Era hija de los reyes Haakon IV de Noruega y Margarita
Skulesdatter. En otoño de 1257 un enorme drakkar vikingo se hizo a la mar desde
el puerto de Tønsberg, cerca de Oslo, hacia España, desembarcando en Normandía
(Francia), previa escala en inglaterra y cruzando a España por Cataluña.
A bordo, viajaban altos dignatarios del reino noruego,
nobles, damas y un centenar de caballeros, encargados de cuidar un valioso
cargamento compuesto por oro, plata, pieles preciosas y otros bienes
suntuarios, que constituían el ajuar y la dote de la más encumbrada pasajera de
la nave, la princesa Kristina, hija del rey Haakon IV el Viejo.
Debido a las alianzas castellanas y noruegas dentro del
Sacro Imperio Romano Germánico, se llevó a cabo el compromiso matrimonial en
1257 de la princesa con el infante Felipe de Castilla, hermano del rey Alfonso
X de Castilla, el Sabio, porque dicho matrimonio era conveniente tanto para
Alfonso X como para Haakon IV. Primero porque Alfonso X aspiraba a la corona
del Sacro Imperio, y de esta forma podía atraerse a su causa al rey noruego
Haakon IV.
Segundo porque los reinos nórdicos deseaban abrirse cada
vez más al resto de Europa y comerciar con ella, y Haakon había emprendido una
activa política diplomática y de lazos culturales con otros países.
Parece ser que Alfonso X había dejado de amar a su esposa
Doña Violante por su incapacidad para concebir descendencia. Buscó otra joven y
le ofrecieron a Doña Kristina que llegó a Castilla segura de su matrimonio.
Pero como los viajes eran bastante lentos en aquel entonces, para cuando la
princesa vikinga llegó al reino hispano, quiso el destino que la esposa del rey,
Doña Violante quedara embarazada y diera a luz a la infanta Berenguela (después
tuvo diez hijos más), y Doña Cristina fue repudiada por su futuro esposo.
Fue entonces su hermano el Infante Don Felipe de Castilla,
quien la llevó al altar. El infante había sido abad de la Colegiata de
Covarrubias (Burgos) a
los 21 años y arzobispo de Sevilla, antes de abandonar la carrera eclesiástica.
La boda se ofició en Valladolid el 31 de marzo de 1.258, y se trasladaron a
vivir a Sevilla.
La princesa noruega, de bellos “ojos azules como el cielo,
cabellos rubios como el sol, y tez como la nieve de los montes escandinavos”
murió en 1262 sin dejar descendencia.
Parece según los testimonios escritos que la princesa murió
de pena, “porque le faltaban el frío de su país, su gente, su pasado, y le
sobraban el calor asfixiante del Guadalquivir, la corte castellana y su
incierto futuro”. Sin duda soñó en las agobiantes noches españolas con aquellas
tierras verdes, con aquellas rocas y cielos que enmarcaban las aguas grises de
los fiordos; con aquellas cumbres glaciares y con el manto de la nieve que
emergían los troncos –también blancos- de los abedules.”
Otra tendencia histórica, mas cercana a la leyenda dice que
Kristina se enamoró del Rey Alfonso cuando ambos se conocieron a la llegada de
su largo viaje. Alfonso también quedó prendado de los encantos de la princesa,
y ambos dejaron llevarse por su amor. Pero al estar Alfonso ya casado, ambos
cuidaron de guardar sus sentimientos. Kristina se casaría con su hermano Felipe
el más atractivo de todos ellos, pero su amor siguió latiendo hasta el final de
sus días. Puede que ese dolor influyera también en la muerte de la joven
princesa. Aunque otra teoría dice que este amor hace que Kristina sea
envenenada por doña Violante de Aragón, mujer de Alfonso, que ya había
envenenado a su propia hermana doña Constanza.
En cualquier caso tras su muerte, el hermano de Alfonso X,
el infante Felipe de Castilla, hizo enterrar a su esposa en el bello sepulcro
gótico de la Colegiata de San Cosme y
San Damián de Covarrubias (Burgos), de la que también había
sido abad antes de acceder al arzobispado. En el claustro de la colegiata de
Covarrubias se depositaron los restos de Kristina.
Cuando Kristina de
Noruega murió, su marido, prometió levantar en su honor una
capilla (promesa que realmente se hizo por primera vez en su boda en 1257), que
estaría situada en Covarrubias
(Burgos) en honor a un santo escandinavo llamado San Olav,
en un enclave natural privilegiado, pero aquella promesa quedó sin cumplir.
Cerca de la tumba cuelga hoy una campana que según la
tradición garantiza matrimonio a las chicas que la hagan sonar; y en el
exterior se alza desde 1978 una evocadora estatua de bronce del artista noruego
Brit Sorensen. En el año 1958 se comprueba el sepulcro de la princesa por parte
de la institución académica burgalesa
Fernán González, tras ser abierto en unas obras de mantenimiento en el
claustro, y apareció la momia con el pelo amarillo, las uñas rosadas y los
dientes aún blancos. Con sus ropas incorruptas, y que simbolizaban por sus
bordados su alto linaje, el cuerpo momificado que allí apareció medía 1,70
centímetros, una altura no habitual para las mujeres castellanas del siglo
XIII, pero algo normal en las mujeres de Europa del Norte, no había duda de su
identidad.
En Noruega hay una delicada estatua de Kristina, de aires románticos; en
Covarrubias, en los jardines exteriores, frente a la portada del templo, un
monumento, siempre con flores, también la recuerda.
El 18 de Septiembre de 2011 por fin pudo cumplirse el sueño
de Kristina de Noruega:
la construcción de una iglesia dedicada a San Olav, patrono de Noruega, para
recordar la romántica historia de la princesa nórdica cuyos restos reposan en
Covarrubias.
A finales del siglo pasado se creó la Fundación Princesa
Kristina y pronto empezaron las ideas para su construcción.
El resultado es un edificio
multifuncional de madera y metal, abierto a un teatro natural exterior.
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