En el centro de Madrid, en la calle de San Roque, a pocos
metros de la plaza de Callao, se sitúa el convento de San Plácido, construido
en 1623.
El halo de santidad que tiene ahora nada tiene que ver con
su pasado diabólico en la época de Felipe IV.
En aquellos años el convento fue escenario de todo tipo de
rituales exorcistas debido a las continuas agresiones que sufrían las monjas
por parte de seres infernales.
Estos hechos hicieron que se conocieran a estas monjas como
las endemoniadas de San Plácido.
Todo empezó cuando una novicia comenzó a realizar actos
extraños, dar voces, profiriendo todo tipo de blasfemias, sufriendo desmayos y
visiones, actos agresivos y hacer gestos obscenos impropios de una religiosa.
Fray Juan Francisco García Calderón comenzó a preocuparse por la situación y
determinó que la novicia estaba poseída por el diablo.
Motivo que hizo se le practicara un exorcismo de urgencia,
sin resultados positivos. No se pudo sanar a la novicia y además otras
veintiséis corrieron la misma suerte y afirmaban que el diablo se les aparecía
en sueños, muchas de ellas afirmaban hablar en nombre del maligno, en un estado
histérico sufrían continuos trances, se golpeaban contra las paredes y cometían
actos sacrílegos.
Tan alarmante fue lo sucedido que todas las monjas, excepto
cuatro, cayeron bajo la influencia del maligno. Los rumores llegaron al
inquisidor general, don Diego de Arce de Reynoso, que abrió un largo proceso,
que terminó en 1631 dictándose prisión perpetua, ayunos a pan y agua tres días por semana y dos
disciplinas semanales para mortificarse para el confesor fray Juan Francisco
García Calderón, en un principio negó pertenecer a la secta de los alumbrados,
que tras el tormento se autoinculpó de haber cometido actos pecaminosos con las
monjas tras embaucarlas y drogarlas por puro placer carnal. La abadesa fue
desterrada y recluida en el convento de Santo Domingo el real de Toledo durante
cuatro años, tras este tiempo mostrando arrepentimiento fue perdonada y
restituida en el cargo de San Plácido, y el resto de las monjas fueron
repartidas para evitar que los hechos se repitieran en el futuro.
La secta de los alumbrados.
Una secta creada en Andalucía y Extremadura, cuyos miembros
afirmaban que de la relación carnal de un religioso y una religiosa había de
nacer necesariamente un santo.
Afirmaban también que mediante la oración se llegaba a un
estado espiritual tan perfecto que no era necesario practicar los sacramentos
ni las buenas obras.
Estaba integrada por personas en contra dela oración, el
ayuno, los gestos de adoración, el agua bendita, la veneración de imágenes, la
sagrada forma, la santa cruz..., profanaban lugares sagrados y obligaban a las
monjas a mantener relaciones sexuales como penitencia, incluso llegaron a matan
a un obispo.
Es aquí donde hace su aparición fray Juan Francisco García Calderón,
miembro avtivo de la secta, que consiguió convencer a las monjas para quedarse
como confesor, y de la necesidad para alcanzar la gloria de Dios a través de
actos carnales hechos en caridad y por tanto no ser pecaminosos. Sus preparados
y drogas suministrados a las monjas hicieron el resto. Durante un tiempo el
convento fue su propia mancebía, manteniendo relaciones sexuales con todas
excepto las más ancianas.
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