearon el mundo y dieron vida a los primeros seres humanos.
Odín es la deidad suprema que gobierna la tercera generación de dioses, hijo de Bor y nieto de Búri.
Tres raíces tiene Yggdrasil, y tres es la raíz cuadrada del número de mundos (nueve) que están unidos al árbol. Bajo las tres raíces están tres lugares sagrados, uno en cada extremo: el pozo de Urd, el manantial de Minir emplazado "entre los gigantes del hielo", y Hvergelmir en Niflheim.
Odin soportó tres duras pruebas en su búsqueda de las runas: se ahorcó, se hirió con una lanza y pasó hambre y sed.
Tres son los tronos que aparecen en el hogar de los dioses, según Gylfaginning de la edda prosaica, el rey Gylfi conversa con las figuras que allí se sientan Hár, Jafnhár y Pridi.
Tres son la descendencia maligna de Loki de su unión con la jotun Angrboda: el lobo Fenrir, la serpiente Jörmungandr y Hel.
Tres inviernos recios precederán al Ragnarök, sin veranos por medio, es el Fimbulvetr.
Tres son los acontecimientos previos al Ragnarök: el nacimiento de los tres descendientes de Loki, la muerte de Balder (y el consecuente castigo a Loki), y Fimbulvetr.
Tres son las sogas mágicas que ataron al lobo Fenrir: Loeding, Drómi y  Gleipnir, de los cuales solo el último logró mantenerlo sujeto.
Tres ataduras tienen sujeto a Loki, hechas con las entrañas de uno de sus hijos Narfi que pasan por los agujeros de tres losas verticales, el primero sobre los hombros, el segundo sobre sus lomos y el tercero pajo sus pies.
Tres veces aúlla Garm en Gnipahellir según el poema voluspä  (edda poética, o se cita tres veces en el poema (no se aclara).
Tres veces los dioses queman a Gullveig, y tres veces resucita según Völuspá.
Tres gallos cantan con el advenimiento del Ragnarök, encabezando el conflicto final: Gullinkambi por los dioses, Fjalar por los gigantes y un tercero sin nombre por los muertos.
Tres colores tiene el arcoiris Bifröst, que tiene tres nombres (los otros dos son, Ásbrú y Bilröst).
Tres poderes tiene Heimdal como guardian del Bifroöst: Duerme menos que un pájaro, puede ver a cien leguas y puede escuchar crecer la hierba.
Odín tiene tres posesiones: Su lanza Gungnir, su anillo dorado Draupnir y su caballo Sleipnir.
Tres armas tiene Thor: su martillo Mjolnir, su cinturón de fuerza Megingjórd y los guantes de acero para manipular el martillo.
Tres posesiones mágicas tiene Freyr, el barco Skidbladnir, su jabalí Gullinbursti y una espada con la habilidad de luchar por sí misma, que regaló Skirnir a cambio de su acción en el cortejo de  Gerd.
Tres posesiones tiene Freyja, el collar Brisingamen, una capa que le permite convertirse en un halcón y un carro arrastrado por un par de gatos.
Tres pócimas poderosas bebe Thor de un cuerno en la fortaleza de Útgarda-Loki, en una apuesta, pero abandonó cuando se vio incapaz de vaciar el contenido, y tres eran las apuestas (que perdió), las otras dos eran levantar un gato por una pata dejando tres en el suelo y derrotar en lucha a una anciana. Luego se dio cuenta que el cuerno contenía toda el agua del mar, el gato era Jörmungandr y la anciana, la personificación de la vejez a quien nadie puede derrotar.
Tres golpes de mjolnir dio Thor al gigante Skrymir, que roncaba demasiado y no dejaba dormir al dios, pero falló cada golpe por magia.
El gigante constructor de los muros de Asgard prometió finalizar su obra en tres estaciones a cambio de tres premios: el sol, la luna y la diosa Freyja en matrimonio.
Tres días pasó Odín en la morada de la giganta Gunnlod para conseguir hidromiel de la poesía. Tras pasar las tres jornadas, le permitió beber tres veces, una de cada vasija.
Los enanos hijos de Ivaldi dieron forma tres artefactos maravillosos: Skiöbladnir el barco de Freyr, la lanza Gungnir de Odín y el cabello dorado de Sif.
Los enanos Eitri y Brokk crearon tres posesiones de los dioses: Gallinbursti el jabalí de Freyr, Draupnir el anillo de Odin y  Mjolnir el martillo de Thor.
La diosa Frigg tenía tres sirvientas Fulla, Gná y Hlin.

La promesa (Gustavo Adolfo Becquer)

- I -
Margarita lloraba con el rostro oculto entre las manos; lloraba sin gemir, pero las lágrimas corrían silenciosas a lo largo de sus mejillas, deslizándose por entre sus dedos para caer en la tierra, hacia la que había doblado su frente.
Junto a Margarita estaba Pedro, quien levantaba de cuando en cuando los ojos para mirarla y, viéndola llorar, tornaba a bajarlos, guardando a su vez un silencio profundo.
Y todo callaba alrededor y parecía respetar su pena. Los rumores del campo se apagaban; el viento de la tarde dormía, y las sombras comenzaban a envolver los espesos árboles del soto.
Así transcurrieron algunos minutos, durante los cuales se acabó de borrar el rastro de luz que el sol había dejado al morir en el horizonte; la luna comenzó a dibujarse vagamente sobre el fondo violado del cielo del crepúsculo, y unas tras otras fueron apareciendo las mayores estrellas.
Pedro rompió al fin aquel silencio angustioso, exclamando con voz sorda y entrecortada y como si hablase consigo mismo:
-¡Es imposible..., imposible!
Después, acercándose a la desconsolada niña y tomando una de sus manos, prosiguió con acento más cariñoso y suave:
-Margarita, para ti el amor es todo, y tú no ves nada más allá del amor. No obstante, hay algo tan respetable como nuestro cariño, y es mi deber. Nuestro señor el conde de Gómara parte mañana de su castillo para reunir su hueste a las del rey Don Fernando, que va a sacar a Sevilla del poder de los infieles, y yo debo partir con el conde. Huérfano oscuro, sin nombre y sin familia, a él le debo cuanto soy. Yo le he servido en el ocio de las paces, he dormido bajo su techo, me he calentado en su hogar y he comido el pan a su mesa. Si hoy le abandono, mañana sus hombres de armas, al salir en tropel por las poternas de su castillo, preguntarán maravillados de no verme: «¿Dónde está el escudero favorito del conde de Gómara?» Y mi señor callará con vergüenza, y sus pajes y sus bufones dirán en son de mofa: «El escudero del conde no es más que un galán de justas, un lidiador de cortesía».
Al llegar a este punto, Margarita levantó sus ojos llenos de lágrimas para fijarlos en los de su amante, y removió los labios como para dirigirle la palabra; pero su voz se ahogó en un sollozo.
Pedro, con acento aún más dulce y persuasivo, prosiguió así:
-No llores, por Dios, Margarita; no llores, porque tus lágrimas me hacen daño. Voy a alejarme de ti; mas yo volveré después de haber conseguido un poco de gloria para mi nombre oscuro. El cielo nos ayudará en la santa empresa; conquistaremos a Sevilla, y el rey nos dará feudos en las riberas del Guadalquivir a los conquistadores. Entonces volveré en tu busca y nos iremos juntos a habitar en aquel paraíso de los árabes, donde dicen que hasta el cielo es más limpio y más azul que el de Castilla. Volveré, te lo juro; volveré a cumplir la palabra solemnemente empeñada el día en que puse en tus manos ese anillo, símbolo de una promesa.
-¡Pedro! -exclamó entonces Margarita dominando su emoción y con voz resuelta y firme-. Ve, ve a mantener tu honra.
-Y al pronunciar estas palabras se arrojó por última vez en los brazos de su amante. Después añadió con acento más sordo y conmovido:
-Ve a mantener tu honra; pero vuelve..., vuelve a traerme la mía.
Pedro besó la frente de Margarita, desató su caballo, que estaba sujeto a uno de los árboles del soto, y se alejó al galope por el fondo de la alameda.
Margarita siguió a Pedro con los ojos hasta que su sombra se confundió entre la niebla de la noche; y cuando ya no pudo distinguirle, se volvió lentamente al lugar, donde le aguardaban sus hermanos.
-Ponte tus vestidos de gala -le dijo uno de ellos al entrar-, que mañana vamos a Gómara con todos los vecinos del pueblo para ver al conde, que se marcha a Andalucía.
-A mí más me entristece que me alegra ver irse a los que acaso no han de volver -respondió Margarita con un suspiro.
-Sin embargo -insistió el otro hermano-, has de venir con nosotros, y has de venir compuesta y alegre; así no dirán las gentes murmuradoras que tienes amores en el castillo y que tus amores se van a la guerra.
- II -
Apenas rayaba en el cielo la primera luz del alba cuando empezó a oírse por todo el campo de Gómara la aguda trompetería de los soldados del conde, y los campesinos que llegaban en numerosos grupos de los lugares cercanos vieron desplegarse al viento el pendón señorial en la torre más alta de la fortaleza.
Unos sentados al borde de los fosos, otros subidos en las copas de los árboles, éstos vagando por la llanura; aquellos coronando las cumbres de las colinas, los de más allá formando un cordón a lo largo de la calzada, ya haría cerca de una hora que los curiosos esperaban el espectáculo, no sin que algunos comenzaran a impacientarse, cuando volvió a sonar de nuevo el toque de los clarines, rechinaron las cadenas del puente, que cayó con pausa sobre el foso, y se levantaron los rastrillos, mientras se abrían de par en par y gimiendo sobre sus goznes las pesadas puertas del arco que conducía al patio de armas.
La multitud corrió a agolparse en los ribazos del camino para ver más a su sabor las brillantes armaduras y los lujosos arreos del séquito del conde de Gómara, célebre en toda la comarca por su esplendidez y sus riquezas.
Rompieron la marcha los farautes, que, deteniéndose de trecho en trecho, pregonaban en voz alta y a son de caja las cédulas del rey llamando a sus feudatarios a la guerra de moros, y requiriendo a las villas y lugares libres para que diesen paso y ayuda a sus huestes.
A los farautes siguieron los heraldos de corte, ufanos con sus casullas de seda, sus escudos bordados de oro y colores y sus birretes guarnecidos de plumas vistosas.
Después vino el escudero mayor de la casa, armado de punta en blanco, caballero sobre un potro morcillo, llevando en sus manos el pendón de ricohombre con sus motes y sus calderas, y al estribo izquierdo el ejecutor de las justicias del señorío, vestido de negro y rojo.
Precedían al escudero mayor hasta una veintena de aquellos famosos trompeteros de la tierra llana, célebres en las crónicas de nuestros reyes por la increíble fuerza de sus pulmones.
Cuando dejó de herir el viento el agudo clamor de la formidable trompetería comenzó a oírse un rumor sordo, acompasado y uniforme. Eran los peones de la mesnada, armados de largas picas y provistos de sendas adargas de cuero. Tras éstos no tardaron en aparecer los aparejadores de las máquinas, con sus herramientas y sus torres de palo, las cuadrillas de escaladores y la gente menuda del servicio de las acémilas.
Luego, envueltos en la nube de polvo que levantaba el casco de sus caballos, y lanzando chispas de luz de sus petos de hierro, pasaron los hombres de armas del castillo, formados en gruesos pelotones, que semejaban a lo lejos un bosque de lanzas.
Por último, precedido de los timbaleros, que montaban poderosas mulas con gualdrapas y penachos, rodeado de sus pajes, que vestían ricos trajes de seda y oro, y seguido de los escuderos de su casa, apareció el conde.
Al verle, la multitud levantó un clamor inmenso para saludarle, y entre el confuso vocerío se ahogó el grito de una mujer, que en aquel momento cayó desmayada y como herida de un rayo en los brazos de algunas personas que acudieron a socorrerla. Era Margarita, Margarita, que había conocido a su misterioso amante en el muy alto y muy temido señor conde de Gómara, uno de los más nobles y poderosos feudatarios de la corona de Castilla.
- III -
El ejército de Don Fernando, después de salir de Córdoba, había venido por sus jornadas hasta Sevilla, no sin haber luchado antes en Écija, Carmona y Alcalá del Río de Guadaira, donde, una vez expugnado el famoso castillo, puso los reales a la vista de la ciudad de los infieles.
El conde de Gómara estaba en la tienda sentado en un escaño de alerce, inmóvil, pálido, terrible, las manos cruzadas sobre la empuñadura del montante y los ojos fijos en el espacio, con esa vaguedad del que parece mirar un objeto, y, sin embargo, no ve nada de cuanto hay a su alrededor.
A un lado y de pie le hablaba el más antiguo de los escuderos de su casa, el único que en aquellas horas de negra melancolía hubiera osado interrumpirle sin atraer sobre su cabeza la explosión de su cólera.
-¿Qué tenéis, señor? -le decía-. ¿Qué mal os aqueja y consume? Triste vais al combate, y triste volvéis, aun tornando con la victoria. Cuando todos los guerreros duermen rendidos a la fatiga del día, os oigo suspirar angustiado, y si corro a vuestro lecho, os miro allí luchar con algo invisible que os atormenta. Abrís los ojos, y vuestro terror no se desvanece. ¿Qué os pasa, señor? Decídmelo. Si es un secreto, yo sabré guardarlo en el fondo de mi memoria como en un sepulcro.
El conde parecía no oír al escudero; no obstante, después de un largo espacio, y como si las palabras hubiesen tardado todo aquel tiempo en llegar desde sus oídos a su inteligencia, salió poco a poco de su inmovilidad y, atrayéndole hacia sí cariñosamente, le dijo con voz grave y reposada:
-He sufrido mucho en silencio. Creyéndome juguete de una vana fantasía, hasta ahora he callado por vergüenza; pero no, no es ilusión lo que me sucede. Yo debo de hallarme bajo la influencia de alguna maldición terrible. El cielo o el infierno deben de querer algo de mí, y lo avisan con hechos sobrenaturales. ¿Te acuerdas del día de nuestro encuentro con los moros de Nebrija en el aljarafe de Triana? Éramos pocos; la pelea fue dura, y yo estuve a punto de perecer. Tú lo viste: en lo más reñido del combate, mi caballo, herido y ciego de furor, se precipitó hacia el grueso de la hueste mora. Yo pugnaba en balde por contenerle; las riendas se habían escapado de mis manos, y el fogoso animal corría llevándome a una muerte segura. Ya los moros, cerrando sus escuadrones, apoyaban en tierra el cuenco de sus largas picas para recibirme en ellas; una nube de saetas silbaba en mis oídos; el caballo estaba a algunos pies de distancia cuando..., créeme, no fue una ilusión, vi una mano que, agarrándole de la brida, lo detuvo con una fuerza sobrenatural y, volviéndole en dirección a las filas de mis soldados, me salvó milagrosamente. En vano pregunté a unos y otros por mi salvador; nadie le conocía, nadie le había visto. «Cuando volabais a estrellaros en la muralla de picas -me dijeron- ibais solo, completamente solo; por eso nos maravillamos al veros tornar, sabiendo que ya el corcel no obedecía al jinete». Aquella noche entré preocupado en mi tienda; quería en vano arrancarme de la imaginación el recuerdo de la extraña aventura; mas al dirigirme al lecho torné a ver la misma mano, una mano hermosa, blanca hasta la palidez, que descorrió las cortinas, desapareciendo después de descorrerlas. Desde entonces, a todas horas, en todas partes, estoy viendo esa mano misteriosa que previene mis deseos y se adelanta a mis acciones. La he visto, al expugnar el castillo de Triana, coger entre sus dedos y partir en el aire una saeta que venía a herirme; la he visto, en los banquetes donde procuraba ahogar mi pena entre la confusión y el tumulto, escanciar el vino en mi copa, y siempre se halla delante de mis ojos, y por donde voy me sigue: en la tienda, en el combate, de día, de noche... Ahora mismo, mírala, mírala aquí apoyada suavemente en mis hombros.
Al pronunciar estas últimas palabras, el conde se puso de pie y dio algunos pasos como fuera de sí y embargado de un terror profundo.
El escudero se enjugó una lágrima que corría por sus mejillas. Creyendo loco a su señor, no insistió, sin embargo, en contrariar sus ideas, y se limitó a decirle con voz profundamente conmovida:
-Venid..., salgamos un momento de la tienda; acaso la brisa de la tarde refrescará vuestras sienes, calmando ese incomprensible dolor, para el que yo no hallo palabras de consuelo.
- IV -
El real de los cristianos se extendía por todo el campo de Guadaira, hasta tocar en la margen izquierda del Guadalquivir. Enfrente del real y destacándose sobre el luminoso horizonte se alzaban los muros de Sevilla flanqueados de torres almenadas y fuertes. Por encima de la corona de almenas rebosaba la verdura de los mil jardines de la morisca ciudad, y entre las oscuras manchas del follaje lucían los miradores blancos como la nieve, los minaretes de las mezquitas y la gigantesca atalaya, sobre cuyo aéreo pretil alzaban chispas de luz, heridas por el sol, las cuatro grandes bolas de oro, que desde el campo de los cristianos parecían cuatro llamas.
La empresa de Don Fernando, una de las más heroicas y atrevidas de aquella época, había traído a su alrededor a los más célebres guerreros de los diferentes reinos de la Península, no faltando algunos que de países extraños y distantes vinieran también, llamados por la fama, a unir sus esfuerzos a los del santo rey.
Tendidas a lo largo de la llanura, mirábanse, pues, tiendas de campaña de todas formas y colores, sobre el remate de las cuales ondeaban al viento distintas enseñas con escudos partidos, astros, grifos, leones, cadenas, barras y calderas, y otras cien y cien figuras o símbolos heráldicos que pregonaban el nombre y la calidad de sus dueños. Por entre las calles de aquella improvisada ciudad circulaban en todas direcciones multitud de soldados, que, hablando dialectos diversos y vestidos cada cual al uso de su país, y cada cual armado a su guisa, formaban un extraño y pintoresco contraste.
Aquí descansaban algunos señores de las fatigas del combate sentados en escaños de alerce a la puerta de sus tiendas y jugando a las tablas, en tanto que sus pajes les escanciaban el vino en copas de metal; allí algunos peones aprovechaban un momento de ocio para aderezar y componer sus armas, rotas en la última refriega; más allá cubrían de saetas un blanco los más expertos ballesteros de la hueste entre las aclamaciones de la multitud, pasmada de su destreza; y el rumor de los tambores, el clamor de las trompetas, las voces de los mercaderes ambulantes, el galopar del hierro contra el hierro, los cánticos de los juglares que entretenían a sus oyentes con la relación de hazañas portentosas, y los gritos de los farautes que publicaban las ordenanzas de los maestros del campo, llenando los aires de mil y mil ruidos discordes, prestaban a aquel cuadro de costumbres guerreras una vida y una animación imposibles de pintar con palabras.
El conde de Gómara, acompañado de su fiel escudero, atravesó por entre los animados grupos sin levantar los ojos de la tierra, silencioso, triste, como si ningún objeto hiriese su vista ni llegase a su oído el rumor más leve. Andaba maquinalmente, a la manera que un sonámbulo, cuyo espíritu se agita en el mundo de los sueños, se mueve y marcha sin la conciencia de sus acciones y como arrastrado por una voluntad ajena a la suya.
Próximo a la tienda del rey y en medio de un corro de soldados, pajecillos y gente menuda que le escuchaban con la boca abierta, apresurándose a comprarle algunas baratijas que anunciaba a voces y con hiperbólicos encomios, había un extraño personaje, mitad romero, mitad juglar, que, ora recitando una especie de letanía en latín bárbaro, ora diciendo una bufonada o una chocarrería, mezclaba en su interminable relación chistes capaces de poner colorado a un ballestero, con oraciones devotas; historias de amores picarescos, con leyendas de santos. En las inmensas alforjas que colgaban de sus hombros se hallaban revueltos y confundidos mil objetos diferentes: cintas tocadas en el sepulcro de Santiago; cédulas con palabras que él decía ser hebraicas, las mismas que dijo el rey Salomón cuando fundaba el templo, y las únicas para libertarse de toda clase de enfermedades contagiosas; bálsamos maravillosos para pegar a hombres partidos por la mitad; Evangelios cosidos en bolsitas de brocatel; secretos para hacerse amar de todas las mujeres; reliquias de los santos patronos de todos los lugares de España; joyuelas, cadenillas, cinturones, medallas y otras muchas baratijas de alquimia de vidrio y de plomo.
Cuando el conde llegó cerca del grupo que formaban el romero y sus admiradores, comenzaba éste a templar una especie de bandolina o guzla árabe con que se acompaña en la relación de sus romances. Después que hubo estirado bien las cuerdas unas tras otras y con mucha calma, mientras su acompañante daba la vuelta al corro sacando los últimos cornados de la flaca escarcela de los oyentes, el romero empezó a cantar con voz gangosa y con un aire monótono y plañidero un romance que siempre terminaba con el mismo estribillo.
El conde se acercó al grupo y prestó atención. Por una coincidencia, al parecer extraña, el título de aquella historia respondía en un todo a los lúgubres pensamientos que embargaban su ánimo. Según había anunciado el cantor antes de comenzar, el romance se titulaba el Romance de la mano muerta.
Al oír el escudero tan extraño anuncio, pugnó por arrancar a su señor de aquel sitio; pero el conde, con los ojos fijos en el juglar, permaneció inmóvil, escuchando esta cantiga:
-         I –
La niña tiene un amante 
que escudero se decía; 
el escudero le anuncia 
que a la guerra se partía. 
-Te vas y acaso no tornes. 
-Tornaré por vida mía. 
Mientras el amante jura, 
diz que el viento repetía: 
¡Malhaya quien en promesas 
de hombre fía! 
- II -
El conde con la mesnada 
de su castillo salía: 
ella, que lo ha conocido, 
con gran aflicción gemía: 
-¡Ay de mí, que se va el conde 
y se lleva la honra mía! 
Mientras la cuitada llora, 
diz que el viento repetía: 
¡Malhaya quien en promesas 
de hombre fía! 
-         III –
Su hermano, que estaba allí, 
éstas palabras oía: 
-Nos has deshonrado, dice. 
-Me juró que tornaría. 
-No te encontrará si torna, 
donde encontrarte solía. 
Mientras la infelice muere, 
diz que el viento repetía: 
¡Malhaya quien en promesas 
de hombre fía! 
-         IV –
Muerta la llevan al soto, 
la han enterrado en la umbría; 
por más tierra que le echaban, 
la mano no se cubría; 
la mano donde un anillo 
que le dio el conde tenía. 
De noche sobre la tumba 
diz que el viento repetía: 
¡Malhaya quien en promesas 
de hombre fía!
Apenas el cantor había terminado la última estrofa cuando, rompiendo el muro de curiosos que se apartaban con respeto al reconocerle, el conde llegó adonde se encontraba el romero y, cogiéndole con fuerza del brazo, le preguntó en voz baja y convulsa:
-¿De qué tierra eres?
-De tierra de Soria -le respondió éste sin alterarse.
-¿Y dónde has aprendido ese romance? ¿A quién se refiere la historia que cuentas? -volvió a exclamar su interlocutor, cada vez con muestras de emoción más profunda.
-Señor -dijo el romero clavando sus ojos en los del conde con una fijeza imperturbable-: esta cantiga la repiten de unos en otros los aldeanos del campo de Gómara, y se refiere a una desdichada cruelmente ofendida por un poderoso. Altos juicios de Dios han permitido que al enterrarla quedase siempre fuera de la sepultura la mano en que su amante le puso un anillo al hacerle una promesa. Vos sabréis quizá a quién toca cumplirla.
- V -
En un lugarejo miserable y que se encuentra a un lado del camino que conduce a Gómara he visto no hace mucho el sitio en donde se asegura tuvo lugar la extraña ceremonia del casamiento del conde.
Después que éste, arrodillado sobre la humilde fosa, estrechó en la suya la mano de Margarita, y un sacerdote autorizado por el Papa bendijo la lúgubre unión, es fama que cesó el prodigio, y la mano muerta se hundió para siempre.
Al pie de unos árboles añosos y corpulentos hay un pedacito de prado que, al llegar la primavera, se cubre espontáneamente de flores.
La gente del país dice que allí está enterrada Margarita.

miércoles, 10 de febrero de 2016

Leyendas de los Templarios - Rennes le Chateau

¿QUÉ MISTERIO GUARDABA CELOSAMENTE AQUEL POBRE CURA DE PUEBLO QUE HACE CERCA DE UN SIGLO GASTÓ MIL QUINIENTOS MILLONES DE FRANCOS? ¿HABÍA ENCONTRADO EL TESORO DE LOS TEMPLARIOS O SE TRATABA DE UN ENIGMA MUCHO MAYOR?
1.- Los descubrimientos de Bérenger Saunière

Sobre lo alto de una colina en el Languedoc francés, Rennes-le-Château es un lugar solitario, ardiente bajo el sol en verano y azotado por fríos vientos en invierno. Su situación dominante sobre el resto de la comarca es la única razón posible de que haya sido habitado desde la más remota antigüedad. La población y el entorno que la rodea son mudos testigos de pasadas grandezas y misterios que desafían al tiempo.
El enigma de Rennes-le-Château se inicia temprano, en la época romana. La leyenda afirma que en algún momento del siglo I, José de Arimatea y María Magdalena desembarcaron en el sur de Francia, trayendo consigo el llamado Grial, que el cristianismo define como el cáliz de la Última Cena o donde José de Arimatea recogió la preciosa sangre de Jesús crucificado. De acuerdo con una de las teorías que más se integran el enigma de la región, cuando desembarcó María Magdalena lo hizo con un hijo de Jesús, estableciéndose así una dinastía mesiánica. Bajo este punto de vista el Santo Grial dejaría de ser un cáliz que recoge la sangre de Cristo para pasar a ser sinónimo de Sang-rial, es decir "sangre real", que se identificaría con la genealogía de los descendientes de Cristo hasta nuestros días.
En el año 410 los visigodos, acaudillados por Alarico, saquearon Roma, llevándose el Tesoro del Templo que los romanos habían obtenido a su vez de los hebreos de Jerusalén. Dos años después desembarcaron en las costas meridionales de las Galias. La región de Rennes-le-Château les agradó, estableciéndose y fundando un reino permanente que no tardaría en saltar los Pirineos y extenderse por el norte de España. No sabemos si es cierto que el Arca de la Alianza llegó o no al Languedoc con los visigodos, pero no falta quien ha querido ver una relación entre el Arca y la población de Arques, no lejos de Rennes. En el siglo VI los merovingios extendieron su dominio sobre el reino visigodo. Estos invasores eran portadores de una cultura sofisticada y enterraban a sus soberanos con joyas y tesoros. La legendaria riqueza de visigodos y merovingios ha dado pie a relatos de fabulosos tesoros aún por descubrir en la región de Rennes.
Pero aparte de lo que cuentan las tradiciones, más o menos fundadas, sobre el Grial, el Arca de la Alianza o fabulosos tesoros enterrados, ¿existe algún indicio que nos haga pensar que este lugar merece su fama como el lugar más misterioso de Europa, escenario de acontecimientos siniestros y guardián del secreto más bien guardado de la historia?
Ciertamente. La historia comienza con un descubrimiento excepcional ocurrido hace algo más de un siglo en la iglesia de Rennes-le-Château, en donde un sacerdote católico elevó a nuevas y vertiginosas alturas la leyenda de la localidad.
El día 1 de junio de 1885 el pequeño pueblo de Rennes-le-Château, que por aquel entonces solamente tenía unos doscientos habitantes, recibió un nuevo y joven párroco llamado François Bérenger Saunière. Éste se encontró con que la iglesia a la que le destinaban, que había sido construida sobre unos cimientos visigóticos del siglo VI, se encontraba en un estado lamentable, así que seis años después de su llegada, y alentado por su amigo Henri Boudet, cura del pueblo vecino de Rennes-les-Bains, decidió llevar a cabo unas modestas reformas. Durante la restauración, al quitar la piedra del altar, Sauniere se encontró con que una de las dos columnas visigóticas que la sujetaban estaba hueca. Dentro del pilar halló cuatro pergaminos, dos de los cuales databan de 1244 y 1644 y parecen ser genealogías sobre la descendencia desconocida del rey merovingio Dagoberto II. Los otros dos parecían ser obra de un predecesor de Sauniere, el abad Antoine Bigou, que servía en la aldea un siglo antes.
Antoine Bigou era el confesor de la marquesa Marie de Hautpoul de Blanchefort, perteneciente a una noble y antigua familia de la región, uno de cuyos antepasados fue el Maestre de los Templarios Bertrand de Blanchefort. Depositaria de un gran secreto transmitido de su familia de generación en generación, la marquesa en vísperas de su muerte y no teniendo hijo varón, decide confiar su secreto y unos documentos de considerable importancia a su confesor. Muere haciendo prometer al abad que transmitiría a su vez este misterioso legado a una persona digna de confianza. Bigou, a fin de preservar el secreto, disimuló los importantes pergaminos en uno de los pilares del altar y puso una enigmática baldosa con extraños signos sobre la tumba de la marquesa, que murió el 17 de enero de 1781 y reposa en el pequeño cementerio anexo a la iglesia de Rennes-le-Château.
Al día siguiente al descubrimiento, Sauniere les pide a los obreros encargados de la restauración levantar una losa en la iglesia delante del altar. Se trata de la "baldosa de los caballeros", colocada cara abajo y que representa a dos jinetes montados en un solo caballo, símbolo también utilizado por los caballeros templarios. Bajo ella se hallaba un escondrijo en el cual fue hallada una olla repleta de monedas de oro, un tesoro que debía corresponder al de los nobles de la región, quienes, confiándolo a su párroco Bigou, decidieron ponerlo a buen recaudo amparado en la seguridad del templo, antes de su huida al extranjero provocada por la ejecución de Luis XVI y la caída de la monarquía.
Sin embargo aún quedaban más sorpresas bajo el suelo de la modesta capilla. En la Iglesia todo esta revuelto por la continuación de las obras emprendidas y, debido al descubrimiento del tesoro y los pergaminos, los obreros han sido enviados "a descansar" para dejar el campo libre al cura.
Pero el viejo sacristán de la parroquia, Antonio Captier, tiene que tocar el angelus cada noche, como es la costumbre.
Bajando de su campanario, ve de repente brillar un objeto en el capitel del viejo balaustre echado abajo por las obras.
Visto de cerca se trataba de una redoma conteniendo un papel doblado. Inmediatamente comunica su hallazgo al señor cura, quién no sólo sabe leer y escribir sino que también conoce los alfabetos antiguos. El descubrimiento de esta redoma marcó el punto de partida del enriquecimiento del abad Saunière.
Sobre el papel, firmado por Jean Bigou, tío de Antoine y su predecesor en la rectoría, figuraba un indicio que lo llevó de nuevo al sitio donde los obreros descubrieron la losa vuelta del revés por Antoine Bigou cien años antes. Lo que el papel describía no era solo un escondrijo sino más bien una cripta. Así pues, lo que la losa de los Caballeros ocultaba era la apertura de acceso a un sepulcro. Sauniere realiza un reconocimiento exhaustivo del lugar. En el escondrijo halla un cráneo de época merovingia y encuentra unas escaleras que penetraban debajo de la Iglesia. Efectivamente, el viejo registro de la parroquia, datado de 1694, hace mención en este lugar de la presencia del sepulcro de los señores de Rennes.
A partir de este día, Bérenguer Saunière y su joven criada Marie Dénarnaud vivieron como si dispusieran de una fortuna inagotable. No está excluido que descubrieran la cripta y saquearan las tumbas, pero... ¿qué es lo que encontraron que les permitió vivir con ostentación y burlarse de todo el mundo, incluyendo al propio Vaticano? El futuro comportamiento de Sauniere parece probar que allí existía algo más importante que un tesoro formado por monedas y joyas, por grandioso que este fuera.
2.- Los misteriosos pergaminos
Los dos documentos redactados por el abad Bigou parecen ser extractos en latín del Nuevo Testamento, pero con la peculiaridad de que las letras aparecen redactadas sin espacio entre ellas o algunas alzadas sobre las demás.
Evidentemente, Sauniere debió darse cuenta de que su descubrimiento encerraba algo importante, aunque es probable que no supiera de que se trataba en un primer momento.
Henri Boudet sugiere entonces al abad Saunière pedir consejo al obispo de Carcasona, Monseñor Félix Billard. Éste lo envía a París en marzo de 1892, donde es presentado a Emile Hoffet, célebre ocultista y autor de numerosos estudios sobre la francmasonería, quién acoge a aquel cura provinciano en su distinguido círculo. Allí conoció a la cantante y actriz Emma Calvé, quién fundó en 1891, en compañía del Conde de Larochefoucauld, la orden cabalística de la Rosa Cruz del Templo y del Grial. Estos personajes serán a menudo sus invitados en Rennes-le-Château.
Durante su estancia en París adquirió tres reproducciones de cuadros del Louvre. Según parece, se trataba de un retrato de Clemente V, el papa que abolió la Orden del Temple, y dos pinturas obra de David Teniers "El joven" y Nicolas Poussin, tituladas "San Antonio y San Jerónimo en el desierto" y "Los pastores de la Arcadia", respectivamente. La conducta de Sauniere no era fruto de un repentino amor por el arte pictórico, sino que respondía al punto de partida de una investigación que le tendría ocupado en los años posteriores. Así pues, en los pergaminos del abad Bigou, que actualmente se hallan expuestos en el museo de Rennes-le-Château, podía leerse una vez descifrados:
"Pastora sin tentación. Que Poussin, Teniers guardan la clave (o llave); paz 681. Por la cruz y este caballo de Dios termino (o destruyo) este demonio del guardián. A mediodía manzanas azules".
El segundo pergamino dejaba ver algo mucho más claro y directo:
"A Dagoberto II, Rey, y a Sión pertenece este tesoro y él está allí muerto".
A su regreso de París, el abad hace sellar cuidadosamente el escondrijo debajo de la "losa de los Caballeros". Luego, su fiel criada y él, en el cementerio actúan de forma extraña. Mueven la losa horizontal de la tumba de la marquesa de Hautpoul y se dedican a hacer desaparecer los símbolos de la lápida. Afortunadamente, no sabían que estos habían sido ya copiados por un viejo arqueólogo de la región. La inscripción diseñada por Antoine Bigou, al igual que los pergaminos incluía varios errores premeditados de espaciado y ortografía, y era un anagrama perfecto del mensaje oculto que aludía a Poussin y Teniers. En efecto, si se cambia el orden de las letras encontramos nuevamente la críptica cita del primer pergamino. Pero la tumba contenía otra placa que supuestamente Bigou había hecho quitar y transportar desde un sepulcro en la cercana localidad de Arques. En ella, en dos líneas verticales se presentaban grabados caracteres griegos y latinos, además de cruces pateadas semejantes a la que conformaba el símbolo de los Templarios. ¿Qué significaba aquello? El cuadro de Poussin aportaba la respuesta a este enigma. En "Los pastores de la Arcadia" está dibujada una tumba sospechosamente parecida a la de Arques, incluso el paisaje es semejante al de la región, pero en el cuadro cuatro personajes señalan una inscripción horizontal que reza "Et in arcadia ego".
Se trata de la frase que supuestamente expresó la Muerte y que significa "Y yo en la Arcadia". La Arcadia es una tierra paradisíaca localizada en Grecia, donde se situaban las andanzas de dioses y ninfas entre riachuelos, vegetación exuberante y completa armonía del hombre y la naturaleza. Los pastores de la Arcadia son el prototipo de habitante feliz, modelo para el resto de la Humanidad. Sin embargo, en uno de sus paseos, los pastores encuentran una calavera, que viene a recordarles que incluso en el lugar más feliz y perfecto de la tierra, la muerte está presente y dispuesta a cada momento. La frase es curiosa porque carece de verbo, pero sin embargo debió ser de gran importancia para Bigou o incluso para la marquesa de Blanchefort. A la vista de los pergaminos, tan dados a dobles sentidos y juegos de palabras, no es desechable que la inscripción no sea simplemente una frase alegórica. ¿Es posible que también sea un criptograma? Curiosamente, alterando el sentido de las letras se puede formar una expresión coherente: "I tego arcana dei" es decir, "Yo oculto los secretos de Dios". O también: "Arcam dei tango", que se traduce como: "Estoy tocando la tumba de Dios".
3.- La gran herejía
Antes de proseguir, debemos hacer hincapié en que nos hallamos en la región del Languedoc, tierra no solo de romanos y merovingios, sino también de templarios, y sobre todo, de cátaros.
A principio del siglo XIII lo actualmente llamado Languedoc no formaba parte de Francia. Era un principado independiente cuya cultura y lengua guardaban más semejanzas con los reinos de la Península Ibérica. En el Languedoc, donde florecían las artes y las ciencias al estilo de Bizancio, se practicaba una tolerancia religiosa que contrastaba con el fanatismo del resto de Europa. A través del comercio marítimo mediterráneo y de los pirineos se introdujeron doctrinas islámicas y judaicas, al mismo tiempo que el catolicismo romano perdía devotos entre la población. Ello formó un propicio caldo de cultivo para originar lo que a ojos de la Iglesia era la mayor y más peligrosa herejía de la cristiandad: el catarismo.
Los cátaros rechazaban la iglesia católica ortodoxa y aborrecían la misa. Repudiaban la fe, al menos en la concepción católica, e insistían en la gnosis como fórmula para el contacto directo y personal con lo divino, así que negaban la validez de todas las jerarquías clericales. También eran dualistas; pregonaban la existencia de dos dioses con una categoría comparable, uno maligno y otro benigno. Para ellos, toda la creación material se debía al dios del mal, el Rex Mundi, y era intrínsecamente mala. Para la iglesia romana la doctrina cátara era sinónimo de herejía, pero lo más grave de todo era la actitud que tomaban ante el propio Jesús. Los cátaros consideraban a Jesús un ser mortal que en nada se diferenciaba de los demás, que había muerto por sus propios pecados y no por la salvación de la humanidad. No había nada místico en él, nada sobrenatural ni divino. Y lo que es más, muchos cátaros dudaban de la crucifixión y se negaban a adorar la cruz.
Cátaros y templarios convivieron en la misma época, y aunque aparentemente y dadas sus creencias respectivas podríamos pensar a priori que ocuparían bandos enfrentados, conocemos suficientemente a los Templarios para no extrañarnos la posibilidad de un entendimiento mutuo. Ciertamente hay claros indicios de que unos y otros simpatizaron. Muchos templarios descendían de linajes cátaros, como el Maestre del Temple Bertrand de Blanchefort.
También es sabido que numerosos cátaros fueron acogidos en las filas templarias cuando se desató contra ellos la ira de Roma en forma de cruzada, e incluso se rumorea que muchos miembros del Temple del Languedoc profesaban la fe cátara y no la católica. Durante la "cruzada contra los albigenses", como fue llamada la represión de los cátaros, la postura de la Orden del Temple fue ostensiblemente neutral y, a veces, da la impresión de que empuñaron las armas en defensa de los herejes.
Conociendo los valores que defendía el catarismo se hace extraña la asociación, y sin embargo algunos ritos templarios  lo recuerdan. No creemos que los Templarios fuesen mayoritariamente cátaros, pero... ¿hay algo en sus creencias en lo que coincidían con ellos? Antes de dar rienda suelta a las especulaciones es menester acabar de contar la historia de Saunière.
Tras su vuelta de París, Bérenguer Saunière, que era natural de la zona y conocía bien la historia de la región, continuó con los trabajos de restauración de la Iglesia y con otras obras diversas, gastando una espectacular fortuna, incluso para los tiempos que corren. Acometió la construcción de una torre, llamada Torre Magdala que utilizaría como biblioteca y edificó una opulenta casa de campo a la que denominó Villa Bethania, que nunca llegó a ocupar. ¿Confirma esto que la Magdalena era tan sumamente importante, como podemos extraer del estudio de la Orden del Temple y del Priorato de Sión? Los nombres dados a la torre y a la villa, se refieren inequívocamente a ella. Y un dato que hemos omitido intencionadamente hasta el presente momento: la iglesia de Rennes-le-Château, escenario de la boda de Dagoberto II, está consagrada, como no, a María Magdalena. ¿Y no hemos analizado ya al merovingio Dagoberto y su supuesto linaje de una de las piezas claves del secreto de los Templarios? Indiscutiblemente, esta iglesia parece estar en el epicentro del misterio.
En la entrada de la misma, Saunière hizo colocar las siguientes inscripciones: "Mi casa se llamará casa de oración" y "Este lugar es terrible". La referencia bíblica completa es: "Mi casa será llamada casa de oración, pero vosotros la habéis convertido en cueva de ladrones" (Mateo 21,13) y "Este lugar es terrible, es la casa de Dios y la puerta de los cielos" (Génesis, 28,17).
Justo al atravesar la entrada colocó una estatua del diablo Asmodeo, guardián de los secretos, donde puede leerse la frase: "Con este signo le vencerás" Pero la frase real, que se debe a Constantino era sólo: "Con este signo vencerás".
Este "le" añadido al original sigue siendo un enigma. Con estos hechos y la figura del demonio a la vista, no podemos dejar de recordar la frase del pergamino que decía "Por la cruz y este caballo de Dios terminó (o destruyo) este demonio del guardián. A mediodía manzanas azules". Y es que las vidrieras del lado sur de la iglesia de Rennes-le-Château, poseen la particularidad de que en invierno y en días de buen tiempo, los rayos de sol entonces bajos en el horizonte, pasan a través de los dibujos de las vidrieras justamente al mediodía dibujando en la pared opuesta un árbol cubierto de frutos redondos parecidos a las manzanas. Mientras que la imagen se va precisando, los frutos maduran y se vuelven rojos excepto tres de ellos que permanecen azules.
Asimismo, el Vía Crucis es harto sorprendente, diríamos que incluso herético, con lápidas muy llamativas y de tamaño desproporcionado. María Magdalena aparece aquí con el velo de viuda y es curioso que los masones se hagan llamar "el hijo de la viuda". Como hemos visto en otra leyenda, si el Temple sobrevivió a través de la masonería... ¿no es este un indicio de la continuidad de un linaje, como también pretende el Priorato de Sión? En otra estación Jesús, cuando va a ser sepultado, sangra por su costado de forma abundante, lo que parece indicar que no se trata del cuerpo de un fallecido. Y así con cada estación. En todas ellas Sauniere se encargó de incluir algún detalle inexplicable, alguna desviación de la crónica de las Escrituras, que para un párroco no podría pasar desapercibido, e indican una voluntaria intención críptica. Incluso, todas las estaciones del Vía Crucis están orientadas en dirección contraria a la habitual.
Algunos meses después, Saunière habría recibido la visita del archiduque Jean-Stéphane de Hasburgo, al que los aldeanos llaman "Señor Guillermo". Hoy sabemos que éste, que era primo del Emperador de Austria, habría financiado las búsquedas del abad para encontrar y descifrar los documentos preciosos disimulados en la iglesia. Pero la historia se iba a interrumpir el 17 de enero de 1917. Curiosamente, la misma fecha (mes y día) que aparecían grabados en la lápida de la marquesa de Hautpoul. Bérenger Saunière, que ya tenía sesenta y cinco años, sufrió un ataque apopléjico en la puerta de la Torre Magdala que le haría fallecer cinco días después. A pesar de que hasta el momento gozaba de buena salud y que la apoplejía fue totalmente inesperada, alguien el 12 de enero había encargado un ataúd para el cura a nombre de su gobernanta Marie Dénarnaud. ¿Estaba revelando Saunière más de lo que debía? No podemos saberlo, pero que el cura era partícipe de un gran secreto nos lo indica la actitud del párroco que le dio confesión. El día 22, el sacerdote que confesaba a Saunière en su lecho de muerte abandonó al poco tiempo la habitación visiblemente horrorizado tras negarse a administrarle la extremaunción. Se dice que cayó en una aguda depresión y que "nunca volvió a sonreír".
A pesar de que había gastado a manos llenas, el testamento de Saunière indicó, ante la sorpresa general, que no poseía nada y que todos los bienes inmuebles estaban inscritos a nombre de Marie Dénarnaud, quién siguió viviendo en Villa Bethania hasta su fallecimiento en 1953. Poco antes de morir decidió vender la casa solariega y le comentó al comprador que un día le haría confidente de un secreto que le haría rico y poderoso. Pero para decepción de este, la muerte de la antigua criada, también súbita e inesperada al igual que la de su amo, hizo que se llevara el secreto a la tumba.
Es casi seguro que Saunière no encontró el tesoro de los Templarios. Hoy sabemos que su fortuna provendría de las donaciones de la nobleza europea y de misteriosas sociedades, aunque se supone que en la zona estaba escondido un gran secreto, quizás relacionado con los Caballeros del Temple. Los hallazgos del entorno y la simbología utilizada en la iglesia parecen querer transmitirnos una historia diferente a la que nos han contado. ¿Pero que es lo que se oculta en Rennes-le-Château? Teniendo en cuenta lo que sabemos de Sauniere, cátaros y templarios, nos atrevemos a exponer una curiosa hipótesis:
Jesús no murió en la cruz. En sus inicios, para expandirse y satisfacer al mundo romano que estaba acostumbrado a deificar a sus gobernantes, la Iglesia suprimió al Jesús histórico y se inventó al Jesús celestial que ha venido administrando desde entonces. Entonces Jesús dejó de ser el depositario de la estirpe de David para ser Dios mismo encarnado. Ese parece ser el gran secreto de Rennes-le-Château. Y también algo que ya nos suena más familiar, a través de los Templarios y del Priorato de Sión, que estaba casado con María Magdalena. Así lo recogen, además, varios textos evangélicos apócrifos. Esta teoría indica que Jesús, su esposa y al menos un hijo huyeron tras la crucifixión a un lugar en donde el paganismo les hiciera pasar desapercibidos. Y este lugar sería el Languedoc. O como apuntan otros investigadores, quizás sus cuerpos fueron trasladados allí por los Caballeros del Temple desde Tierra Santa, en aquella exitosa misión que les encargara San Bernardo, pues hace unos años se produjo el descubrimiento cerca de Jerusalén de una cripta, verdadero panteón familiar, donde se hallaron seis urnas vacías que habían contenido los restos mortales de Jesús, María, José, María Magdalena, Tadeo (presumiblemente hermano de Jesús) y Judas, hijo de Jesús según reza la inscripción en la correspondiente urna.
Naturalmente, de ser cierto todo lo presente en Rennes-le-Château, las pruebas que allí se ocultarían, se echarían por tierra los dogmas del catolicismo en relación con la Asunción, Resurrección y Ascensión. Sería un terrible cataclismo para la propia Iglesia romana, que perdería toda su credibilidad. No podemos dejar de preguntarnos si en las persecuciones que sufrieron cátaros y templarios, y que culminó con su destrucción por herejía, no estaba incluido la preservación de este secreto. Un secreto que hoy en día se hallaría en manos del Priorato de Sión, quien estaría esperando el momento oportuno para dar su golpe definitivo.
Al igual que Francia fue testigo un día del fin de la dinastía de los Capetos, ¿le habrá llegado su turno a la Iglesia? ¿Volverá algún oscuro desconocido a gritar aquello de "¡Jacobo de Molay, ya estás vengado!"? La mano de la venganza templaria parece ser larga y longeva.
Es posible que las claves para determinar la validez de este tremendo rompecabezas se hallaran en la misteriosa tumba de Arques, que fue dinamitada por el propietario del terreno donde se hallaba en 1971, harto ser molestado por los buscadores de tesoros; y en la críptica inscripción "Et in arcadia ego". Quizás aún puedan hallarse entre las enigmáticas pistas que parece haber dejado Sauniere, o tal vez salgan a la luz nuevos hallazgos.