El edificio tiene 134 años, tres
plantas más piso bajo y ocho asesinatos a sus espaldas. Es el número 3 de la
calle de Antonio Grilo, en el barrio de Malasaña (Madrid). Se la conoce como la
casa maldita, y no es para menos. Aquí ocurrieron los terroríficos crímenes del
sastre del 3ªD, quien el 1 de mayo de 1962 segó las vidas de su mujer y cinco
hijos, cuyos cadáveres exhibió por el balcón al gentío, y luego se quitó la
suya propia de un tiro. No sería el único suceso sangriento en ese edificio. En
1945, mataban a un camisero del piso principal, y en 1964 una veinteañera
acababa con su bebé.
La callecita, que nace en la de
San Bernardo, costado con costado de la librería Fuentetaja, y acaba en el
Mercado de los Mostenses, apenas tiene unos 40 metros y es angosta. Un par de
establecimientos chinos, dos cafeterías y algún pequeño negocio más. En medio,
la casa maldita.
Durante buena parte del siglo XX
ocurrieron varios sucesos : accidentes de motocicleta, ajustes de cuentas,
suicidios, atropellos de tranvía e incluso un hombre degollado en 1915 justo al
lado de la entrada a la casa maldita.
Hay otros sucesos mucho menos
cotidianos, como cuando en 1911 «un individuo que vestía capa y gorra» se
acercó a dos hermanos, Ildefonso y Nicolás Cortijano, de 10 y 6 años,
respectivamente, y atacó al mayor tapándole la cara con un pañuelo empapado en
cloroformo. Así fue cómo se hizo con el gabán, las botas y el delantal que
llevaba el más pequeño.
También en Antonio Grilo, una
mujer en silla de ruedas, lanzó un frasco con vitriolo a la amante de su
esposo, al encontrarlos en la cama «en animado coloquio». Corría el mes de
julio de 1909.
Pero volvamos a 2013 y al número
3 de la calle. Tras abrir la puerta de madera, vieja y probablemente la
original, entramos en el vestíbulo del edificio. Una hilera de buzones a la
derecha, dos puertecillas pintadas de marrón a la izquierda, para los
contadores, y la frialdad del suelo de piedra. El esquelético pasillo nos
muestra las entradas a dos viviendas. Tras la primera, a la derecha, es donde
el camisero Felipe de la Braña Marcos fue hallado muerto de un golpe en la
cabeza, sobre su cama, el 8 de mayo de 1945. Su mano derecha aún agarraba un
mechón de pelo del homicida, llevaba muerto unos cinco días.
Un bebé muerto en un cajón
El edificio no tiene ascensor. La
escalera, de madera, nos lleva a la primera planta. En uno de sus extremos,
tras la puerta de entrada, el piso en el que, en abril de 1964, una veinteañera
soltera, Pilar Agustín Jimeno, estranguló a su recién nacido, «para ocultar su
deshonra». Envolvió el cuerpecito en una toalla y lo metió en el cajón de una
cómoda. Hasta que su hermana lo encontró tres días después. Pilar fue acusada
de «infanticidio», detalla la crónica de la época.
Dos pisos más arriba está el 3ºD.
La mirilla es de las antiguas, grande y redonda, de metal labrado. La
ciega un
ladrillo. El timbre, también aún de aquella época, no funciona. El primero de
mayo de 1962 el sastre José María Ruiz Martínez, de 48 años y natural de Pedro
Martínez (Granada), acabó con su numerosa familia y se pegó un tiro. Fue él mismo
quien llamó al 091 avisando de lo que acababa de hacer. «Por su forma de
expresarse, el funcionario de servicio dedujo que se trataba de un perturbado»,
narraba ABC. El policía, al que el parricida se negaba a ofrecer sus señas,
alargó la conversación lo suficiente como para localizar la llamada, utilizando
la guía de teléfonos. Cuando los agentes llegaron al lugar, entablaron
conversación, separados por la puerta del piso, con el «demente»: «Contestó que
solamente se la abriría a un padre carmelita, ya que todos los de su familia
descansaban felices».
Y así lo hicieron. La Policía
marchó hasta el templo nacional de Santa Teresa, recogió al religioso y lo
llevó a Antonio Grilo. El padre Celestino habló con el asesino desde un balcón
del edificio de enfrente. Los curiosos se contaban por decenas. El sastre
vestía un pijama lleno de sangre y no dudó en exhibir los cadáveres mutilados
de tres de sus cinco hijos muertos. Luego, mostró la pistola y exclamó: «¡Esto
es para mí. Dios no me lo tendrá en cuenta!». Más tarde, desde dentro de la
casa, se oyó un tiro. El último.
Dentro, el espectáculo era
horrendo. Los policías se encontraron con la esposa muerta en el suelo del
dormitorio. A los pies de la cama y metida en su cuna, una niña de 2 años
degollada. En el cuarto de baño, donde se había encerrado para refugiarse, otra
hija, de 14 años, yacía con un tiro en la garganta. En otra habitación, sobre
la cama, la niña de 12 años muerta, y en otro cuarto, que da a la calle, dos
niños, uno de 10 con el cuello cortado, y otro de 5, muerto de un tiro.
No hay comentarios:
Publicar un comentario