EL HORRENDO PORTICO AL EXTERIOR
“ Mi grito tuvo el efecto de
hacer que su ritual se sumiera en el caos y el desorden. Me lancé a la carrera
por el sendero de la montaña por el que había subido y los sacerdotes
emprendieron mi persecución, aunque me pareció que algunos se quedaban atrás,
quizá con el fin de completar los Ritos.
Sin embargo mientras descendía
frenéticamente por las pendientes de la fría noche, con el corazón galopando en
mi pecho y la cabeza desbocada, por detrás de mi escuché el sonido de rocas
quebrándose y de truenos que sacudieron el mismo terreno que pisaba. Aterrado,
y por la prisa caí al suelo. Me incorporé y grité para enfrentarme al atacante
que tuviera mas cerca, a pesar de que iba desarmado.
Para mi sorpresa, lo que vi no
fue ningún sacerdote de un horror antiguo ni a ningún nigromante del Arte
Prohibido, sino las túnicas negras caídas sobre la hierba y los matorrales, sin
la presencia de vida o cuerpos en ellas. Con cautela me acerqué a la primera y,
recogiendo una rama, la alce de los matorrales espinosos. Lo único que quedaba
del sacerdote era un charco de limo parecido al aceite verde; despedía el olor
de un cuerpo que se hubiera podrido bajo el Sol.
Ese hedor casi me hizo perder el
sentido, pero estaba decidido a encontrar a los otros y averiguar si les había
acaecido la misma fortuna. Al regresar por la pendiente por la que solo unos
momentos antes había huido con tanto pavor, topé con otro de los obscuros
sacerdotes y lo encontré en condiciones idénticas al primero. Seguí andando, y
pasé al lado de mas túnicas, aunque ya no me atreví a levantarlas.
Entonces, por fin llegué hasta el
monumento de roca gris que se había alzado de forma antinatural en el aire ante
el comando de los sacerdotes. Ahora había vuelto a posarse sobre el suelo, pero
las tallas seguían brillando con luz supernatural. Las serpientes, o lo que en
aquel momento tomé como tales, habían desaparecido. Pero en las brasas muertas
del fuego, ya frías y negras, había una placa de lustroso metal.
La recogí y vi que estaba
tallada, igual que la piedra, aunque de forma muy intrincada, de una manera que
no fui capaz de comprender. No exhibía los mismos trazos que la roca, pero tuve
la sensación de que casi podía leer los caracteres, aunque me fue imposible,
como si alguna vez hubiera conocido la lengua y ya la hubiera olvidado. Empezó
a dolerme la cabeza como si un diablo la estuviera aporreando y, entonces, un
haz de luz de luna se posó sobre el amuleto de metal, porque ahora se lo que
era, y una voz penetró en mi mente y con una sola palabra me contó los secretos
de la escena de la que había sido testigo: Kutulu.
En ese instante, como si me lo
hubieran susurrado con vehemencia en el oído, lo comprendí. Habían unos signos
tallados en la roca gris. El primero en forma de estrella de cinco puntas es el
signo de nuestra raza mas allá de las estrellas y que, en la lengua que me
enseñó el Amanuense, se llama Arra, un emisario de los antiguos. En la lengua
de la ciudad mas antigua de Babilonia, era Ur.
Es el signo de la alianza de los
dioses mayores, y cuando lo vean, ellos que nos lo dieron a nosotros, no nos
olvidarán. ¡Lo han jurado! ¡espíritu de los cielos, recuerda! El segundo es el
signo mayor, casi en forma de J, y es la llave con la cual al emplearse las
palabras y formas adecuadas, se pueden invocar los poderes de los dioses
mayores. Posee un nombre, y se llama Agga. El tercero es el signo del
observador, casi en forma de pirámide o montículo oblicuo y de líneas
sutilmente sencillas y misteriosas. Se llama Bandar.
El observador es una raza enviada
por los antiguos. Mantiene vigilia mientras uno duerme, siempre que se hayan
realizado el ritual y sacrificio apropiados; de lo contrario, si se lo invoca,
se vuelve contra ti.
Para que estos sean efectivos,
deben estar tallados en piedra y emplazados en el suelo. O en un altar de
ofrendas. O llevados a la roca de las invocaciones.
O grabados en el metal del dios o
la diosa de uno, siempre colgando del cuello, aunque oculto a la vista del
profano. De estos tres el Arra y el Agga, pueden ser usados por separado, esto
es, cada uno solo.
Sin embargo el Bandar jamás ha de emplearse solo, sino con uno de los
dos restantes, por que se le debe recordar al observador de la alianza que ha
jurado con los dioses mayores y con nuestra raza, de lo contrario, se volverá
contra ti, matándote y atacando tu poblado hasta que se obtenga el socorro de
los dioses mayores por medio de las lagrimas de tu pueblo y el grito
desesperado de tus mujeres. ¡ Kahammu! El amuleto de metal que saqué de las
cenizas del fuego, y que atrajo la luz de la luna, es un sello potente contra
cualquiera que pueda atravesar el pórtico desde el exterior, ya que al verlo se
apartara de ti
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