Los
primeros contactos de los vikingos con la península ibérica se produjeron en el
norte de esta (Galicia y Cantabria), que les sirvió como base de operaciones
para futuras incursiones. Desde aquí se lanzaron hacia Lisboa, donde el
ejército del emir Abderramán II no pudo detenerlos al no estar preparado para
este tipo de ataques por mar.
En agosto del año 844, 54 velas aparecieron en el horizonte
de la musulmana Lisboa. Se trataba de piratas vikingos de los que los
andalusíes sólo habían oído historias a través de comerciantes y cristianos del
norte. El gobernador de Lisboa, Ibn Hazm, luchó contra ellos rechazándolos
después de varios días.
Apenas neutralizado el peligro Ibn Hazm escribió al
Emir de Córdoba, Abderramán II, informándole de lo sucedido y advirtiendo de la
próxima aparición de las “bestias del norte”.
Apenas catorce noches después de los sucesos de
Lisboa, a finales de septiembre del año 844, los vikingos se habían apoderado
de Isla Menor en Cádiz y remontaban el río Guadalquivir. Cuatro de estas naves
se separaron hacia Coria del Río, donde dieron muerte a todos sus habitantes
para evitar que se diera la voz de alarma. Tres días después del desembarco, en
Sevilla sus habitantes se aprestaban a la defensa por ellos mismos, ya que su
gobernador había huido a Carmona abandonando la ciudad a su suerte. La matanza
y el saqueo duraron siete días. Cargados con el botín y con los prisioneros
capturados para el mercado de esclavos marcharon hacia su campamento y refugio
de Isla Menor.
Poco tiempo después volvieron a aparecer por Sevilla
no encontrando más población que unos cuantos viejos refugiados en una
mezquita, mezquita que desde entonces se la conoció como la Mezquita de los
Mártires. Durante dos meses camparon a su antojo los hombres del norte, el
tiempo que tardo Abderramán II en movilizar a su ejército y plantarles cara.
Las tropas musulmanas fueron coordinadas por el favorito del Emir Nasr.
Nasr planteó una emboscada para acabar de una vez
por todas con los vikingos. Para ello, encargó a Ibn Rustum que acosara al
enemigo y lo atrajera al paraje de Tablada. Cuando los hombres del norte
mordieron el anzuelo en la aldea de Tejada, el cielo se abatió ante ellos. No
pudieron sino que luchar por sus vidas contra hombres movidos por la venganza
de la sangre de los suyos. Aquella derrota supuso la más humillante de las que
habían recibido los vikingos en toda Europa. Mientras algunos consiguieron huir
hacia sus naves, los capturados fueron decapitados por orden de Ibn Rustum.
En el año 859, una nueva incursión vikinga llegó de
nuevo a Sevilla, donde incendiaron la mezquita de Ibn Addabas, actual iglesia
de San Salvador. La respuesta del Emir de Córdoba fue dura, las costas de Al
Andalus se poblaron de fortalezas y atalayas. Además ordenó la construcción de
una flota de guerra capaz de hacer frente a aquella amenaza, que no dudaría en
utilizarla contra quien volviera a atacar Sevilla.
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