jueves, 28 de julio de 2011

Ritos funerarios vikingos

Gracias a la arqueología, las sagas y a la poesía en nórdico antiguo, y sobre todo al relato de Ahmad ibn Fadlan se sabe que los vikingos solían incinerar a sus muertos.
Frecuentemente eran depositados en un drakkar o en una pira de piedra, y se les solía dejar ofrendas según el estatus y la profesión del difunto, entre las que podía incluirse el sacrificio de esclavos. Después se creaba el túmulo amontonando sobre los restos tierra o piedras.
En el caso del drakkar se soltaba en el mar y se dejaba que navegara a la deriva, no sin antes prenderle fuego a la embarcación.
Era común dejar regalos junto al cadáver. Incluso si el cuerpo era quemado en una pira, el difunto recibía presentes, cuya cantidad y valor no dependían del sexo sino únicamente de su posición social. Era importante realizar el ritual correctamente para que el difunto conservase en la otra vida el estatus vital que había poseído en la vida terrenal, y para evitar que se convirtiera en un alma errante condenada a vagar eternamente.
La tumba habitual para un esclavo era, probablemente, poco más que un agujero en la tierra. Se le enterraba de forma que no regresara para atormentar a sus amos y para que pudiera serles de utilidad cuando éstos hubieran muerto. Incluso en ocasiones se les sacrificaba para que cumplieran esa función en la otra vida. A los hombres libres se les enterraba con armas y equipo de monta. Los artesanos podían ser enterrados junto a todas sus herramientas. A las mujeres se las enterraba con sus joyas y a veces con instrumentos para uso doméstico o parte del ajuar.
El enterramiento vikingo más suntuoso descubierto hasta el momento (2008) es el drakkar de Oseberg, que era para una mujer que habría vivido en el siglo IX, se duda si esta mujer era la reina Åsa Haraldsdottir de Agder del clan Ynling, madre de Halfdan III de Vestfold el negro, y abuela de Harald I de Noruega, o una sacerdotisa.
Entre los objetos encontrados en el barco había cuatro trineos con decoración muy elaborada, un carro de caballos de madera de cuatro ruedas ricamente esculpido, pies de cama y baúles de madera. También se hallaron algunos enseres domésticos y agrícolas, así como cierta cantidad de piezas textiles, como prendas de lana, de seda importada y pequeños tapices. La sepultura de Oseberg es uno de los escasos ejemplos de tejidos de la época vikinga, y el carro de madera es el único carro vikingo hallado completo hasta el presente.
Los vikingos creían en una vida después de la muerte. De hecho, esperaban morir durante la batalla para entrar en el Valhalla, el paraíso de los dioses en el que Odín les esperaba para darles una bienvenida heroica. Eran las valquirias las deidades que se encargaban de recoger a los mejores guerreros caídos en batalla y llevarlos al Valhalla.
Los que fallecían por muerte natural iban al Reino de Hel. Para los vikingos este era un lugar lúgubre, donde las almas vagaban entre lo oscuro.
Un funeral vikingo podía suponer un gasto considerable, pero la tumba y las ofrendas no se consideraban un desperdicio. Además de rendir homenaje a los muertos, la tumba constituía un monumento a la posición social de los descendientes.
Si el muerto no era enterrado correctamente o no se le proveían de medios para la otra vida, era posible que no llegase a encontrar la paz en el más allá. La persona muerta podría visitar a sus parientes vivos como un fantasma para atormentarlos. Era una visión horrorosa y ominosa, que se interpretaba como una señal de que más miembros de la familia morirían. Cuando las comunidades eran afectadas por desgracias, sobre todo en tiempos de hambruna, empezaban a aparecer historias de fantasmas. Las sagas mencionan drásticos remedios para librarse de estos fantasmas una vez que habían aparecido. El muerto tenía que volver a morir; se podía atravesar el cadáver con una estaca, o se le cortaba la cabeza para que el difunto no encontrara el camino de vuelta al mundo de los vivos.
Era frecuente quemar los cadáveres y las ofrendas en una pira, en la cual la temperatura alcanzaba los 1400º C; mucho más alta que en un crematorio moderno. Lo único que quedarían serían unos fragmentos de metal y algunos huesos animales y humanos. La pira era construida de forma que la columna de humo fuera lo más grande posible para elevar al difunto a la otra vida.
En el séptimo día tras la muerte de la persona se celebraba la fiesta del sjaund, o fiesta de la cerveza funeraria. La cerveza funeraria era una forma social de demarcar el caso de la muerte. Sólo tras la ceremonia podían los herederos legalmente reclamar la herencia.

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