sábado, 30 de mayo de 2015

Los libros prohibidos de la nigromancia

El misterio envuelve el estudio de la nigromancia. Para aprender sus conocimientos prohibidos, un aspirante debe buscar a un nigromante y convertirse en su aprendiz, o conseguir uno de los tomos prohibidos, como el Liber Mortis o uno de los Nueve Libros de Nagash.

Los libros prohibidos albergan sus propios peligros. Los arcanos conocimientos de la nigromancia se encuentran en estos libros, escritos con tinta destilada a partir de sangre humana y encuadernados con piel de seres vivos. Sólo aquellos que poseen una férrea fuerza de voluntad podrán leer estos volúmenes y conservar su cordura. En ellos se cuentan horribles secretos del más allá y las siniestras pesadillas de los muertos en su descanso eterno. En estos libros pueden encontrarse muchos hechizos para animar a los muertos, invocar el poder de la magia oscura y controlar a las criaturas menores de los no muertos. En ellos también pueden encontrarse ritos que concentran la magia oscura, así como de aquellos días en que su maligno poder es más fuerte, y lugares en que se concentran la magia oscura.
Los primeros y más famosos de estos malignos tomos son los Nueve Libros de Nagash. En un inimaginable pasado distante, Nagash, el Señor Supremo de los No Muertos, el Gran Nigromante en persona, escribió estos volúmenes. En ellos se encuentran reunidos todos los conocimientos existentes de este arte. Todos los demás libros sobre nigromancia están basados de alguna forma en estos blasfemos volúmenes. Muchos de los hechizos contenidos en los Nueve Libros de Nagash son demasiado poderosos para simples mortales, pues en el apogeo de su poder, Nagash podía rivalizar en poder con los propios dioses. Sin embargo, un estudiante aplicado puede extraer de ellos toda la información necesaria para convertirse en nigromante. El cómo invocar a los muertos y los sacrificios necesarios para invocar y controlar a los espíritus también están descritos en las páginas de los Nueve Libros, así como los secretos para prolongar la vida robando vigor a los vivos.
El Libro de los Muertos fue escrito por el demente príncipe árabe Abdul ben Raschid, que viajó a la Tierra de los Muertos en el lejano sur, y posteriormente, en su demencia, escribió sus experiencias en esta blasfema obra de arte. Su autor no vivió para ver el amplio rechazo público a su obra, ni la gran pira en que el Califa de Ka-Sabar quemó todas las copias del libro que pudo encontrar.
Desafortunadamente muchas copias sobrevivieron y fueron llevadas al viejo mundo por los victoriosos caballeros de las cruzadas. El Libro de los Muertos habla de un gran desierto situado al este de Arabia, en el cual existen grandes necrópolis, ciudades tumba de los muertos que no descansan. En noches oscuras, los cadáveres de los muertos se levantan, atrapados en la macabra danza de la muerte hasta el fin de la eternidad. En el interior de las pirámides, construidas hace eones, su aristocracia maldita se sienta en sus tronos dorados en medio de su perdida grandeza y de un número ilimitado de cadáveres. Allí tienen largos y siniestros sueños sobre su antigua gloria, despertando ocasionalmente para impartir órdenes a sus descompuestos cortesanos. Entonces los ejércitos de los muertos marchan hacia la guerra contra otros reyes de la Tierra de los Muertos, o a veces para atacar a los árabes y otros humanos que no han sido lo suficientemente sabios para vivir lejos de esas tierras.
El Liber Mortis es la mayor fuente de conocimientos sobre nigromancia disponible para los eruditos del Viejo Mundo. Fue escrito por el nigromante Frederick van Hal, más conocido por generaciones posteriores como Vanhel. La única copia completa que todavía existe de este libro esta guardada bajo llave en la cripta del Gran Templo de Sigmar en Altdorf, y tan solo puede ser estudiada por los eruditos de corazón más puro, e incluso en este caso sólo con permiso especial del Gran Teogonista. Vanhel fue un nigromante en la época de la gran plaga, y escribió esta obra a partir de traducciones de los libros de Nagash. Son este libro y sus copias las que han causado tanto horror y muerte en las tierras del Viejo Mundo.
El Liber Necris fue escrito por el infame Manfred von Carstein. En él se relata la historia del Gran Nigromante, con anotaciones y opiniones. También habla de los linajes vampíricos que infestan el mundo, una recopilación impresionante de información acerca de la maldita estirpe de Nehekhara.

El Grimorium Necronium fue escrito por Wsoran. Además de los hechizos nigrománticos, este libro está lleno de profecías sobre el futuro, profecías sobre el mundo que está por llegar; un mundo en el que el imperio habrá quedado reducido a ruinas y solo los muertos caminarán bajo los oscuros cielos, y en el que los inmortales vampiros gobernaran a sus esclavos y los cazaran por deporte. Se dice que cualquiera que lea este libro sucumbirá en un oscuro pozo de locura en el que no existe salvación posible. Quizás el Grimorium Necronium contiene pruebas irrefutables de que las perdiciones de Wsoran son ciertas. Quizás estemos condenados irremediablemente a una esclavitud eterna.

martes, 26 de mayo de 2015

El fantasma del teatro Eslava (Madrid)

Hace ya casi un siglo que un fantasma se mueve por los rincones del teatro Eslava, actualmente discoteca. El público que acudía a ver las representaciones aseguraban haberlo visto alguna vez deambular entre los actores. Ahora, se dice que habita en la zona alta del edificio, y de vez en cuando, baja a divertirse bailando con los jóvenes al ritmo de la música electrónica que pinchan los DJs de la discoteca.
Parece que el espectro de Luis Antón de Olmet se niega a abandonar el edificio.
El edificio Eslava se construyó en 1871 como almacén de instrumentos musicales y salón de conciertos, con capacidad para 1200 espectadores. Recibió su nombre en honor al empresario impulsor, Bonificacio Eslava.
Años después se transformaría en teatro y café, haciéndose popular en la capital por el atrevimiento erótico de algunas de sus obras. Progresivamente, y aunque siguió cultivando otros géneros, se especializó en la Zarzuela. Luis Antón de Olmet era uno de los más asiduos.
Luis Antón de Olmet había alcanzado un cierto renombre en el bohemio panorama literario madrileño de principios del siglo XX. Como era frecuente por la época, del bajo mundo del periodismo y la escritura consiguió ascender a las altas esferas de la política, siendo diputado de la derecha en 1914 y, posteriormente, intentando alcanzar este puesto en las filas de la izquierda.
El 2 de marzo de 1922, Antón de Olmet se encontraba en el escenario del teatro Eslava ultimando los preparativos para el estreno de su siguiente obra, «El capitán sin alma». Entonces llegó Alfonso Vidal, que le hizo llamar para que acudiera a una habitación adjunta al salón del teatro. Allí quedaron solos los dos hombres.
Los que estaban fuera oyeron voces de discusión que iban elevándose cada vez más. Al parecer, había una mujer de por medio. De repente, retumbó una violenta detonación. A continuación, se abrió la puerta y apareció Alfonso Vidal gritando «¡Le he matado!, ¡era un miserable!». En la mano llevaba una pistola Star del calibre 9. Detrás suya, en medio de un charco de sangre, yacía el cadáver de Antón de Olmet.
Nunca llegaron a estar del todo claros los motivos de la disputa. Para todos era evidente que la rivalidad literaria entre ambos había deteriorado su relación y el propio Alfonso Vidal aseguraría que se había cansado de los «desdenes, insultos y desprecios» de su colega. Pero algunos iban más allá y aseguraban que el detonante final del asesinato fue que Antón de Olmet se había acostado con la mujer de Vidal, Catalina.
Tampoco está del todo claro qué fue lo que sucedió en aquella habitación. Aunque muchos creían que Vidal había llegado al teatro dispuesto a asesinar a su rival en cuanto estuvieran a solas, este siempre lo negó. Juraba que había acudido con la intención de discutir, pero que la disputa fue subiendo de tono y finalmente, fue el propio Luis Antón de Olmet el que se abalanzó sobre él agarrándole del cuello. Solo al sentir que se ahogaba -aseguró- sacó la pistola que llevaba en el bolsillo y disparo, «no sé ni hacia dónde ni cómo».
Finalmente, solo fue condenado a 12 años de cárcel, de los cuales solo cumplió 3. Luis Antón de Olmet vagaría como fantasma por el teatro durante toda la eternidad.

miércoles, 20 de mayo de 2015

Los fantasmas del teatro Royal Drury Lane de Londres

El teatro Royal Drury Lane es el teatro más antiguo de Londres, y aunque el edificio actual data de 1812, el primero en ese emplazamiento fue fundado en 1663.
De acuerdo con su antigüedad, muchos son los fantasmas que se esconden entre bastidores y merodean detrás de su espectacular pórtico.
Allí habita el fantasma de Joseph Grimaldi (1778-1837), el mítico clown teatral. Es considerado el Padre del clown moderno, estableció las bases de la pantomima moderna. El fue el artista que elevó el clown de cara blanca al papel de protagonista reemplazando a arlequín. Hoy la característica apariencia de los payasos que todos conocemos se la debemos a Joseph Grimaldi que lo popularizó universalmente, de hecho hoy todavía, en Inglaterra, los payasos, son conocidos como "Joeys" en honor al padre de los payasos modernos.
Joseph Grimaldi, creció en el teatro, vivió del teatro, pero los esfuerzos de su oficio se cobraron un terrible peaje sobre su salud, una grave enfermedad lo apartó para siempre de los escenarios.
En 1818 Grimaldi se encontraba en la indigencia, y se le organizó un homenaje benéfico en el Royal. Aunque por su enfermedad tuvo que actuar sentado, Grimaldi demostró que no había perdido la magia que lo había hecho grande en el pasado, y demostró la misma capacidad para hacer reír.
Aunque murió en 1837, su fantasma ha regresado en muchas ocasiones por el Royal. Todos los que allí trabajan admiten que su fantasma está presente, actores, limpiadores, muchos han visto una cara, sin cuerpo, flotando por el teatro o apariciones de un fantasma sin cabeza. Esto puede atribuirse a la macabra petición que realizó Joseph Grimaldi antes de su enterramiento; que la cabeza fuera separada de su cuerpo.
Otro payaso que ronda por el Teatro es el de Dan Leno, famoso bailarín y comediante.
Pero en la cumbre de su carrera Dan Leno enloqueció y murió en 1904 con tan sólo 43 años.
Desde entonces, su fantasma se niega a apartarse de los focos y en ocasiones regresa una vez más a los escenarios. Leno siempre utilizaba un perfume de lavanda debido a la incontinencia que sufría, como resultado desprendía un olor bastante característico. 
Algunos actores, durante una función en el mismo escenario no han visto su fantasma, pero en ocasiones han detectado su presencia invisible precedida de un intenso olor a espliego ondeando en el aire.
En 1981, durante una de las actuaciones de "The Pirates of Penzance" Nick Bromley, director de la empresa teatral, se encontraba entre bastidores observando el desarrollo, cuando de pronto alguien lo empujó de forma violenta desde atrás. Se volvió enfadado, pero allí no había nadie.
La noche siguiente, una joven actriz se encontraba exactamente en el mismo lugar cuando alguien lanzó su peluca al aire. Al girarse tampoco encontró a nadie. La gente del teatro, cuando pasa por el que fue una día el camerino de Leno, aseguran que escuchan el sonido rítmico de unos zapatos que suenan como tambores procedentes del interior. Se cree que es el fantasma de Dan Leno ensayando las rutinas de su famoso baile una y otra vez, una y otra vez...
Pero el fantasma más famoso del teatro es el conocido como "Man in grey". Una aparición de un hombre joven vestido con un traje gris y un sombrero de tres puntas como los que utilizaban los Lords ingleses en el siglo XVIII. Lo peculiar de este fantasma es que se materializa siempre durante el día y entre las 10 am y las 4 pm. La mayoría de las veces el hombre de gris se materializa en el círculo superior del teatro. Parece una reproducción del pasado que se repite una y otra vez.
En 1939 más de la mitad del elenco de "The Dancing Years", que se reunieron para una foto de equipo, fueron testigos de su aparición, vieron el fantasma cruzar el círculo superior y desaparecer a través de la pared opuesta. Lo han visto miembros del público, actores famosos, bomberos, responsables del teatro y muchos otros funcionarios del The Theatre Royal Drury Lane.
A veces también se le ha visto sentado al final de la cuarta fila y por los pasillos del círculo superior. Una mañana, durante los primeros días de trabajo de uno de los limpiadores, que ignoraba la existencia del fantasma, se encontró con él a las 10 de la mañana. Pensando que podría ser un actor, se le acercó para hablar un rato, cuando estuvo a unos pasos, el hombre de gris se levantó y desapareció ante sus ojos atravesando una pared.
La identidad del fantasma de gris "Man in grey" sigue siendo un misterio, aunque un descubrimiento durante una restauración en el año 1870 podría lanzar alguna luz sobre el caso.
Durante las obras de restauración se encontró una entrada oculta a una habitación, justo donde el fantasma desaparece siempre. Dentro se halló el esqueleto de un hombre envuelto de restos de tela gris y un puñal que sobresalía de su caja torácica. Se ha especulado mucho sobre su identidad, pero parece que los restos podrían pertenecer a un joven que llegó a Londres durante la época de la Reina Anne. Después de ganarse el afecto de una actriz del teatro. Su amante en un ataque de celos y rabia habría podido matar al joven y posteriormente esconder su cuerpo hasta que se encontró años después durante su restauración.
Pero sea cual sea la razón que hay detrás del inquietante hombre de gris, lo más importante es que es un fantasma agradable, un fantasma reconocido universalmente y que tiene el gusto de apoyar con su presencia algunas de las obras de más éxito del The Theatre Royal Drury Lane.
Es, por tanto, un fantasma que forma parte de la leyenda del teatro real de Londres.

jueves, 14 de mayo de 2015

Maese Pérez el organista (Gustavo Adolfo Becquer)

En Sevilla, en el mismo atrio de Santa Inés, y mientras esperaba que comenzase la Misa del Gallo, oí esta tradición a una demandadera del convento.
Como era natural, después de oírla, aguardé impaciente que comenzara la ceremonia, ansioso de asistir a un prodigio.
Nada menos prodigioso, sin embargo, que el órgano de Santa Inés, ni nada más vulgar que los insulsos motetes que nos regaló su organista aquella noche.
Al salir de la Misa, no pude por menos de decirle a la demandadera con aire de burla:
-¿En qué consiste que el órgano de maese Pérez suena ahora tan mal?
-¡Toma! -me contestó la vieja-, en que ese no es el suyo.
-¿No es el suyo? ¿Pues qué ha sido de él?
-Se cayó a pedazos de puro viejo, hace una porción de años.
-¿Y el alma del organista?
-No ha vuelto a parecer desde que colocaron el que ahora les sustituye.
Si a alguno de mis lectores se les ocurriese hacerme la misma pregunta, después de leer esta historia, ya sabe el por qué no se ha continuado el milagroso portento hasta nuestros días.
-¿Veis ese de la capa roja y la pluma blanca en el fieltro, que parece que trae sobre su justillo todo el oro de los galeones de Indias; aquél que baja en este momento de su litera para dar la mano a esa otra señora que, después de dejar la suya, se adelanta hacia aquí, precedida de cuatro pajes con hachas? Pues ese es el Marqués de Moscoso, galán de la condesa viuda de Villapineda. Se dice que antes de poner sus ojos sobre esta dama, había pedido en matrimonio a la hija de un opulento señor; mas el padre de la doncella, de quien se murmura que es un poco avaro... Pero, ¡calle!, en hablando del ruin de Roma, cátale aquí que asoma. ¿Veis aquél que viene por debajo del arco de San Felipe, a pie, embozado en una capa oscura, y precedido de un solo criado con una linterna? Ahora llega frente al retablo.
¿Reparasteis, al desembozarse para saludar a la imagen, la encomienda que brilla en su pecho?
A no ser por ese noble distintivo, cualquiera le creería un lonjista de la calle de Culebras... Pues ese es el padre en cuestión; mirad cómo la gente del pueblo le abre paso y le saluda.
Toda Sevilla le conoce por su colosal fortuna. El sólo tiene más ducados de oro en sus arcas que soldados mantiene nuestro señor el rey Don Felipe; y con sus galeones podría formar una escuadra suficiente a resistir a la del Gran Turco...
Mirad, mirad ese grupo de señores graves: esos son los caballeros veinticuatros. ¡Hola, hola! También está el flamencote, a quien se dice que no han echado ya el guante los señores de la cruz verde, merced a su influjo con los magnates de Madrid... Éste, no viene a la iglesia más que a oír música... No, pues si maese Pérez no le arranca con su órgano lágrimas como puños, bien se puede asegurar que no tiene su alma en su almario, sino friéndose en las calderas de Pero Botero...
¡Ay vecina! Malo... malo... presumo que vamos a tener jarana; yo me refugio en la iglesia; pues por lo que veo, aquí van a andar más de sobra los cintarazos que los Paternóster. -Mirad, Mirad; las gentes del duque de Alcalá doblan. la esquina de la Plaza de San Pedro, y por el callejón de las Dueñas se me figura que he columbrado a las del de Medinasidonia. ¿No os lo dije?
Ya se han visto, ya se detienen unos y otros, sin pasar de sus puestos... los grupos se disuelven... los ministriles, a quienes en- estas ocasiones apalean amigos y enemigos, se retiran... hasta el señor asistente, con su vara y todo, se refugia en el atrio... y luego dicen que hay justicia.
Para los pobres...
Vamos, vamos, ya brillan los broqueles en la oscuridad... ¡Nuestro Señor del Gran Poder nos asista! Ya comienzan los golpes...; ¡vecina! ¡vecina!, aquí... antes que cierren las puertas. Pero ¡calle! ¿Qué es eso? Aún no han comenzado cuando lo dejan. ¿Qué resplandor es aquél?... ¡Hachas encendidas! ¡Literas! Es el señor obispo.
La Virgen Santísima del Amparo, a quien invocaba ahora mismo con el pensamiento, lo trae en mi ayuda... ¡Ay! ¡Si nadie sabe lo que yo debo a esta Señora!... ¡Con cuánta usura me paga las candelillas que le enciendo los sábados!... Vedlo, qué hermosote está con sus hábitos morados y su birrete rojo...
Dios le conserve en su silla tantos siglos como yo deseo de vida para mí. Si no fuera por él, media Sevilla hubiera ya ardido con estas disensiones de los duques. Vedlos, vedlos, los hipocritones, cómo se acercan ambos a la litera del prelado para besarle el anillo... Cómo le siguen y le acompañan, confundiéndose con sus familiares. Quién diría que esos dos que parecen tan amigos, si dentro de media hora se encuentran en una calle oscura... es decir, ¡ellos... ellos!... Líbreme Dios de creerlos cobardes; buena muestra han dado de sí, peleando en algunas ocasiones contra los enemigos de Nuestro Señor... Pero es la verdad, que si se buscaran... y si se buscaran con ganas de encontrarse, se encontrarían, poniendo fin de una vez a estas continuas reyertas, en las cuales los que verdaderamente baten el cobre de firme son sus deudos, sus allegados y su servidumbre.
Pero vamos, vecina, vamos a la iglesia, antes que se ponga de bote en bote... que algunas noches como ésta suele llenarse de modo que no cabe ni un grano de trigo... Buena ganga tienen las monjas con su organista... ¿Cuándo se ha visto el convento tan favorecido como ahora?... De las otras comunidades, puedo decir que le han hecho a Maese Pérez proposiciones magníficas; verdad que nada tiene de extraño, pues hasta el señor arzobispo le ha ofrecido montes de oro por llevarle a la catedral... Pero él, nada...
Primero dejaría la vida que abandonar su órgano favorito... ¿No conocéis a maese Pérez? Verdad es que sois nueva en el barrio... Pues es un santo varón; pobre, sí, pero limosnero cual no otro... Sin más parientes que su hija ni más amigo que su órgano, pasa su vida entera en velar por la inocencia de la una:
y componer los registros del otro... ¡Cuidado que el órgano es viejo!... Pues nada, él se da tal maña en arreglarlo y cuidarlo, que suena que es una maravilla... Como le conoce de tal modo, que a tientas...
porque no sé si os lo he dicho, pero el pobre señor es ciego de nacimiento... Y ¡con qué paciencia lleva su desgracia!... Cuando le preguntan que cuánto daría por ver, responde: Mucho, pero no tanto como creéis, porque tengo esperanzas. -¿Esperanzas de ver? -Sí, y muy pronto -añade sonriéndose como un ángel-; ya cuento setenta y seis años; por muy larga que sea mi vida, pronto veré a Dios...
¡Pobrecito! Y sí lo verá... porque es humilde como las piedras de la calle, que se dejan pisar de todo el mundo... Siempre dice que no es más que un pobre organista de convento, y puede dar lecciones de solfa al mismo maestro de capilla de la Primada; como que echó los dientes en el oficio... Su padre tenía la misma profesión que él; yo no le conocí, pero mi señora madre, que santa gloria haya, dice que le llevaba siempre al órgano consigo para darle a los fuelles. Luego, el muchacho mostró tales disposiciones que, como era natural, a la muerte de su padre heredó el cargo... ¡Y qué manos tiene! Dios se las bendiga. Merecía que se las llevaran a la calle de Chicarreros y se las engarzasen en oro... Siempre toca bien, siempre, pero en semejante noche como ésta es un prodigio... Él tiene una gran devoción por esta ceremonia de la Misa del Gallo, y cuando levantan la Sagrada Forma al punto y hora de las doce, que es cuando vino al mundo Nuestro Señor Jesucristo... las voces de su órgano son voces de ángeles...
En fin, ¿para qué tengo de ponderarle lo que esta noche oirá? Baste el ver cómo todo lo demás florido de Sevilla, hasta el mismo señor arzobispo, vienen a un humilde convento para escucharle: y no se crea que sólo la gente sabida y a la que se le alcanza esto de la solfa conocen su mérito, sino que hasta el populacho. Todas esas bandadas que veis llegar con teas encendidas entonando villancicos con gritos desaforados al compás de los panderos, las sonajas y las zambombas, contra su costumbre, que es la de alborotar las iglesias, callan como muertos cuando pone maese Pérez las manos en el órgano... y cuando alzan... cuando alzan no se siente una mosca... de todos los ojos caen lagrimones tamaños, y al concluir se oye como un suspiro inmenso, que no es otra cosa que la respiración de los circunstantes, contenida mientras dura la música... Pero vamos, vamos, ya han dejado de tocar las campanas, y va a comenzar la Misa, vamos adentro...
Para todo el mundo es esta noche Noche-Buena, pero para nadie mejor que para nosotros.
Esto diciendo, la buena mujer que había servido de cicerone a su vecina, atravesó el atrio del convento de Santa Inés, y codazo en éste, empujón en aquél, se internó en el templo, perdiéndose entre la muchedumbre que se agolpaba en la puerta.
La iglesia estaba iluminada con una profusión asombrosa. El torrente de luz que se desprendía de los altares para llenar sus ámbitos, chispeaba en los ricos joyeles de las damas que, arrodillándose sobre los cojines de terciopelo que tendían los pajes y tomando el libro de oraciones de manos de las dueñas, vinieron a formar un brillante círculo alrededor de la verja del presbiterio. Junto a aquella verja, de pie, envueltos en sus capas de color galoneadas de oro, dejando entrever con estudiado descuido las encomiendas rojas y verdes, en la una mano el fieltro, cuyas plumas besaban los tapices, la otra sobre los bruñidos gavilanes del estoque o acariciando el pomo del cincelado puñal, los caballeros veinticuatros, con gran parte de lo mejor de la nobleza sevillana, parecían formar un muro, destinado a defender a sus hijas y a sus esposas del contacto de la plebe. Ésta, que se agitaba en el fondo de las naves, con un rumor parecido al del mar cuando se alborota, prorrumpió en una aclamación de júbilo, acompañada del discordante sonido de las sonajas y los panderos, al mirar aparecer al arzobispo, el cual, después de sentarse junto al altar mayor bajo un solio de grana que rodearon sus familiares, echó por tres veces la bendición al pueblo.
Era la hora de que comenzase la Misa.
Transcurrieron, sin embargo, algunos minutos sin que el celebrante apareciese. La multitud comenzaba a rebullirse, demostrando su impaciencia; los caballeros cambiaban entre sí algunas palabras a media voz, y el arzobispo mandó a la sacristía a uno de sus familiares a inquirir el por qué no comenzaba la ceremonia.
-Maese Pérez se ha puesto malo, muy malo, y será imposible que asista esta noche a la Misa de media noche.
Ésta fue la respuesta del familiar.
La noticia cundió instantáneamente entre la muchedumbre. Pintar el efecto desagradable que causó en todo el mundo, sería cosa imposible; baste decir que comenzó a notarse tal bullicio en el templo, que el asistente se puso de pie y los alguaciles entraron a imponer silencio, confundiéndose entre las apiñadas olas de la multitud.
En aquel momento, un hombre mal trazado, seco huesudo y bisojo por añadidura, se adelantó hasta el sitio que ocupaba el prelado.
-Maese Pérez está enfermo -dijo-; la ceremonia no puede empezar. Si queréis, yo tocaré el órgano en su ausencia; que ni maese Pérez, es el primer organista del mundo, ni a su muerte dejará de usarse este instrumento por falta de inteligente.
El arzobispo hizo una señal de asentimiento con la cabeza, y ya algunos de los fieles que conocían a aquel personaje extraño por un organista envidioso, enemigo del de Santa Inés, comenzaban a prorrumpir en exclamaciones de disgusto, cuando de improviso se oyó en el atrio un ruido espantoso.
-¡Maese Pérez está aquí!... ¡Maese Pérez está aquí!...
A estas voces de los que estaban apiñados en la puerta, todo el mundo volvió la cara.
Maese Pérez, pálido y desencajado, entraba en efecto en la iglesia, conducido en un sillón, que todos se disputaban el honor de llevar en sus hombros.
Los preceptos de los doctores, las lágrimas de su hija, nada había sido bastante a detenerle en el lecho.
-No -había dicho-; ésta es la última, lo conozco, lo conozco, y no quiero morir sin visitar mi órgano, y esta noche sobre todo, la Noche-Buena. Vamos, lo quiero, lo mando; vamos a la iglesia.
Sus deseos se habían cumplido; los concurrentes le subieron en brazos a la tribuna, y comenzó la Misa.
En aquel punto sonaban las doce en el reloj de la catedral.
Pasó el introito y el Evangelio y el ofertorio, y llegó el instante solemne en que el sacerdote, después de haberla consagrado, toma con la extremidad de sus dedos la Sagrada Forma y comienza a elevarla.
Una nube de incienso que se desenvolvía en ondas azuladas llenó el ámbito de la iglesia; las campanillas repicaron con un sonido vibrante, y maese Pérez puso sus crispadas manos sobre las teclas del órgano.
Las cien voces de sus tubos de metal resonaron en un acorde majestuoso y prolongado, que se perdió poco a poco, como si una ráfaga de aire hubiese arrebatado sus últimos ecos.
A este primer acorde, que parecía una voz que se elevaba desde la tierra al cielo, respondió otro lejano y suave que fue creciendo, creciendo, hasta convertirse en un torrente de atronadora armonía.
Era la voz de los ángeles que atravesando los espacios, llegaba al mundo.
Después comenzaron a oírse como unos himnos distantes que entonaban las jerarquías de serafines; mil himnos a la vez, que al confundirse formaban uno solo, que, no obstante, era no más el acompañamiento de una extraña melodía, que parecía flotar sobre aquel océano de misteriosos ecos, como un jirón de niebla sobre las olas del mar.
Luego fueron perdiéndose unos cantos, después otros; la combinación se simplificaba. Ya no eran más que dos voces, cuyos ecos se confundían entre sí; luego quedó una aislada, sosteniendo una nota brillante como un hilo de luz... El sacerdote inclinó la frente, y por encima de su cabeza cana y como a través de una gasa azul que fingía el humo del incienso, apareció la Hostia a los ojos de los fieles. En aquel instante la nota que maese Pérez sostenía trinando, se abrió, se abrió, y una explosión de armonía gigante estremeció la iglesia, en cuyos ángulos zumbaba el aire comprimido, y cuyos vidrios de colores se estremecían en sus angostos ajimeces.
De cada una de las notas que formaban aquel magnífico acorde, se desarrolló un tema; y unos cerca, otros lejos, éstos brillantes, aquéllos sordos, diríase que las aguas y los pájaros, las brisas y las frondas, los hombres y los ángeles, la tierra y los cielos, cantaban cada cual en su idioma un himno al nacimiento del Salvador.
La multitud escuchaba atónica y suspendida. En todos los ojos había una lágrima, en todos los espíritus un profundo recogimiento.
El sacerdote que oficiaba sentía temblar sus manos, porque Aquél que levantaba en ellas, Aquél a quien saludaban hombres y arcángeles era su Dios, era su Dios, y le parecía haber visto abrirse los cielos y transfigurarse la Hostia.
El órgano proseguía sonando; pero sus voces se apagaban gradualmente, como una voz que se pierde de eco en eco y se aleja y se debilita al alejarse, cuando de pronto sonó un grito en la tribuna, un grito desgarrador, agudo, un grito de mujer.
El órgano exhaló un sonido discorde y extraño, semejante a un sollozo, y quedó mudo.
La multitud se agolpó a la escalera de la tribuna, hacia la que, arrancados de su éxtasis religioso, volvieron la mirada con ansiedad todos los fieles.
-¿Qué ha sucedido? ¿Qué pasa? -se decían unos a otros, y nadie sabía responder, y todos se empeñaban en adivinarlo, y crecía la confusión, y el alboroto comenzaba a subir de punto, amenazando turbar el orden y el recogimiento propios de la iglesia.
-¿Qué ha sido eso? -preguntaban las damas al asistente, que precedido de los ministriles, fue uno de los primeros a subir a la tribuna, y que, pálido y con muestras de profundo pesar, se dirigía al puesto en donde le esperaba el arzobispo, ansioso, como todos, por saber la causa de aquel desorden.
-¿Qué hay?
-Que maese Pérez acaba de morir.
En efecto, cuando los primeros fieles, después de atropellarse por la escalera, llegaron a la tribuna, vieron al pobre organista caído de boca sobre las teclas de su viejo instrumento, que aún vibraba sordamente, mientras su hija, arrodillada a sus pies, le llamaba en vano entre suspiros y sollozos.
-Buenas noches, mi señora doña Baltasara, ¿también usarced viene esta noche a la Misa del Gallo? Por mi parte tenía hecha intención de irla a oír a la parroquia; pero lo que sucede... ¿Dónde va Vicente? Donde va la gente. Y eso que, si he de decir la verdad, desde que murió maese Pérez parece que me echan una losa sobre el corazón cuando entro en Santa Inés... ¡Pobrecito! ¡Era un Santo!... Yo de mí sé decir que conservo un pedazo de su jubón como una reliquia, y lo merece..., pues, en Dios y en mi ánima, que si el señor arzobispo tomara mano en ello, es seguro que nuestros nietos le verían en los altares... Mas ¡cómo ha de ser!... A muertos y a idos, no hay amigos... Ahora lo que priva es la novedad... ya me entiende usarced. ¡Qué! ¿No sabe nada de lo que pasa? Verdad que nosotras nos parecemos en eso: de nuestra casita a la iglesia, y de la iglesia a nuestra casita, sin cuidarnos de lo que se dice o déjase de decir...; sólo que yo, así... al vuelo... una palabra de acá, otra de acullá... sin ganas de enterarme siquiera, suelo estar al corriente de algunas novedades.... Pues, sí, señor; parece cosa hecha que el organista de San Román, aquel bisojo, que siempre está echando pestes de los otros organistas; perdulariote, que más parece jifero de la puerta de la Carne que maestro de solfa, va a tocar esta Noche-Buena en lugar de Maese Pérez. Ya sabrá usted, porque esto lo ha sabido todo el mundo y es cosa pública en Sevilla, que nadie quería comprometerse a hacerlo. Ni aun su hija, que es profesora, y después de la muerte de su padre entró en el convento de novicia. Y era natural: acostumbrados a oír aquellas maravillas, cualquiera otra cosa había de parecernos mala, por más que quisieran evitarse las comparaciones. Pues cuando ya la comunidad había decidido que, en honor del difunto y como muestra de respeto a su memoria, permanecería callado el órgano en esta noche, hete aquí que se presenta nuestro hombre, diciendo que él se atreve a tocarlo... No hay nada más atrevido que la ignorancia... Cierto que la culpa no es suya, sino de los que le consienten esta profanación...; pero así va el mundo... y digo... no es cosa la gente que acude... cualquiera diría que nada ha cambiado desde un año a otro. Los mismos personajes, el mismo lujo, los mismos empellones en la puerta, la misma animación en el atrio, la misma multitud en el templo... ¡Ay si levantara la cabeza el muerto! Se volvía a morir por no oír su órgano tocado por manos semejantes. Lo que tiene que, si es verdad lo que me han dicho las gentes del barrio, le preparan una buena al intruso. Cuando llegue el momento de poner la mano sobre las teclas, va a comenzar una algarabía de sonajas, panderos y zambombas que no hay más que oír... Pero, ¡calle!, ya entra en la iglesia el héroe de la función. ¡Jesús, qué ropilla de colorines, qué gorguera de cañutos, qué aire de personaje! Vamos, vamos, que ya hace rato que llegó el arzobispo, y va a comenzar la Misa...; vamos, que me parece que esta noche va a darnos que contar para muchos días.
Esto diciendo la buena mujer, que ya conocen nuestros lectores por sus ex abruptos de locuacidad, penetró en Santa Inés, abriéndose, según costumbre un camino entre la multitud a fuerza de empellones y codazos.
Ya se había dado principio a la ceremonia.
El templo estaba tan brillante como el año anterior.
El nuevo organista, después de atravesar por en medio de los fieles que ocupaban las naves para ir a besar el anillo del prelado, había subido a la tribuna, donde tocaba unos tras otros los registros del órgano, con una gravedad tan afectada como ridícula.
Entre la gente menuda que se apiñaba a los pies de la iglesia se oía un rumor sordo y confuso, cierto presagio de que la tempestad comenzaba a fraguarse y no tardaría mucho en dejarse sentir.
-Es un truhán, que por no hacer nada bien, ni aun mira a derechas -decían los unos.
-Es un ignorantón que, después de haber puesto el órgano de su parroquia peor que una carraca, viene a profanar el de maese Pérez -decían los otros.
Y mientras éste se desembarazaba del capote para prepararse a darle de firme a su pandero, y aquél apercibía sus sonajas, y todos se disponían a hacer bulla a más y mejor, sólo alguno que otro se aventuraba a defender tibiamente al extraño personaje, cuyo porte orgulloso y pendantesco hacía tan notable contraposición con la modesta apariencia y la afable bondad del difunto maese Pérez.
Al fin llegó el esperado momento, el momento solemne en que el sacerdote, después de inclinarse y murmurar algunas palabras santas, tomó la Hostia en sus manos... Las campanillas repicaron, semejando su repique una lluvia de notas de cristal; se elevaron las diáfanas ondas de incienso, y sonó el órgano.
Una estruendoso algarabía llegó los ámbitos de la iglesia en aquel instante y ahogó su primer acorde.
Zampoñas, gaitas, sonajas, panderos, todos los instrumentos del populacho, alzaron sus discordantes voces a la vez; pero la confusión y el estrépito sólo duró algunos segundos. Todos a la vez, como habían comenzado, enmudecieron de pronto.
El segundo acorde, amplio, valiente, magnífico, se sostenía aún brotando de los tubos de metal del órgano, como una cascada de armonía inagotable y sonora.
Cantos celestes como los que acarician los oídos en los momentos de éxtasis; cantos que percibe el espíritu y no los puede repetir el labio; notas sueltas de una melodía lejana, que suenan a intervalos traídas en las ráfagas del viento; rumor de hojas que se besan en los árboles con un murmullo semejante al de la lluvia; trinos de alondras que se levantan gorjeando de entre las flores como una saeta despedida a las nubes; estruendos sin nombre, imponentes como los rugidos de una tempestad; coros de serafines sin ritmo ni cadencia, ignota música del cielo que sólo la imaginación comprende; himnos alados, que parecían remontarse al trono del Señor como una tromba de luz y de sonidos... todo lo expresaban las cien voces del órgano, con más pujanza, con más misteriosa poesía, con más fantástico color que lo habían expresado nunca.
Cuando el organista bajó de la tribuna, la muchedumbre que se agolpó a la escalera fue tanta y tanto su afán por verle y admirarle, que el asistente, temiendo, no sin razón, que le ahogaran entre todos, mandó a algunos de sus ministriles para que, vara en mano, le fueran abriendo camino hasta llegar al altar mayor, donde el prelado le esperaba.
-Ya veis -le dijo este último cuando le trajeron a su presencia; vengo desde mi palacio aquí sólo por escucharos. ¿Seréis tan cruel como maese Pérez, que nunca quiso excusarme el viaje, tocando la Noche-Buena en la Misa de la catedral?
-El año que viene -respondió el organista-, prometo daros gusto, pues por todo el oro de la tierra no volvería a tocar este órgano.
-¿Y por qué? -interrumpió el prelado.
-Porque... -añadió el organista, procurando dominar la emoción que se revelaba en la palidez de su rostro- porque es viejo y malo, y no puede expresar todo lo que se quiere.
El arzobispo se retiró, seguido de sus familiares. Unas tras otras, las literas de los señores fueron desfilando y perdiéndose en las revueltas de las calles vecinas; los grupos del atrio se disolvieron, dispersándose los fieles en distintas direcciones; y ya la demandadera se disponía a cerrar las puertas de la entrada del atrio, cuando se divisaban aún dos mujeres que, después de persignarse y murmurar una oración ante el retablo del arco de San Felipe, prosiguieron su camino, internándose en el callejón de las Dueñas.
-¿Qué quiere usarced, mi señora doña Baltasara? -decía la una-, yo soy de este genial. Cada loco con su tema... Me lo habían de asegurar capuchinos descalzos y no lo creería del todo... Ese hombre no puede haber tocado lo que acabamos de escuchar... Si yo lo he oído mil veces en San Bartolomé, que era su parroquia, y de donde tuvo que echarle el señor cura por malo, y era cosa de taparse los oídos con algodones... Y luego, si no hay más que mirarle al rostro, que según dicen, es el espejo del alma... Yo me acuerdo, pobrecito, como si lo estuviera viendo, me acuerdo de la cara de maese Pérez, cuando en semejante noche como ésta bajaba de la tribuna, después de haber suspendido al auditorio con sus primores... ¡Qué sonrisa tan bondadosa, qué color tan animado!... Era viejo y parecía un ángel... no que éste ha bajado las escaleras a trompicones, como sí le ladrase un perro en la meseta, y con un color de difunto y unas... Vamos mi señora doña Baltasara, creame usarced, y creame con todas veras... yo sospecho que aquí hay busilis...
Comentando las últimas palabras, las dos mujeres doblaban la esquina del callejón y desaparecían.
Creemos inútil decir a nuestros lectores quién era una de ellas.
Había transcurrido un año más. La abadesa del convento de Santa Inés y la hija de maese Pérez hablaban en voz baja, medio ocultas entre las sombras del coro de la iglesia. El esquilón llamaba a voz herida a los fieles desde la torre, y alguna que otra rara persona atravesaba el atrio, silencioso y desierto esta vez, y después de tomar el agua bendita en la puerta, escogía un puesto en un rincón de las naves, donde unos cuantos vecinos del barrio esperaban tranquilamente que comenzara la Misa del Gallo.
-Ya lo veis -decía la superiora-, vuestro temor es sobremanera pueril; nadie hay en el templo; toda Sevilla acude en tropel a la catedral esta noche. Tocad vos el órgano y tocadle sin desconfianza de ninguna clase; estaremos en comunidad... Pero... proseguís callando, sin que cesen vuestros suspiros. ¿Qué os pasa? ¿Qué tenéis?
-Tengo... miedo -exclamó la joven con un acento profundamente conmovido.
-¡Miedo! ¿De qué?
-No sé... de una cosa sobrenatural... Anoche, mirad, yo os había oído decir que teníais empeño en que tocase el órgano en la Misa, y ufana con esta distinción pensé arreglar sus registros y templarle, al fin de que hoy os sorprendiese... Vine al coro... sola... abrí la puerta que conduce a la tribuna... En el reloj de la catedral sonaba en aquel momento una hora... no sé cuál... Pero las campanas eran tristísimas y muchas... muchas... estuvieron sonando todo el tiempo que yo permanecí como clavada en el dintel, y aquel tiempo me pareció un siglo.
La iglesia estaba desierta y oscura... Allá lejos, en el fondo, brillaba como una estrella perdida en el cielo de la noche una luz muribunda... la luz de la lámpara que arde en el altar mayor... A sus reflejos debilísimos, que sólo contribuían a hacer más visible todo el profundo horror de las sombras, vi... le vi, madre, no lo dudéis, vi a un hombre que en silencio y vuelto de espaldas hacia el sitio en que yo estaba recorría con una mano las teclas del órgano, mientras tocaba con la otra sus registros... y el órgano sonaba; pero sonaba de una manera indescriptible. Cada una de sus notas parecía un sollozo ahogado dentro del tubo de metal, que vibraba con el aire comprimido en su hueco, y reproducía el tono sordo, casi imperceptible, pero justo.
Y el reloj de la catedral continuaba dando la hora, y el hombre aquel proseguía recorriendo las teclas. Yo oía hasta su respiración.
El horror había helado la sangre de mis venas; sentía en mi cuerpo como un frío glacial y en mis sienes fuego... Entonces quise gritar, pero no pude. El hombre aquel había vuelto la cara y me había mirado.., digo mal, no me había mirado, porque era ciego... ¡Era mi padre!
¡Bah!, hermana, desechad esas fantasías con que el enemigo malo procura turbar las imaginaciones débiles... Rezad un Paternóster y un Avemaría al arcángel San Miguel, jefe de las milicias celestiales, para que os asista contra los malos espíritus. Llevad al cuello un escapulario tocado en la reliquia de San Pacomio, abogado contra las tentaciones, y marchad, marchad a ocupar la tribuna del órgano; la Misa va a comenzar, y ya esperan con impaciencia los fieles... Vuestro padre está en el cielo, y desde allí, antes que daros sustos, bajará a inspirar a su hija en esta ceremonía solemne, para el objeto de tan especial devoción.
La priora fue a ocupar su sillón en el coro en medio de la Comunidad. La hija de maese Pérez abrió con mano temblorosa la puerta de la tribuna para sentarse en el banquillo del órgano, y comenzó la Misa.
Comenzó la Misa y prosiguió sin que ocurriese nada de notable hasta que llegó la consagración. En aquel momento sonó el órgano, y al mismo tiempo que el órgano un grito de la hija de maese Pérez.
La superiora, las monjas y algunos de los fieles corrieron a la tribuna.
¡Miradle! ¡Miradle! -decía la joven fijando sus desencajados ojos en el banquillo, de donde se había levantado asombrada para agarrarse con sus manos convulsas al barandal de la tribuna.
Todo el mundo fijó sus miradas en aquel punto. El órgano estaba solo, y no obstante, el órgano seguía sonando... sonando como sólo los arcángeles podrían imitarlo en sus raptos de místico alborozo.
-¡No os lo dije yo una y mil veces, mi señora doña Baltasara, no os lo dije yo!... ¡Aquí hay busilis! Oídlo; ¡qué!, ¿no estuvisteis anoche en la Misa del Gallo? Pero, en fin, ya sabréis lo que pasó. En toda Sevilla no se habla de otra cosa... El señor arzobispo está hecho y con razón una furia... Haber dejado de asistir a Santa Inés; no haber podido presenciar el portento... y ¿para qué?, para oír una cencerrada; porque personas que lo oyeron dicen que lo que hizo el dichoso organista de San Bartolomé en la catedral no fue otra cosa... -Si lo decía yo. Eso no puede haberlo tocado el bisojo, mentira... aquí hay busilis, y el busilis era, en efecto, el alma de maese Pérez. 

lunes, 11 de mayo de 2015

El Código de Las Brujas y Las Enseñanzas de Los Antiguos

Escuchad ahora la palabra de las Brujas,
Los secretos que en la noche escondemos,
Cuando la oscuridad era el destino de nuestro camino,
y que ahora lo dirigimos a la luz.

Misteriosos Agua y Fuego, Tierra y Aire,
Por su escondida esencia los conocemos,
Y mantendremos en silencio.

El eterno renacimiento de la Naturaleza,
El paso del Invierno a la Primavera,
Compartimos con él la Vida Universal,
Regocijándonos en el Anillo Mágico.

Cuatro veces al año los Sabbats Mayores
Retornan, y las Brujas son vistas
En Lammas y Candlemas, bailando,
En la noche de Beltane y la vieja Samhain.

Cuando el día y la noche son iguales,
El Sol está más cercano o lejano,
Los cuatro Sabbats Menores se celebran,
Y las Brujas se reúnen en celebración.

Trece Lunas de plata cada año tienen
Y trece son las reuniones de los Coven;
Trece veces los Esbaths se celebran,
Por cada precioso año y día.

El Poder legado a través de las eras,
Transmitido siempre entre hombre y mujer,
De época en época trascurriendo,
Desde el momento en que empezaron los tiempos.

Cuando el círculo mágico es trazado,
Sea por Espada o Athame de poder,
Su compás entre los dos mundos yace,
En la Tierra de las Sombras por esa hora.

El mundo común no debe saber entonces,
Y el mundo de abajo tampoco dirá,
Que los Dioses Antiguos se invocan allí,
Y Alta Magia es realizada.

Dos son los pilares místicos,
Que se erigen en el altar,
Y dos son los poderes de la naturaleza,
Las formas y las fuerzas divinas.

La oscuridad y la luz en sucesión,
Los opuestos unidos en uno,
Mostrados como Dios y Diosa,
como nos enseñaron nuestros ancestros.

Por la noche él es el Jinete del Salvaje Viento,
El Astado, el Señor de las Sombras.
Por el día, el Rey de los Bosques,
el Morador de las verdes llanuras.

Ella es joven o vieja a voluntad,
Navega las rasgadas nubes en su barca,
La Brillante Dama Plateada de la medianoche,
La Anciana que teje encantamientos en la oscuridad.

El Señor y la Señora de la Magia,
Que moran en lo profundo de nuestra mente,
Inmortales y siempre renaciendo,
Con poder para liberar o atar.

Bebed pues vino con los Antiguos Dioses,
Y bailad y hacer el amor en sus alabanzas,
Hasta que la hermosa tierra de Elphane nos reciba,
En paz para el resto de nuestros días.

Y sea “Haz lo que quieras” el desafío,
Así como por Amor no dañes a nadie,
Puesto que este es el único mandamiento,
Por la Magia de los Antiguos ¡que así sea!

viernes, 8 de mayo de 2015

Monólogo de Lilith

Olvidaste que fuimos hechos de polvo cósmico, somos iguales. ¿En qué momento comenzaste a posar como pavo real, mientras la humanidad se hundía en el lodo de la guerra y la miseria? La mitología me señaló con la culpa de tenerte entretenido entre juegos, sexo, engaños, brujerías. Estoy lejos de considerar ese pasaje.
Aunque un día fuimos felices, nuestra relación se deterioró muy temprano. Sentí tristeza de alejarme, de decirte “no más”, después empecé a verte como a un padre o a un amante desolado, cada vez más incapaz de cumplir promesas de tierras a los elegidos, cada vez menos eficiente en hacer llover maná del cielo.
Sin embargo, nunca has engañado a nadie, por eso puedo mirarte a los ojos y escupir sobre tu nombre. Fui consciente de las desventajas patriarcales, pude darme cuenta de cómo fueron calladas poco a poco mis amadas hijas, mis profetisas suplantadas, mis hechiceras calcinadas, mis madres declaradas impuras. Sangré con sus dolores, ¿a dónde se fueron las otras, cada una con su historia? Como un testigo de segunda, como Lilith la diosa de escasos poderes, he actuado en nombre de mis hijas, he llevado conmigo cada sufrimiento, cada negación, cada injusticia, cada amordazamiento lo he vivido en mi carne cósmica.
Entré en guerra cuando me nombraste capitana del otro bando, a mí, la auto-exiliada, la que se desnudó ante ti porque te deseaba, la que un día fue feliz contigo y dejó de serlo porque así es el desencanto, porque me decidí por seres menos perfectos que tú, porque vi valor y virtud en los perdedores, inteligencia en las mujeres, astucia en los pecadores, ternura en los arrepentidos, abandono y compasión en los moribundos.
Así fue que terminé, sin darme cuenta, ocupándome de los seres que no quieren nacer.
Aquellos que por una extraña visión saben con lo que se van a encontrar y me llaman para que los salve del porvenir y, de paso, para que salve a sus madres de la culpa de haberlos tirado en esta cloaca que es el mundo, y que algunas de mis extraviadas siguen llenando con seres que no querían llegar, con seres no deseados.
Mi fecundidad es excesiva y libre de culpa, consiste en tomarme el semen que sobra de las relaciones sexuales de todos los hombres de la tierra. Vivo preñada y a la vez pariendo espiritejos, hijos naturales de los hombres, seres sin cuerpo, demonios con los mismos derechos de los hijos legítimos.
Mi lujuria va de la mano con la alegría, el derroche, el ingenio, la gracia y la intuición.
Mi pasión legitima la existencia de seres libres.
Mi conocimiento para dar la vida y al mismo tiempo poderla quitar, me hace Diosa.
Por ese conocimiento me has envidiado, me has temido, has enviado sobre mí la oscuridad, me vinculaste a las sombras, a la rebeldía, a la perversión, cuando no hay nada más perverso que tu orden de atacar.
Un día cualquiera me senté a descansar en mi desierto y terminé observándome una herida en el bajo vientre, escarbé en ella con los dedos y empezaron a salirme todos los pobres de la tierra, hordas de hombres y mujeres desarraigados, incurables para la existencia, sin mayor posesión que sus dolorosas llagas de humildad, silencio, desamor, rebeldía y pesadumbre. ¿A qué horas los creaste a tu imagen y semejanza, sin mayor posesión que la miseria de existir? ¿En qué momento me dejé acorralar tanto en mi condición demoníaca? ¿Por qué no acudí a sus no nacimientos? ¿Por qué no estuve en la repartición?, alguna cosa pude haber hecho por ellos. He ahí mi culpa, he ahí mi culpa, dejar esto en tus pulcras e inequitativas manos.
Dejaste campear la codicia por el mundo, he hizo bien su trabajo, permeó hasta tus discípulos, tus representantes participaron creando más desigualdad, absolvieron la injusticia, colaboraron activamente en toda clase de asesinatos y holocaustos. ¿Cómo los miras a los ojos cuando te alaban, sin que los borres de tajo de la faz de la tierra?
Actúas con ellos de manera absurda, benevolencia que perjudica tu imagen de Dios justo y compasivo.
Seguí observando mi herida y salieron miles de mis hijas, de todos los tiempos, aquellas que siempre llevo conmigo, las que no clasificaron como seres humanos, aquellas que sabían la magia de quitar un dolor de muela, enamorar a un hombre o hacer dormir a un niño, las que por eso ardieron en hogueras, haciendo inmensa mi llaga; las que fueron tratadas con crueldad hasta someterlas, venderlas, menospreciarlas; esas que van quedando en el olvido donde también escondieron a sus hijos y protegieron a la humanidad para que un día fuera eso, humanidad.
Me incliné para besar las lenguas de las que blasfeman y escupen odio, las lamí para apaciguarlas, pero mis lágrimas se confundieron con mi sangre y no pude estar más tiempo ahí, contemplándome, contemplándolas.
Levanté la mirada de mi bajo vientre y agucé la vista en el desierto. He ahí la magnitud de mi tarea, cada mujer, un grano de arena, y yo sentada llorando por el pasado sin contar todas aquellas que llevo a cuestas.

Olvidaste ya que un día fuimos felices. Es evidente tu furia desde el antiguo testamento y mi acorralamiento fundacional, pero sabes bien que tú y yo no existimos, porque al negarme a mí, tú te esfumas, por no venir de ningún lado. Vine a contar tu pasado, yo que fui testigo de segunda, ahora soy lengua viperina porque la humanidad debe saber que a quien divinizaron ya fue superado en maldad por aquellos que avaló con su nombre.
Un día fuimos felices. Llevo a mis lloronas colgadas de los senos, a los desvalidos sobre la planta de mis manos, para las rebeldes es mi trono, para las lujuriosas mi simpatía, para las infames los buenos augurios.
A ti sólo me resta decirte: “gobernará una Diosa”, y partiré de la compasión a la misericordia en sentido inverso.

domingo, 3 de mayo de 2015

Barcos fantasma

En el año 1.610 un capitán holandés decía haber hecho un pacto con el diablo para hacer sus travesías en la mitad del tiempo normal. En uno de sus viajes intentaba doblar el cabo de Buena Esperanza, insultaba a su tripulación en la tormenta exigiéndoles más esfuerzos; al ver que no lo conseguía por más que lo intentaban invocó al diablo para que lo ayudara. En ese momento un rayo cayó sobre la cubierta y de la llamarada surgió un anciano que le gritó: “¡serás maldito y condenado a navegar eternamente tú y tus hombres en este mar tempestuoso, sin poder volver jamás a puerto!”.



Años más tarde un capitán afirmó ver mientras doblaba el cabo con terrible tormenta un barco negro, con el velamen hecho jirones ondeando al viento, de aspecto siniestro y tripulado por esqueletos. Otros muchos navegantes lo vieron navegando en mares turbulentos de todo el mundo, y así nació la leyenda del Holandés Errante. Un testigo de excepción fue el rey de Gran Bretaña Jorge V, cuando aún era príncipe y viajaba como cadete en el H.M.S. Inconstant en 1881 a través del Pacífico. En su diario con fecha 11 de Julio escribe: “A las 4 de la mañana cruzó ante nuestra proa “El Holandés Errante”. Emitía una extraña luz fosforescente, como un buque fantasma todo fulgurante, en medio de la cual destacaban con fuerte relieve los palos, vergas y velamen de un bergantín a 200 yardas de distancia que se aproximaba por la amura de babor, donde también lo vio el oficial de guardia en el puente, y asimismo el guardiamarina del alcázar, que fue enviado inmediatamente al castillo de proa, pero cuando llegó allí ya no había vestigio ni signo alguno de haberse avistado ningún buque material, ni cerca ni a lo lejos en el horizonte, siendo la noche clara y estando la mar en calma.”
En 1.975, durante una expedición de estudio y filmación a bordo del yate New Freedom, en mar abierto y a unas setenta y cinco millas al nordeste de  las Bimini, la tripulación se hallaba absorta contemplando una tormenta eléctrica de gran intensidad acompañada de lluvia. El Dr. Jim Thorne, director de la expedición, que estaba tomando fotografías en color con una Pentax de 35 mm sacó una instantánea justo en el momento en que un rayo parecía partir en dos el horizonte. Al revelar la foto descubrió que la cámara había captado lo que parecía ser la vela de un gran velero antiguo de aparejo en cruz, a unos veinticinco o treinta metros de su barco. los expertos que analizaron la foto no encontraron trucaje alguno ni errores en el material.
Las supersticiones de los hombres del mar no son cosa de broma, y no son antiguos los hechos probados que dan fe de sucesos extraños.
En 1.858, el Great Eastern era el barco de pasajeros a vapor más grande del mundo, aunque desde su construcción los trabajadores le tuvieron como un barco que traía mala suerte; de hecho, varios de ellos perecieron durante su construcción, además un remachador desapareció misteriosamente.
El día de su botadura no fue mejor: quedó atascado y pasaron varios meses hasta que pudo flotar libremente.
Durante la travesía las cosas no mejoraron. A las pocas horas de salir de puerto una de las chimeneas explotó matando a seis tripulantes. Durante todo el crucero los pasajeros y la tripulación se vieron molestados por unos golpes secos de martillo que parecía provenir del fondo del casco, y aunque buscaron por todas partes no encontraron la fuente de tan molesto ruido. Durante una tormenta las gigantescas ruedas de paleta que impulsaban al barco salieron disparadas desde los lados, la tripulación no pudo más y aterrorizados se negaban a obedecer las órdenes del capitán.
El barco consiguió llegar a puerto pero nunca volvió a funcionar como vapor de línea. En 1885 se empezó a desguazar, en el casco hallaron los restos del remachador desaparecido. Para muchos fue su espectro el que golpeaba el casco tal como debió de hacerlo el trabajador durante sus últimos días de vida emparedado entre las planchas metálicas del casco.
Un caso menos morboso es el de W.H. Prosser en el Triángulo de las Bermudas. Mientras dirigía su barco una noche de aguas tranquilas hacia Florida. Tras comprobar que no había ninguna embarcación en el radar una fuente de luz a estribor le hizo girarse para descubrir asombrado que estaba a punto de chocar con un enorme barco de lujo, iluminado en todo su esplendor como si fuera un gran hotel de cinco estrellas. Se afanó en evitar la colisión y situarse en posición paralela a la enorme embarcación, pero cuando volvió la vista se encontró con que había desaparecido de allí para aparecer en la amura de babor y girado 45 grados, y en cosa de segundos desapareció. El asombrado capitán lo llamó el barco del Holandés errante Hilton, por supuesto no apareció en el radar en ningún momento. 
En 1.944 la tripulación del buque petrolero SS Watertown sufrió un incendió y como resultado del mismo murieron dos marineros por asfixia. Con gran pena por parte de sus compañeros sus cuerpos fueron arrojados al mar frente a las costas de México. Al día siguiente el primer oficial creyó ver las caras de los dos marineros flotando cerca del casco, pero no se resignó a creer lo que veían sus ojos. Sin embargo, durante el resto de la travesía las caras aparecieron a diario dando oportunidad a toda la tripulación de ver el fenómeno. Al llegar a puerto el capitán Watertown compró una cámara de fotos  y en el viaje de vuelta sacó una foto a las caras, que cada vez se fueron haciendo más tenues hasta desaparecer.
El submarino alemán UB-65 fue construido en el año 1916, durante la Primera Guerra Mundial. A lo largo de su construcción, una serie de accidentes costaron la vida a cinco personas e hirieron a varias más. Aunque la tripulación no era partícipe de subir a una nave con tan malos augurios la necesidad les hizo dejar a un lado sus supersticiones. Durante los preparativos para la primera inmersión un marinero se lanzó al agua sin previo aviso, el capitán continuó y se llevó a cabo la inmersión. Los problemas surgieron al intentar salir a superficie, además el agua empezaba a filtrarse por el casco, hasta que alcanzó las baterías provocando humos mortales. En un intento desesperado el capitán logró salir a la superficie con la tripulación casi muerta por asfixia.
De nuevo en puerto, mientras se aprovisionaba de combustible un torpedo explotó de manera inexplicable matando a seis hombres, entre ellos al lugarteniente. Poco después un oficial y un marinero declararon aterrados haber visto el fantasma del lugarteniente. Varias semanas más tarde, mientras patrullaban frente a las costas inglesas el fantasma apareció de pie en proa, ocurriendo lo mismo al llegar a puerto. Minutos más tarde de su llegada un ataque aéreo acabó con la vida del capitán. Tras estos hechos se requirieron los servicios de un capellán para que exorcizara el buque.
Todo fue bien desde entonces en el UB-65, al menos durante unos meses, hasta que el jefe de artillería enloqueció y se suicidó, al día siguiente un marinero saltó al agua y murió. En la siguiente batalla, como no podía ser de otra manera, fue alcanzado. Las luces del interior relampagueaban y un misterioso resplandor verde cubría el casco. Una vez más el UB-65, a pesar de estar averiado, consiguió llegar a puerto.
Al final de la guerra, un barco americano, guiado por una extraña señal, llegó hasta el UB-65. Su tripulación al verlo abandonado lo remolcó. Súbitamente una explosión se produjo en el submarino y antes de que se hundiese, la figura fantasmal del oficial apareció por última vez.
En diciembre de 1660 se hundió una nave británica en las aguas francesas del Paso de Caláis, el único que salió con vida fue una persona llamada Hugo Williams. Después de ciento veintiún años, otro barco inglés naufragó en las mismas aguas y sólo se salvó un marinero de nombre Hugo Williams. El 5 de agosto de 1820 toda una familia que navegaba el río Támesis, falleció a causa del hundimiento del bote, el único sobreviviente fue un pequeño de cinco años Hugo Williams…

Durante la Segunda Guerra Mundial, en julio de 1940, una mina colocada por los alemanes destruyó un pesquero inglés en el Mar del Norte. Hubo sólo dos sobrevivientes, pero llevaban el mismo nombre, ya que uno era sobrino del otro: Hugo Williams… 

viernes, 1 de mayo de 2015

La "Mata Hari" española, triste dama de la crónica negra.

Las sospechas se confirmaron pronto. Los restos humanos aparecidos en casa de la marquesa pertenecían a su propia hija, fallecida a causa de una larga enfermedad. La mano, guardada en una lechera. Los ojos y la lengua, amputados con la destreza digna de un cirujano.  Y una foto inmortalizando a ambas, en el lecho de muerte de la hija, poco antes de la brutal "carnicería". El escándalo salpicó a una sociedad todavía en posguerra que observó con repugna como una de los miembros más famosos de alta sociedad copaba los periódicos acusada de un delito de profanación. Es el año 1954  y nadie se explica como una mujer educada, licenciada en derecho y que había servido como espía a España, pudiera cometer tales actos.  Una mañana, Madrid se despierta con un trágico suceso, la marquesa descuartizó a su propia hija siguiendo un ritual.  
La vida de Margarita Ruiz de Lihory bien podía haber protagonizado un guión cinematográfico. Sin embargo, es tristemente recordada como uno de los personajes más oscuros de nuestro país y como una de las asesinas más crueles de la historia negra de España.
Margarita era hija de Soledad Resines de la Bastida y de José Mª Ruiz de Lihory, político influyente durante los primeros años de reinado de Alfonso XII. Desde joven, recibió una esmerada educación. Estudió derecho y cursó también estudios de medicina en Valencia, y mientras las damas de la época estudiaban el "catecismo", ella apostó por un feminismo más que rebelde, se divorció de su esposo (Ricardo de Shelly) con quién había tenido cuatro hijos y se marchó a Marruecos, donde se dedicó al periodismo ejerciendo como corresponsal del diario La Correspondencia. Entre los años 1919 y 1923, sus crónicas de guerra y sus fotografías sobre el norte del continente africano llamaron la atención de los lectores españoles. Pero también llamaron la atención del General Primo de Rivera a quién había conocido algunos años antes en Valencia. Hay que decir, que en aquella época las relaciones diplomáticas entre Marruecos y España y que los rudimentarios servicios secretos españoles  actuaban especialmente en la zona del Rif. Margarita fue "reclutada" como espía. Sin embargo, esta aventura acabó convirtiéndola en amante del rebelde rifeño Abd-el-Krim, y por lo tanto, en doble espía, un hecho que le ha valido el apelativo de "la Mata Hari española". 
Tras la aventura en Marruecos, Margarita se marchó a EEUU donde vivió entre 1923 y 1928, desarrollando sus habilidades como pintora y dando conferencias feministas. Aunque algunos cuestionan la autoría de sus retratos, se dice que fue retratista de algunos de los hombres más importantes del momento como el presidente cubano Gerardo Machado o el presidente del gobierno mexicano, Álvaro de Obregón. 
Poco antes de los años 30, Margarita de Lihory regresó a España y se instaló con sus cuatro hijos, a los que había dejado al cuidado de su madre. Mantuvo el contacto con algunos de los hombres más importantes del momento, pues todos conocían su bagaje y su historia. Mujer de gran belleza, se le "suponen" romances con algunos de los hombres más influyentes del momento, como Primo de Rivera o Lluis Compayns. Muchos la catalogan como una mujer excepcional: feminista, abogada, pintora, pianista y también espía. Sin embargo, algo cambió el curso de la historia. Y lo que debería haber sido una vida llena de luz, pasó pronto a ser una de las crónicas más oscuras de las secciones de sucesos.
La leyenda negra: el crimen de la mano cortada
La vida de la Marquesa de Lihory podría haber pasado a la historia como la biografía de una mujer excepcional. Pero todo cambió el 30 de enero de 1954. Esa tarde, su propio hijo Luis Shelly, denunció a su madre en una comisaría. El motivo aparentemente era inofensivo: la viuda estaba obsesionada con los animales, tenía muchos de ellos. El problema era que, cuando éstos morían, la marquesa los diseccionaba personalmente. 

Hasta ahí, nada extraño, a no ser la curiosa afición de la marquesa que, dicho sea de paso, no era algo ilegal. Porqué entonces la preocupación de su hijo?.
Según Luis, la marquesa había tenido en los últimos meses un comportamiento muy raro y el servicio había dado cuenta de ello. Pero lo mas extraño ocurrió tras la muerte de su hija mayor el 19 de enero de aquel año a los 42 años, y hermana del denunciante.
La marquesa pidió quedarse sola con el cuerpo de su hija durante toda una noche. Según el hijo de la marquesa, a la mañana siguiente, las tijeras de disección de la marquesa aparecieron sobre la cama de su hija.
Ante la denuncia de su propio hijo, el escándalo no tardó en llegar a la prensa. Las autoridades intervinieron pronto y decidieron entrar en la casa de la acusada, situado en la Calle Princesa. Las sospechas empezaron a amenazar a la marquesa. Allí se encontraron, en varios tarros que contenían los ojos y la lengua de un ser humano, además de una mano de mujer. Tras la exhumación del cadáver, todas las sospechas se confirmaron: los miembros amputados pertenecían a Margot, a quién también se le había rasurado todo el pelo antes de ser enterrada. 
Tanto la Marquesa como el que entonces era su esposo, José María Bassols, fueron detenidos y llevados al pabellón psiquiátrico de Carabanchel, donde los médicos esperaban encontrar respuesta a semejante comportamiento.  Sin embargo, los interrogatorios duraron poco. Bassols fue retenido como encubridor del delito durante más tiempo, pero la marquesa abandonó pronto la prisión, dicen que por una misteriosa llamada que hizo que fuera puesta en libertad de inmediato. Siempre se ha dicho que los favores de guerra y espionaje tienen una contraprestación en el futuro. Sin embargo, las principales interrogantes sobre este caso aún estaban por resolver.
Años después, Margarita murió sola y completamente arruinada. 
¿Qué es lo que llevó a Margarita a cometer estos actos?
Ni los psiquiatras ni las investigaciones pueden aportar una respuesta precisa sobre los motivos de este comportamiento. Lo cierto es que al parecer Margarita de Lihory, era aficionada al espiritismo, doctrina muy en auge durante los años veinte. Además, su padre el barón de Alcahalí estaba relacionado con los círculos masónicos de Valencia y era autor del libro "Los endemoniados de Balsa", por lo que Margarita pudo verse contagiada por estas aficiones de su padre.
Otras fuentes también indican que durante su estancia en Marruecos, Margarita pudo entrar en contacto con diferentes sectas y participar en algunos de sus rituales, y de ahí esa morbosa afición por la disección ritual de animales que llevaba a cabo con normalidad. Lo cierto es que estas teorías se ven reforzadas teniendo en cuenta que el rasurado de los cadáveres es una práctica habitual en los enterramientos musulmanes.