Si el hereje no se convertía a la
verdadera fe, le untaban manteca de cerdo en los pies y le metían en un brasero
al rojo vivo, de los tobillos hacía abajo no le quedaban más que muñones de
huesos carbonizados. A continuación se proseguía con las manos.
De este modo los frailes
dominicos, grandes cazadores de herejes, encontraron su forma de ser útiles.
El anillo auto mortificante
Este ingenio se utilizaba para
impedir la erección del órgano genital masculino mediante las púas dispuestas
por el lado interior.
A diferencia del cinturón de
castidad femenino, que era una forma de humillación impuesta para asegurar la
fidelidad conyugal, y más a menudo, impuesta por el terror a sufrir actos de
violencia carnal, el anillo auto mortificante era una forma de sufrimiento que
el hombre, generalmente el religioso, se imponía voluntariamente para intentar
alcanzar un estado de perfeccionamiento lento moral o espiritual.
La necesidad de mortificación era
una de las enseñanzas más recurrentes en la religión cristiana, como freno a la
concupiscencia y como libre adhesión al sufrimiento redentor de Jesucristo: la
salvación del alma a través de la mortificación de la carne. Preocupados por
imitar la pasión de Cristo y por alejar las tentaciones pecaminosas de la
"carne", los religiosos se infligían numerosas formas de suplicio
tales como el cilicio, el collar claveteado, el cinturón de espinas o la
autoflagelación.
El aplasta cabezas veneciano
(1500 a 1700)
Los aplasta cabezas, de lo que se
tienen noticias ya en la Edad Media, gozan de la estima de las autoridades de
buena parte del mundo actual. La barbilla de la víctima se coloca en la barra
inferior y el casquete es empujado, hacia abajo por el tornillo.
Cualquier comentario parece
superfluo. Primero se destrozan los alvéolos dentarios, después las mandíbulas.
hasta que el cerebro se escurre por la cavidad de los ojos y entre los
fragmentos del cráneo.
Aunque hoy en día ya no sean
instrumentos de pena capital, los aplasta cabezas todavía se usan para
interrogatorios. El casquete y la barra inferior actuales están recubiertos de
material blando que no dejan marcas sobre la víctima.
El aplasta pulgares, en Europa en
general.
Simple y muy eficaz, el
aplastamiento de los nudillos, falanges y uñas es una de las torturas más
antiguas. Los resultados, en términos de dolor infligido con relación al
esfuerzo realizado y al tiempo consumido, son altamente satisfactorios desde el
punto de vista del torturador, sobre todo cuando se carece de instrumentos
complicados y costosos.
En el aparato veneciano con tres
barras horizontales pueden introducirse dos pulgares y cuatro dedos, pero es
tosco comparado con el instrumento austriaco.
Una obra de arte en su género,
este último está realizado según exigentes criterios técnicos y se corresponde
en todos los detalles con las normas especificadas en la "Constitutio
Criminalis Theresiana", el anacrónico códice promulgado por la emperatriz
María Teresa para procedimientos y torturas inquisitoriales publicado en Viena
en 1769, época en la cual la tortura había sido abolida hacía décadas en
Inglaterra, Prusia, Toscana y algunos principados menores (en Toscana se había
abolido incluso la pena de muerte por primera vez en Europa). Esta normativa
imponía a todos los jueces de la corona austriaca el someter a cualquier
acusado que no quisiera confesar por propia voluntad a las "peinliche
Fragenn'', las preguntas dolorosas", es decir a extraer una confesión
mediante una serie de torturas que eran descritas e ilustradas con preciso
racionalismo científico, hasta los mininos detalles, incluidos el grosor de
cuerdas , el número de eslabones de las cadenas, la longitud de clavos y
tornillos, los grados de mutilación permanente permitidos para diferentes
grados de acusaciones.
Arañas españolas, en Europa en
general (1500 a 1800)
También llamadas "arañas de
la bruja", garras con cuatro puntas unidas en forma de tenazas constituían
herramientas fundamentales del verdugo. Servían tanto frías como calientes,
para alzar las víctimas por las nalgas, los senos, el vientre, y la cabeza, a
menudo con dos puntas en los ojos y en las orejas.
Muy usado hoy en día por la
policía del Tercer Mundo, especialmente para interrogar a las mujeres.
Armas de carceleros, en Europa en
general (1600 a 1800)
Estos instrumentos se distinguen
de las armas militares por las cabezas, que no son adecuadas para guerrear
contra enemigos provistos de corazas y armados, sino para controlar turbas de
prisioneros semi-desnudos, evidentemente desarmados. Tal como el agarra
cuellos, el aro con la abertura en forma de trampa al extremo de un asta de dos
metros de longitud. Un preso, o cualquier fugitivo que intentara escapar de un
alguacil escondiéndose entre la multitud, es fácilmente capturado: una vez que
el cuello es aferrado por la trampa, no tiene otra posibilidad que seguir, sin
chistar, a su captor.
El agarra cuellos se usa todavía
en centenares de cárceles y muchas veces forma parte del equipo de las fuerzas
antidisturbios. Las versiones modernas a veces están electrificadas.
La aureola del tonto o la corona
de escarnio con campanilla.
Se trata de una modalidad de
escarnio público suave, aplicado sobre todo a aquellos que se habían comportado
de una manera estúpida, absurda o necia hasta el punto de haber ocasionado
molestias a la colectividad.
El castigado era encadenado durante horas al palo de la picota, o
simplemente en la plaza pública, llevando en la cabeza este ridículo aparato,
siendo incluso obligado en ocasiones a llevarlo puesto mientras hacía su vida
cotidiana. Hasta aquí todo podría parecer soportable... pero la feroz crueldad
de la gente le hacía sufrir no sólo humillaciones, sino que también era
mancillado en público, y recibía golpes, patadas, pedradas... y otras cosas.
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