Las jaulas colgantes, Italia S.
XVII, XVIII.
Hasta el fin del siglo XVIII, en
los paisajes urbanos y suburbanos de Europa abundaban las jaulas de hierro y de
madera adosadas al exterior de los edificios municipales, palacios ducales,
palacios de justicia, a las catedrales y a las murallas de las ciudades,
también colgando extramuros de altos postes cerca de los cruces de caminos;
frecuentemente había varias jaulas en hilera. Gran cantidad de ejemplos
subsisten hoy en día (por ejemplo en el palacio ducal de Mantua, en el ábside
de la catedral de Münster en Alemania).
Las víctimas, desnudas o casi
desnudas, eran encerradas dentro y colgadas. Sucumbían de hambre y sed, por el
mal tiempo y el frío en invierno, por el calor y las quemaduras solares en
verano; a menudo habían sido torturadas y mutiladas para mayor escarmiento. Los
cadáveres en putrefacción generalmente se dejaban in situ hasta el
desprendimiento de los huesos.
Jaulas y cadenas para ahorcar.
Se encerraba a la víctima, viva,
dentro de la jaula y se la dejaba morir de hambre y sed, a la intemperie tanto
en verano como en invierno y, a menudo, la muchedumbre enfurecida era quien la
mataba.
Las cadenas tenían una finalidad
diferente. La víctima, ahorcada con la soga a la manera tradicional (también
víctimas ajusticiadas de otra forma), ya cadáver, era cubierta completamente
con una envoltura de resina caliente aplicada en estado fluido.
Bien endurecida, esta envoltura
constituía un eficaz retardador de la putrefacción: el cuerpo se mantenía
relativamente intacto incluso durante meses, según las condiciones
atmosféricas. Para prevenir el desprendimiento de los miembros, el cadáver era
envuelto con cadenas o con correas de tela o de cuero, y así engalanado se
colgaba en la plaza como amonestación pública.
El látigo para desollar.
Estos cordeles, en apariencia
inofensivos, tenían una finalidad bien precisa: desollar. Eran empapados en una
solución de sal y azufre disueltos en agua de manera que, debido a las
características de la fibra de cáñamo y a los efectos de la sal y el azufre -
por no hablar de las más de cien "estrellas" de hierro, afiladísimas,
una al final de cada cuerda -la carne lentamente se reduce a pulpa hasta que
sobresalen los pulmones, los riñones, el hígado y los intestinos. Durante este
procedimiento la zona afectada se va remojando con la misma solución pero
calentada hasta su ebullición.
La familia de los látigos es
vasta. Sus miembros varían de tamaño desde gigantes como "el gato de nueve
colas" y el Knut de los boyardos rusos, que podía lisiar un brazo y un
hombro de un sólo golpe, hasta los más finos e insidiosos como el famoso nervio
de toro, que con dos o tres golpes podía cortar la carne de las nalgas hasta
llegar a la pelvis, y finalmente al de hilo trenzado.
Látigos de cadenas, Europa en
general (1650 a 1900)
No se necesitan comentarios para
estos artilugios, que parecen más armas de guerra que instrumentos de tortura;
sin embargo, látigos más o menos similares pero en gran variedad - con 2, 3 y
hasta 8 cadenas, provistas de muchas "estrellas", o bien hojas de
acero cortantes - se usaban, y en cierta medida aún se usan, para flagelar el
cuerpo humano.
La lengua de cabra.
El condenado era aprisionado por
las piernas a un cepo, a continuación le bañaban la planta de los pies con agua
salada y seguidamente ataban al cepo una cabra que habían tenido sin comer ni
beber durante varios días. La cabra lamía la planta de los pies y, a veces
sucedía, que la carne era consumida y el hueso podía llegar a asomar por el
talón.
Máscaras infamantes, en la Europa
germánica (1600 a 1800).
Estos artilugios, que existían en
gran profusión de formas fantasiosas y, a veces, francamente artísticas, desde
1500 hasta 1800, se imponían a quienes habían manifestado imprudentemente su
descontento hacia el orden, contra las convenciones vigentes, contra la
prepotencia del poder machista o, de cualquier forma, contra el estado de las
cosas en general. A través de los siglos millones de mujeres, consideradas
"conflictivas" por su cansancio de la esclavitud doméstica y los
continuos embarazos, fueron así humilladas y atormentadas de esta manera; así
el poder político exponía el escarnio público a los desobedientes y a los
inconformistas; y así el poder eclesiástico castigaba una larga lista de
infracciones menores.
La inmensa mayoría de las
víctimas eran mujeres y el principio que se aplicaba era siempre el de mulier
taceat in ecclesia, "la mujer calle en la iglesia": significa aquí
las jerarquías gobernantes, tanto eclesiásticas como seculares, ambas constitucionalmente
misóginas; el sentido era por tanto "la mujer calla en presencia del
macho". Muchas máscaras incorporaban piezas bucales de hierro , algunas de
éstas mutilaban permanentemente la lengua con púas afiladas y hojas cortantes.
Las víctimas encerradas en las
máscaras y expuestas en la plaza pública, eran también maltratadas por la
multitud. Golpes dolorosos, ser untados con orina y excrementos, y heridas
graves, a veces mortales, eran su suerte.
La mordaza o babero de hierro.
(1600).
Este artilugio sofocaba los
gritos de los condenados, para que no interrumpieran la conversación de los
verdugos. La “caja" de hierro del interior del aro es embutida en la boca
de la víctima y el collar asegurado en la nuca. Un agujero permite el paso del
aire, pero el verdugo lo puede tapar con la punta del dedo y provocar asfixia.
A los condenados a la hoguera eran amordazados de esta manera, sobre todo
durante los "autos de fe" - tal como se llamaban esos grandes
espectáculos públicos en lo que decenas de herejes eran quemados a la vez -
porque los gritos hubieran interferido con la música sacra. Giordano Bruno,
culpable de ser una de las inteligencias más luminosas de su tiempo, fue
quemado en la plaza del Campo dei Fiori en Roma en 1600 con una mordaza de
hierro provista de dos largas púas, una de las cuales perforaba la lengua y
salía por debajo de la barbilla, mientras la otra perforaba el paladar.
La mutilación.
La amputación y pérdida de cualquier miembro del cuerpo humano son
castigos antiquísimos, practicados por todas las sociedades en cualquier tiempo
y lugar. Nariz, orejas, labios y dedos eran cortados, aplastados o abrasados en
un primer nivel de severidad, para después pasar a manos, pies, senos y labios,
y, en tercer lugar, se aplicaba a testículos, penes, brazos, piernas y ojos.
También el corte de la carne en lonchas, como un jamón, la amputación de los
párpados y el corte de algún tendón eran usos comunes en todo el mundo hasta
finales del siglo XVIII. La guadaña de hierro era utilizada para la amputación
de pies y manos. El cepo con un agujero en la parte posterior servía para
triturar los dedos de la víctima mediante unas cuñas de hierro y madera
golpeadas por un mazo hasta dejarlos completamente triturados.
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