Ilustre Dama:
Pues que desde ahora lo relativo
a los muertos me interesa más que lo concerniente a los vivos, releía no hace
mucho lo que me escribísteis un día sobre los vampiros, esos pretendidos
cadáveres deambulantes que se suponía existieron en Hungría y en Polonia.
Vuestras reflexiones a propósito
son maravillosas, es decir dignas de vos.
Lamentábais razonablemente los
errores de la ignorancia y de la superstición y os apenaba que Dom Calmet
hubiera prestado fe a la quimera de los vampiros.
¡Qué ilusión, en realidad, es creer en alguna ocasión que cuerpos
separados de las almas hayan podido dejar sus tumbas para darse una vuelta
chupándole la sangre aquí y allá a los vivos! ¡Ah, cómo dejar de advertir que,
como decís muy bien, "ese color vivo y esas carnes firmes que se
encuentran en los cadáveres de los supuestos vampiros luego de la exhumación,
no tenían otra causa fuera de la calidad de una tierra propia para obrar
aquellos prodigios"!; y esta apuntación fue luego confirmada por los
experimentos hechos en Hungría, los cuales sirvieron para desengañar a la
gente, como quiera que aun hoy hay personas escrupulosamente fieles a esas
ridículas supersticiones.
Nada me ha convencido tanto de la
flaqueza del espíritu humano, como la obstinación que un religioso polaco, que
también vos conocísteis, me sostuvo haber visto con sus ojos un vampiro, y
haber sido testigo de los atroces hechos que él cometió en un convento.
"Era superior en nuestra
casa de Lublín", me contaba, "cuando murió uno de nuestros padres.
Apenas fue expuesto su cadáver en la Iglesia, donde debía quedar hasta el día
siguiente, cuando vinieron a avisarme que el rostro se le había encendido sorprendentemente
y que lo vieron pasear por el dormitorio. Corrí a su ataúd y efectivamente
reconocí que estaba rojo como el fuego; en consecuencia le ordené, en virtud de
la santa obediencia, no perturbar el reposo de nadie, y le previne que si
intentaba hacer así fuera un mínimo movimiento, le haría cortar la cabeza y
meter un palo en el corazón. (Es el modo que se usaba en las verificaciones de
quienes eran creídos vampiros; secreto infalible para poner fin a sus trágicas
hazañas.)
"Pero algunas horas más
tarde recomenzó el alboroto y entonces fui a la iglesia con toda la comunidad,
y dije al muerto, que tenía siempre la cara encendida: «¡Tú lo has querido,
padre, y no me culpes; y para castigarte por tu sedición, apelando al derecho
que me es conferido como tu superior, ordeno que te corten la cabeza y que te
traspasen el corazón!»
"La cosa fue cumplida al
instante, y el vampiro levantó los pies varias veces, y exhaló un fuerte grito.
Pensé que, desde entonces, estaríamos tranquilos: pero una gritería espantosa
difundió la alarma en el monasterio durante la noche; y duró hasta el día
siguiente, cuando fui una vez más donde el cadáver para noticiarle que, desde
el momento que la amputación no había servido para hacerlo volver a la razón,
sería quemado a la tarde, en el medio del mismo patio. Se preparó la hoguera, y
el cuerpo, arrojado entre las llamas, en breve se redujo a cenizas, pero
suscitando una tan horrible tempestad que la casa parecía que iba a
desplomarse.
Sí, esto es exactamente lo que he
escuchado contar de viva voz por un religioso -que por otra parte fue
destituido por el obispo de Cracovia por haber hecho tal demostración en
público, pero lo cual no obstante no le impedía creer y referir a la redonda
una historia tan absurda: en verdad, el fanatismo no razona. Aquel hecho estuvo
en labios de todos, en Polonia, al igual que el otro, acontecido en Lemberg, en
el que anduvo de por medio un estudiante declarado vampiro, y como tal
castigado.
Pero ¿qué os pueden importar las palabras, ahora que estáis en la fuente
de la verdad? ¡Ay, excusádme; excusádme, pues soy un alma extraviada en el
dolor y que a todo se aferra, sin saber por qué! Así hace el viajero que ha
perdido el camino; va y viene, y advierte vagas huellas que a cada paso más y
más le debían...
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