APARTE DE
SU RELACIÓN CON EL PRIORATO DE SIÓN Y LA TALA DEL OLMO, GISORS, CIUDAD DEL
DEPARTAMENTO EURE SITUADA A 70 KM DE PARÍS, TIENE SU PROPIA LEYENDA EN LO
REFERENTE A TESOROS OCULTOS.
En 1946, un jardinero llamado Roger
Lhomoy aseguró haber descubierto un depósito de cofres y sarcófagos bajo un
torreón del castillo donde trabajaba, tras haber realizado unas excavaciones en
las cercanías. Nacido en la región, Lhomoy había escuchado decir a menudo que
el subsuelo del castillo encerraba un tesoro fabuloso. Algunos no vacilaban en
pretender que este tesoro era el de los Templarios, muy presentes en la región.
El castillo, ejemplo magnífico de arquitectura feudal, había efectivamente
pertenecido unos breves años a la Orden del Temple durante el siglo XII, lo que
les facultaría para conocer los subterráneos existentes debajo del mismo.
Al parecer, el jardinero había
localizado dos años antes un pozo sellado en la entrada de uno de los
torreones. De forma clandestina, por la noche, excavaba ayudado por el material
rudimentario al que tenía acceso hasta que logró abrir una galería de unos
veinte metros de profundidad. Aseguró que una noche tropezó con un muro, y que,
tras apartar algunas piedras, se dio cuenta de que se hallaba delante de la
pared de una sala de grandes dimensiones. Intentó alumbrar la sala pero su
precario equipo no le permitía ver demasiado, así que se introdujo por la
ranura.
Había hallado una cripta de unos
trescientos metros cuadrados y cuatro y medio de altura. Parecía corresponderse
con una antigua capilla donde podía verse el altar con su tabernáculo y,
apoyadas en las paredes, estatuas de Cristo y los apóstoles. Pero lo que llamó
sobremanera su atención fueron unos sarcófagos pétreos de unos dos metros de
largo y en número de diecinueve, que se alineaban a lo largo de los muros de la
cripta. Asimismo, treinta enormes cofres de metal coronaban el descubrimiento
del jardinero.
Avisadas las autoridades y extendida la
noticia, una multitud se dio cita en el lugar de los hallazgos, pero las
decepciones no tardaron en llegar. Nadie se atrevía a bajar por aquella
intrincada madriguera excavada por Lhomoy, que constantemente amenazaba con
desmoronarse, hasta que el comandante de los bomberos de la localidad, Émile
Beyne, se ofreció voluntario. Pero tras avanzar inicialmente por la intrincada
galería, Beyne desistió a falta de cuatro metros para el final. Expuso que era
demasiado arriesgado y que la falta de aire le impedía proseguir, tras negar
haber podido llegar a la capilla descrita por Robert Lhomoy. Éste, respaldado
por la opinión pública, pidió continuar las excavaciones y ensanchar la
galería, pero inexplicablemente el permiso le fue denegado por el Ayuntamiento.
De igual manera, y para sorpresa de todos, se tomó la medida de ordenar que las
galerías fueran recubiertas de hormigón y nuevamente selladas.
A pesar de este golpe, Lomhoy continuó
en sus trece. Solicitó con éxito una autorización del Ministerio de Cultura francés
para proseguir las excavaciones, pero la respuesta del Ayuntamiento fue
tajante: lo tacharon de loco y amenazaron con hacerlo encerrar si no desistía
de su empeño en excavar. El hecho era enormemente extraño al carecer, a priori,
de un motivo justificado. Pero el jardinero no era un hombre fácil de
convencer, y tras dejar pasar seis años, con una nueva autorización del
Ministerio de Cultura se puso nuevamente manos a la obra.
Esta vez el Ayuntamiento tuvo que
claudicar. Ya no se trataba únicamente de Lhomoy, sino que este se había traído
a dos socios con él. Lo único que pudo hacer el Consejo municipal fue poner
objeciones a los trabajos, estratagema que dio resultado. Se les impuso el pago
de una cuantiosa garantía además de asegurarse la propiedad de buena parte de
los posibles hallazgos. El acuerdo era inviable, y Lhomoy y sus socios se
vieron abocados a abandonar el proyecto.
Después de ese fracaso, el asunto quedó
en el olvido durante cerca de dos décadas. No se produjeron novedades hasta que
en 1962, el Ministro de Cultura francés, André Malraux, ordenó proseguir con la
investigación. Tras reabrir las galerías, se procedió a llamar a Roger Lhomoy
para que comprobase personalmente los trabajos. Éste, llegó a bajar al fondo
del pasadizo, pero decepcionado comunicó que aún faltaba el último metro y
medio por despejar.
Inexplicablemente, estando tan cerca de
la supuesta cripta, la reanudación de las obras se postergó otros dos años.
Finalmente, en febrero de 1964, cuando
se iba a excavar el último tramo, el lugar fue declarado zona militar y la
investigación fue parada definitivamente.
2.- Una capilla oculta
A pesar del escepticismo con la que fue
acogida la historia de Roger Lhomoy por los arqueólogos e historiadores de la
región, las leyendas locales e incluso los registros históricos que hacen
referencia a Gisors dan fe de la existencia de al menos una cripta en el
subsuelo de la ciudad. Actualmente han sido desescombrados varios subterráneos
que surcan las calles y que parecen unir el castillo de la localidad con la
iglesia consagrada a los santos patronos de la villa. La capilla supuestamente
hallada por el jardinero es descrita de forma muy semejante en varios textos
medievales conservados en los Archivos Nacionales y en textos del siglo XVII.
Se la denomina Capilla de Santa
Catalina, y la única incógnita que encierran estas informaciones es si se
encuentra bajo el castillo, tal y como relató Lhomoy, o bajo la iglesia
anteriormente mencionada, como apuntan otros textos. Según se desprende de las
narraciones, en esta cripta finalizaban los túneles subterráneos que
atravesaban la ciudad comunicando castillo e iglesia. A la vista de que estos
existen, constatada su presencia, no hay motivos para desconfiar de que la
Capilla de Santa Catalina sea únicamente invención de la mente fantasiosa de un
jardinero aficionado a las excavaciones clandestinas. Incluso el continuo
sabotaje de su trabajo por parte de las Autoridades parecen señalar que
efectivamente algo esconden los sótanos de Gisors. Algo que no se desea que
salga a la luz. ¿Quién es esa mano negra que actúa en la sombra? ¿A que se debe
ese interés por mantener ocultos los cofres y sarcófagos que permanecen en la
cripta? Cofres que, por otra parte, son mencionados en un documento latino
fechado en 1500.
Había encontrado Roger Lhomoy, humilde jardinero del Ayuntamiento, el
tesoro de los Templarios? ¿Se trataba quizá, como apuntan otras fuentes, de
archivos secretos del Priorato de Sión?
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