Gilles de Montmorency-Laval, baron de Rais, llamado Gilles de Rais (o
Gilles de Retz) (10 de septiembre de 1404 - 26 de octubre de 1440), fue un
noble y asesino en serie francés del siglo XV que luchó en los años finales de
la Guerra de los Cien Años junto a Juana de Arco a la que siguió y en la que creyó
siempre.
Consiguió convertirse en mariscal tras
su participación en la Guerra de los 100 años y amasó una gran fortuna. Pero,
su buena fama en los pueblos franceses se vio truncada cuando se descubrió las
atrocidades que había cometido con centenares de niños y niñas en una corte
formada por brujos, alquimistas, videntes y adoradores del Diablo. Se dice que
podía poseer una mentalidad psicopática - originada en su infancia - y que
podía haber sufrido una gravísima esquizofrenia.
Este hombre impulsivo, cuyos crímenes
contradecían su exacerbada fe y creencia cristiana, que seguía esa frase de San
Agustín: Felix culpa! - traducido cómo ¡Dichosa culpa! - y que
tuvo un anhelado deseo del perdón de Dios inspiró a Charles Perrault a la hora
de explicar la historia de Barba Azul.
Georges Bataille lo calificó como un
niño con poder, de poseer una monstruosidad esencialmente infantil y tener un
carácter arcaico. En sus juicios, de Rais dijo que actuó según la naturaleza
impuesta por los astros y que no pudo controlarlo.
Infancia y
juventud
El primer hijo de uno de los grandes
linajes de Francia, Guy II de Laval y Marie de Craon, nació en la torre negra
del castillo de Champtocé, bañado por el río Loira en la región de Bretaña.
Durante su infancia estuvo muy unido a su hermano pequeño, René de Susset (1407
- † ...), con quién fue encomendado a varios tutores eclesiásticos y nodrizas,
quienes abandonaron su puesto debido a la mente sádica y cruel de Gilles.
Un hecho que marcó a Gilles fue la
muerte de su padre durante una sesión de caza. Guy II de Laval, después de
herir a un verraco, fue embestido por éste en un último intento de venganza y
le incrustó los cuernos en el estómago. Gilles, que tenía 9 años, visionó la
escena y vio agonizar a su padre y cómo sus vísceras se esparcían por su lecho.
Más adelante, Gilles reconstruyó esta escena con sus víctimas y se quedaba
ensimismado con el espectáculo de sangre y entrañas que tenía delante de sí.
La viuda Marie de Craon murió poco
después y Gilles y su hermano quedaron bajo la tutela de su abuelo materno:
Jean de Craon, un hombre que enseñó a sus nietos el narcisismo, la soberbia, el
poder, el orgullo con los que Gilles fue desarrollando su personalidad. De
Rais, que veía como su abuelo prestaba más atención a su nieto pequeño, se
refugió en la biblioteca. Allí encontró un libro muy especial para él: Las
vidas de los doce césares de Suetonio. Sus páginas le
mostraron cómo los césares, hombres poderosos donde los hubiera, hacían lo que
querían sin dar explicaciones posteriores a nadie - sus emperadores favoritos
fueron los desequilibrados Nerón, Tiberio y Calígula, la vida de los cuales
influyeron en su vida adulta - y según dijo en sus juicios, De Rais no tuvo
ningún gobierno de su abuelo e hizo siempre lo que quiso moviéndose por
impulsos violentos la mayoría de veces.
Con 14 años su abuelo le regaló una
armadura milanesa y fue proclamado caballero. Manejó la espada, pronto se
aburrió de practicar sólo con peleles - muñecos construidos para la práctica -
e inició a relucir su agresividad hacia todo ser viviente que hubiera cercano a
él. Primero fueron animales, pero luego fueron personas. Un caso fue el de su
amigo de la infancia y compañero Antoin: después de proponerle un duelo con
machetes, a Gilles se le fue de las manos y le clavó el suyo en el cuello. En
vez de ayudarle en salvarle la vida, Gilles observó como su amigo se desangraba
y disfrutó con la escena. Tenía 15 años y fue su primer asesinato. Debido a su
condición de noble y la intermediación de su abuelo, De Rais quedó sin condena
y la familia - de origen humilde - de Antoin aceptó la indemnización que se les
ofreció. Otros delitos que se conocen son alguna que otra perversión sexual
que, claro, quedaron sin castigo.
Su abuelo De Craon - hombre sin
escrúpulos - sólo quería engrandecer su fortuna y poder de forma calculadora, a
diferencia de Gilles - hombre también carente de escrúpulos - que se dejaba
llevar por sus impulsos violentos, pero que era un inútil en política. Un hecho
describe la personalidad de abuelo y nieto: cuando intentaron extorsionar a una
familia raptando a una gran dama; sus tres hermanos quisieron rescatarla y
fueron encarcelados también por Craon, de forma que uno de ellos murió de
hambre.
Acciones
militares
Su enorme agresividad y psicopatía le
llevó a alistarse en el ejército para desahogarse con los enemigos a los que se
enfrentaba. Su abuelo De Craon quería que llegase a la cumbre del poder francés
y para ello le recomendó a Guillaime La Jumelliers como consejero en política,
estrategias militares y finanzas. Se puso a las órdenes de Juan V, duque de
Bretaña en las querellas residuales de la Guerra de Sucesión Bretona, entre los
Montforts y los Penthièvres. Luchó siempre en la vanguardia con sus soldados -
tropas pagadas por él - y sus compañeros de armas lo admiraban porque parecía
poseído cuando luchaba dando mandobles, con una rapidez y fuerza increíbles,
pareciendo que eran los demonios quienes regían sus movimientos.
Con 17 años, de vuelta a casa después de
esta campaña, Gilles raptó a su prima Catherine de Thouarscon - de 15 años - y se
casó con ella ese mismo día, el 24 de abril de 1422. La familia Thouarson
poseía varios castillos que, unidos a los suyos, harían de la unión la familia
más rica y potente de Francia. Pero Gilles se equivocaba y la familia de su
mujer no aceptó la unión matrimonial, por lo que en venganza Gilles raptó a su
suegra y la encerró a pan y agua hasta que cedió los castillos que él pedía.
Mientras tanto, Gilles y su primera esposa tardaron siete años en tener
descendencia - Marie, nacida en 1429 - debido a las tendencias homosexuales que
le hicieron desinteresarse por su mujer. Catherine, con su hija en brazos, huyó
y se refugió en uno de los castillos de su padre y Gilles nunca mostró algún
interés en ambas.
Después de las campañas de Juan V,
Gilles rindió tributo a Carlos VII - delfín de Francia en aquel momento - para
combatir contra los ingleses y sus aliados de Borgoña. Lo reclutó Georges La
Tremoille - gran chambelán del rey - hombre astuto y hábil que vio la capacidad
combativa y guerrera de Gilles, el cual arrastraba a los soldados hacia las
batallas. Entonces, La Tremoille podía aprovechar para mantenerse en el poder
mediante los éxitos militares. En esta época - en la cual, la guerra era un
juego para los nobles - Gilles conoció en 1429 a Juana de Arco, con la que
quedó fascinado y maravillado por su historia y belleza física.
El Delfín Carlos entregó un pequeño
ejército a Gilles y a Juana para liberar Orleans del asedio inglés. Junto a
ellos estaban otros generales como el Bastard de Órleans - Conde de Dunois - el
Duque de Alençon y La Hire. En sólo 8 días las fuerzas francesas lograron
levantar un sitio que duraba ya varios meses. Entraron triunfales en la ciudad
y todo el mundo los veían como los salvadores de Francia. Poco después
contribuyó en las victorias francesas en la Batalla de Jargeau y en la Batalla
de Patay. Su audacia y violencia en combate era comparable a la de los berseker
vikingos. Gilles llegó a decir durante las campañas con Juana que ella era Dios
y que si debía de matar ingleses por mandato de Dios, así lo haría. Se
convirtió en su escolta y protector salvándola en varias ocasiones en los
fragores de las batallas, como en el ataque a París a finales de 1429. Pese a
la matanzas y crueldades de la guerra, Gilles se sentía realizado espiritualmente,
ya que Juana lo inspiraba y había rendido un gran servicio a su patria. Además,
en este mismo año fue proclamado mariscal de Francia con tan sólo 25 años -
caso único en la historia francesa-, amasando una inmensa fortuna y adoptó la
flor de lis en su escudo de armas, mientras Carlos VII fue proclamado rey el 17
de julio en la Catedral de Reims.
Mientras disfrutaba de su mando de
mariscal de Francia, ocurrió otro hecho que le marcó: la captura y condena a
muerte en la hoguera de su amiga Juana de Arco el 31 de mayo de 1431. Pese a
que intentó ayudarla contratando un pequeño ejército de mercenarios, aún no se
sabe qué pasó para que no llegara a tiempo, ya que tan sólo se encontraba a 25
kilómetros de Ruán, localidad en que se llevó a cabo el juicio. Su última
acción en la Guerra de los Cien Años fue en la batalla de Lagny en agosto de
1432, de la cual salió victorioso.
Además de la muerte de Juana de Arco, el
chambelán La Tremoille - su protector - cayó en desgracia en 1434 después de la
campaña de amparo al duque de Bourbon contra el duque de Borgoña, que sitiaba
la ciudad de Grancey. Perdida su condición de mariscal, Gilles se refugió en el
castillo de Tiffauges - ubicado en la Vendée - y se convirtió en un demonio que
afloró sus instintos más perversos. Su mente se volvió más enfermiza debido a
que no participaba en guerras para tranquilizarse y, tras la muerte de su
abuelo en 1432, Gilles tuvo plena libertad para hacer lo que quisiera, como los
emperadores romanos cuya vida leyó tiempo atrás.
Su negra barba de azulados reflejos hizo
que se le llamara Barba Azul. Era culto, aunque no reflexivo, ávido de riquezas
pero más despilfarrador. Desde este momento se entrega a los más locos
dispendios para satisfacer sus más caros caprichos. No se recuerda príncipe o
rey que hubiese llevado un lujo semejante. Este hombre tenía pasión por todas
las artes, especialmente por la música. Se exacerbaba con los cantos
gregorianos llegando al éxtasis. Si oía decir que si había escuchado una hermosa
voz, no descansaba hasta conseguir llevar a su servicio a quien la poseía, por
muy lejos que estuviera, como los cantores contratados en Poitiers, André Buchet de Vannes y Jean de Rossingol, de La Rochelle, a quienes pervirtió haciéndoles
partícipes de sus orgías y crímenes. Poseía muchos órganos de toda clase. El
sonido de este instrumento le producía tal enajenación, que se los hizo
construir portátiles para que le acompañaran en sus menores traslados.
Consiguió en su exaltación religiosa ser nombrado canónigo de
Saint-Hilaire-de-Poitiers y se rodeó de una comitiva de 50 eclesiásticos junto
con 200 soldados de caballería cuya sede se encontraba en la capilla de los
Saints-Innocents, en Machecoul.
Por otra parte, todo el que acudía a él
participaba de su generosidad; el extranjero era bien recibido, cualquiera que
fuese su condición, a cualquier hora del día o de la noche; tenía hospitalaria
mesa, y era raro que abandonase esa mansión sin salir colmado de dones en
especies o en metálico. Gastaba dinero en ostentación para recuperar el
prestigio perdido. Realizaba grandes banquetes. Gastó la mayoría de su fortuna
en obras teatrales que recordaban sus campañas con Juana y en fiestas para sus
extraños amigos y consejeros. Especialmente significativa fue la representación
de la batalla del Orleans en mayo de 1435. Esta representación teatral contaba
con más de 150 actores, trajes lujosamente detallados, infantería dispuesta con
auténticas armaduras y cuadros que simulaban multitudes. La entrada a este
espectáculo era gratuita e incluso agasajaba a los asistentes con comida y
vinos. La representación costó unas 80.000 coronas de la época. Gracias a la
representación de la batalla de Orleans Gilles rememoró sus días de gloria.
Además mandó a construir autómatas sobre distintos tipos de pájaros, algo que
le hizo menguar su fortuna pero que levantó gran expectación entre las personas
que le frecuentaban.
Para procurar el dinero, que le había
llegado a ser cada vez más necesario, tuvo que apelar a numerosos recursos y
ruinosos contratos. Aposentadores, burgueses y mercaderes son puestos a
contribución, y le adelantan a un interés usurario las sumas que, por una
generosidad imperiosa, se funden entre los dedos y se hunden en un abismo sin
fondo. En 1437 vendió Ingrandes y Champtocé a Juan V de Bretaña por escasos
100.000 escudos. Gilles se aproxima al momento en que se anuncia, amenazadora,
la ruina inevitable. Sus cofres están vacíos; su crédito, agotado; los que le
rodean en las horas dichosas, presintiendo el desastre, se alejan de él. Ante
esta situación se vuelve hacia el esoterismo buscando en la alquimia el modo de
fabricar el oro que le falta (se interesó por el secreto de la Piedra
filosofal). Se rodeó de una corte grotesca de brujas, nigromantes, alquimistas,
entre los que se encontraban Guillaume de Sillé, Roger de Brinqueville, Antonio
de Palerno, Heriet, Poitou, Corrillaut, ... Finalmente, cae en manos de un
embaucador florentino llamado Prelati quien le asegura que llenará sus arcas
gracias a la magia negra.
El mariscal visita con frecuencia a su
cómplice, se informa con ansiedad del resultado de las investigaciones. Prelati
asegura a su señor que, en una de sus invocaciones, ha visto cerca de él al
demonio, pero que esta aparición fantástica se desvaneció sin que hubiera
podido pronunciar palabra alguna. El crédulo mariscal tenía un pánico atroz al
diablo aunque nunca lo veía, hizo caso de Prelatti, con quien tenía una
relación homosexual, y mandó que se redoblasen los ensalmos y los conjuros. En
otras ocasiones Prelatti salía herido después de una de sus invocaciones, que
siempre se relizaban en un cuarto escondido, causando en Gilles más pánico.
Sillé fue el proveedor de todos los elementos para las invocaciones en
Tiffauges y el padre Eustache Blanchet el de contratar a los invocadores como
Prelatti o La Riviére (el cual vio al demonio en una invocación en un bosque en
forma de leopardo, ante la credulidad de Gilles) o alquimistas como Jean Petit,
el cual realizó varios hornos para trabajar con mercurio. Sin embargo los
hornos creados deben ser destruidos ya que el futuro Luis XI, el delfín, visita
a Gilles por una orden del rey Carlos V que condenaba la alquimia como herejía.
Es imposible que el mariscal salga bien de sus empresas -ha dicho uno de los
familiares de Gilles de Rais - si no ofrece al demonio la sangre y los miembros
de niños llevados a la muerte. Porque su lectura habitual la constituyen los
más ardientes poemas de Ovidio y el relato que hace Suetonio de los criminales
sacrificios que exige el rey del Infierno. ¿Qué le importa el sacrificio de
vidas humanas si adquiere a ese precio el poderío que codicia? A esto se unía
además de su voluntad de matar a niños para su disfrute y placer personal.
En su afán por procurarse víctimas para
sus sacrificios, servidores de Gilles de Rais como Henriet y Poitou recorrían
los pueblos y las aldeas buscando niños y adolescentes prometiéndoles que les
harían pajes en los castillos del señor de Rais. Siempre en lugares lejanos;
incluso en algunas el propio Gilles con amabilidad acudía a casas de los
plebeyos para asegurar a los parientes de los niños un prometedor futuro. De
las víctimas los padres no tenían más noticias y si preguntaban les respondían
que estaban bien. Pronto la gente se alarmó, y de Rais recurrió a los raptos.
Entre 1432 y 1440 se llegaron a contabilizar hasta 1.000 desapariciones de
niños de entre 8 y 10 años en Bretaña. Pero la gran locura llegaba por la noche
cuando él y sus esbirros se dedicaban a torturar, vejar, humillar y asesinar a
niños previamente secuestrados. Después de cada sangrienta noche Gilles salía
al amanecer y recorría las calles solitario, como arrepintiéndose de lo hecho,
mientras sus secuaces quemaban los cuerpos inertes de las víctimas. El temor se
apoderó de los habitantes de los pueblos. Los criados tuvieron que ampliar su
campo de acción con lo que el pavor se extendía más y más. Hasta que las
murmuraciones se convirtieron en gritos que llegaron a las más altas
autoridades.
Llegó a utilizar varias de sus
posesiones (no sólo el castillo de Tiffauges) para cometer sus fechorías, como
el castillo de Machecoul, el de Champtocé y la casa de la Suze.
Una vez se aprovechó de unos niños que
eran mendigos y que fueron a pedir limosna inocentemente a su castillo. Gilles
los violó y desmembró. A algunos los violó ya muertos y con las entrañas al
aire. Una vez muertos los abrazaba fuertemente y deliraba; en otras ocasiones
se reía ante los últimos estertores del niño y muchas veces cortaba la vena
yugular haciendo brotar la sangre, causándole gran placer.
En algunas ocasiones cuando asesinaba a
una de sus víctimas se arrepentía y juraba partir hacia Tierra Santa para
redimir sus pecados, pero al poco tiempo volvía a cometer las mismas
atrocidades.
Durante los ocho años de terror, Gilles
parecía no vivir en un mundo real, rodeado de gran fastuosidad y como si no se
diera cuenta de las brutales acciones que llevaba a cabo. Según contó en el
juicio que se le hizo, junto con su grotesca corte, cortaban las cabezas de
varios niños recién muertos y hacían competiciones para elegir los rostros más
bellos. Las cabezas eran ensartadas en picas y las iban calificando. Se llegó a
contar que estas calificaciones las firmaba el mismo diablo, que un brujo
llamado Rivière podía invocar al diablo, o a uno llamado Barrón, al cual le
ofrecían sacrificios como los órganos, ojos, corazones, etc., de las víctimas;
todo esto bajo orgías sexuales y etílicas.
En continuadas ocasiones el hermano de
Gilles, René, intentó salvar el patrimonio familiar que Gilles estaba
vendiendo, incluso con la ayuda del rey crearon una ley por la cual no podían
vender más posesiones. René logró comprar el castillo de Machecoul, y vio que
en este lugar se encontraban los esqueletos de más de 50 niños. Quiso silenciar
lo que vio para evitar posibles malentendidos contra él.
Investigación,
captura y ejecución
Pero llegó el momento de que todo esto
acabara, y ese momento fue cuando el obispo de Nantes, Jean de Malestroit,
investigó las desapariciones de Bretaña y vio que no eran casuales. Malestroit
descubrió los crímenes gracias al hecho de que en plena depresión Gilles vendió
uno de sus últimos castillos, el de Saint-Etienne-de-Memorte al tesorero de
Juan V, Geoffroy de Farron; se enteró Gilles de que un primo suyo, señor de
Villecigne, quería comprar el castillo y creyó que Le Farron no aceptó la
anulación. Este dejó a su hermano Jean, hombre eclesiástico, al frente del
castillo; Gilles en otro de sus impulsos atacó a la iglesia donde Jean
celebraba misa y secuestró a este encerrándolo en Tiffauges. El ataque fue
conocido por el duque de Bretaña y por el propio Malestroit. Juan V mandó a su
hermano el condestable del rey a rescatar a Jean Le Farron mientras él
intentaría la paz con Gilles. Al final Gilles de Rais fue capturado el 15 de
septiembre de 1440 cuando se presentó a las puertas del castillo de Machecoul,
donde estaba entonces Gilles de Rais, un grupo armado al mando del capitán Jean
Labbé, que iba acompañado por el notario Robin Guillaumet, en nombre del obispo
de Nantes. Portaban órdenes del duque. Era el fin. Gilles de Rais se entregó,
junto con Prelatti, Blanche, Henriet y Poitou, y fue llevado a juicio, y el 19
del mismo mes, es decir, cuatro días después de su detención, empezó el
interrogatorio que continuó el día 28, y los días 8, 11, 13, 15 y 22 de
octubre.
En el juicio (altamente detallado y del
que aún existen los escritos del siglo XV), pasaba del insulto a los jueces al
hundimiento más absoluto y fue encerrado en una prisión acomodada por su
condición de noble. Se declaró al principio inocente, pero en uno de los
trastornos de personalidad que ya sufría de años atrás, rectificó y se declaró
culpable quedando muy arrepentido de lo que había hecho el día 15 de octubre y
finalmente el día 22 ante los jueces eclesiásticos, comandados por el obispo de
Saint-Brieuc, documentó todos los asesinatos y las vejaciones que practicaba a
los niños (de entre 7 y 20 años), actuaciones pedófilas, rasgaduras,
colgamientos del techo por ganchos, decapitaciones, etc. Dijo que hasta había
bebido la sangre de los niños, incluso cuando estos aún estaban vivos, que
"necesitaba aquel goce sexual" y que escribió un libro de conjuros
con la supuesta sangre de los asesinados. Fueron confesiones tremendas, toda
Francia se convulsionó ya que la gente no se creía que uno de sus héroes fuera
un hombre tan vil. Se llegaron a constatar 200 víctimas aunque probablemente
fueran muchas más. Fue condenado por asesinato, sodomía y herejía.
Fue tanto el horror que provocó su
confesión que durante el juicio, uno de los presentes cubrió el crucifijo que
presidía la sala por la vergüenza que generaban sus palabras. Según crónicas de
la época las paredes emanaron sangre que lentamente se deslizó hacia el piso
como buscando redención.
Ante su desmedido arrepentimiento fue
incluso objeto de compasión de clérigos y plebeyos y se concedió la petición de
que fuera una comitiva detrás de él hacia su lugar de ejecución. Finalmente el
día 26 de octubre de 1440, Gilles de Rais junto a dos de sus más perversos
colaboradores, habiendo rechazado la gracia real (perdón de la pena que se le
extendía por ser Par de Francia) fue conducido al prado de la Madeleine en
Nantes para ser decapitado. Sus restos fueron enterrados con solemnidad en la
iglesia de las carmelitas de Nantes, a petición del mariscal.
Fragmentos de la
declaración de Gilles de Rais en el juicio
“Yo, Gilles de Rais, confieso que todo
de lo que se me acusa es verdad. Es cierto que he cometido las más repugnantes
ofensas contra muchos seres inocentes –niños y niñas- y que en el curso de
muchos años he raptado o hecho raptar a un gran número de ellos –aún más
vergonzosamente he de confesar que no recuerdo el número exacto- y que los he
matado con mi propia mano o hecho que otros mataran, y que he cometido con
ellos muchos crímenes y pecados".
"Confieso que maté a esos niños y
niñas de distintas maneras y haciendo uso de diferentes métodos de tortura: a
algunos les separé la cabeza del cuerpo, utilizando dagas y cuchillos; con
otros usé palos y otros instrumentos de azote, dándoles en la cabeza golpes
violentos; a otros los até con cuerdas y sogas y los colgué de puertas y vigas
hasta que se ahogaron. Confieso que experimenté placer en herirlos y matarlos
así. Gozaba en destruir la inocencia y en profanar la virginidad. Sentía un
gran deleite al estrangular a niños de corta edad incluso cuando esos niños
descubrían los primeros placeres y dolores de su carne inocente".
"Contemplaba a aquellos que poseían
hermosa cabeza y proporcionados miembros para después abrir sus cuerpos y
deleitarme a la vista de sus órganos internos y muy a menudo, cuando los
muchachos estaban ya muriendo, me sentaba sobre sus estómagos, y me complacía
ver su agonía...".
"Me gustaba ver correr la sangre, me proporcionaba un
gran placer. Recuerdo que desde mi infancia los más grandes placeres me
parecían terribles. Es decir, el Apocalipsis era lo único que me interesaba.
Creí en el Infierno antes de poder creer en el Cielo. Uno se cansa y aburre de
lo ordinario. Empecé matando porque estaba aburrido y continué haciéndolo
porque me gustaba desahogar mis energías. En el campo de batalla el hombre
nunca desobedece y la tierra toda empapada de sangre es como un inmenso altar
en el cual todo lo que tiene vida se inmola interminablemente, hasta la misma
muerte de la muerte en sí. La muerte se convirtió en mi divinidad, mi sagrada y
absoluta belleza. He estado viviendo con la muerte desde que me di cuenta de
que podía respirar. Mi juego por excelencia es imaginarme muerto y roído por
los gusanos”.
“Yo soy una de esas personas para
quienes todo lo relacionado con la muerte y el sufrimiento tiene una atracción
dulce y misteriosa, una fuerza terrible que empuja hacia abajo… Si lo pudiera
describir o expresar, probablemente no habría pecado nunca. Yo hice lo que
otros hombres sueñan. Yo soy vuestra pesadilla
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