viernes, 20 de febrero de 2015

La leyenda de la antigua calle de la Cueva (Madrid)

Cerca de la Gran Vía, entre las calles San Bernardo y Libreros, se encuentra la calle Marqués de Leganés, que antiguamente se llamaba calle de la Cueva, por unos hechos terribles que allí sucedieron a finales del siglo XVI. Una tradición que nos habla de cómo la codicia corrompe a las personas. 
Vivía en este lugar de las afueras de la época don Alonso Peralta, contable del rey Felipe II, en una gran mansión con bellos y grandes jardines. Bajo ellos había una cueva o mina cuya entrada fue tapiada en su día para evitar robos a través de sus túneles. Cuenta la tradición que de esta cueva comenzaron a salir gritos y lamentos a altas horas de la noche, por lo que los vecinos decidieron entrar a inspeccionarla, sin encontrar el motivo de dichas voces. Como los gritos seguían escuchándose, cundió el rumor de que se trataba de algún alma en pena que pedía ayuda, por lo que la familia Peralta encargó misas por sus difuntos en el cercano monasterio de Santa Ana de los  Bernardos.
Hacía poco tiempo que esta zona, junto al portillo de Santo Domingo, una de las entradas menores a la ciudad, habían asesinado a don Gonzalo Pico dos hombres cubiertos por sus capas y chambergos, aquellos sombreros de ala ancha. Gonzalo era esposo de doña Munia Ximénez y tenían una hija, que tras la muerte de su padre había sido enviada, según su madre, a pasar una temporada con unos parientes. A don Gonzalo, que era comendador de la orden de Alcántara, le enterraron en la capilla mayor del monasterio de los Bernardos, fundado por don Alonso Peralta. 
El caso es que los criados de la casa de Peralta que trabajaban en los jardines contaron un día que al anochecer habían visto a una figura vestida de blanco cruzando el jardín, y que por su apariencia era el comendador asesinado. Y como al día siguiente volvieron a ver esta figura, se atemorizaron tanto que decidieron no volver a trabajar en los jardines. La historia comenzó a propagarse, más aún por el relato de un monje con trastornos mentales que aseguraba que a media noche había visto salir al comendador de su tumba y maldecir a su esposa, por ser la causa de su muerte.
Entre alaridos nocturnos y apariciones, el ambiente en el barrio era de auténtico espanto. Ocurrió que  doña Munia falleció pocos meses después y, el día de su entierro, los monjes contaron que doña Munia se había aparecido y había revelado al abad una historia horrorosa: que su hija estaba encerrada en la cueva, donde un tío materno la había llevado a buscar el tesoro que don Gonzalo, padre de la niña, había ocultado allí, en la propiedad de sus parientes, para dárselo a la niña como dote cuando llegara el momento de casarse. Los monjes contaron esta historia a los Peralta y se volvió a inspeccionar la mina con mayor detenimiento y, efectivamente, hallaron el cadáver de la chica, que fue enterrada junto a  su padre. 
La Justicia tomó cartas en el asunto e hizo confesar a los tíos de la niña, los hermanos de doña Munia. Así se supo que fueron ellos quienes mataron a don Gonzalo Pico para que su hermana pudiera reclamar aquel tesoro, que estaba oculto en la propiedad de los Peralta. Sólo la chica sabía su paradero, porque había bajado a la cueva con su padre para esconderlo. Se descubrió que uno de los tíos obligó a la joven a acompañarle, que entraron por el hueco del desagüe y que se produjo un derrumbe que aplastó a la joven. El hombre escapó abandonando allí a la chica, y todos, incluida la madre, ocultaron la desgracia para no ser imputados.
De todo esto se concluye que ni hubo voces del más allá ni espectros paseantes en los jardines de Peralta. Todo fue inventado por los hermanos de doña Munia en su intento de que los jardineros descubrieran el cadáver. Se decía que la imagen vista por aquel pobre monje fue real, ya que la hermana de doña Munia se hizo pasar por ella ante él. En cuanto a la revelación de tipo espiritual concedida al abad, no se discutió, cabe pensar que pudo producirse por confesión de doña Munia, atormentada por su mala conciencia en su lecho de muerte. 
En paralelo a esta calle, llamada Marqués de Leganés desde 1894, pero más cerca aún de la Gran Vía,  está la calle Flor Alta, llamada antes Flor de Peralta por los bellos jardines que allí había. Toda esta propiedad fue vendida por los herederos de Peralta al marqués de Astorga y marqués de Leganés, entre otros títulos. Cuando éste construyó su palacio en este lugar ordenó revisar la cueva o mina y tapiar sus túneles. Al crearse allí la calle se la llamó de la Cueva en memoria de estos hechos.

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