La especialidad de Landrú era el asesinato, pero cuando fue
juzgado en 1919 no se encontró ningún rastro identificable de sus víctimas. Sin
embargo, se estableció sin lugar a dudas que, después de cumplir siete condenas
de cárcel por estafa, había comenzado a publicar en los periodicos locales,
anuncios de busca de esposa. Once mujeres al menos, contestaron al anuncio, y
las actividades de cada una pudieron ser reconstruidas hasta el momento en que
visitaron a Landrú en su villa. Después nada mas volvió a saberse de ellas.
Un registro de la casa y alrededores sólo permitió descubrir
unos fragmentos de huesos y restos de tres perros enterrados en el jardín.
Landrú se comportó con aplomo ante el tribunal, hasta el
punto de ofrecer su asiento en el estrado a una mujer que había quedado en pie,
y aseguró que las pruebas que demostraban su normalidad mental, también
establecían su inocencia, puesto que los crímenes de los que se lo acusaba sólo
podían haber sido cometidos por un demente. Pero las pruebas del fiscal fueron
demasiado abrumadoras y fue declarado culpable a pesar del discurso de su
defensor, que duró dos días y se centró en la imposibilidad de localizar los
restos de las víctimas. Landrú fue guillotinado el 23 de febrero de 1922.
A diferencia de Jack el destripador, los crímenes cometidos
por Landrú no fueron exclusivamente de carácter patológico, sino que estuvieron
además, presudidos por el más ruin ánimo de lucro.
Nacido en Pasrís hacia 1870, destacó ya en la escuela por su
inteligencia, muy por encima del resto de sus compañeros. No se conocen con
exactitud muchos detalles de sus primeros años. En 1900 cumplió su primera
condena por un delito de estafa, llegando a intentar suicidarse en la prisión,
lo que no está claro es si fue el pesar o una treta para ver reducida su
condena lo que le llevó a adoptar tal resolución.
En los años anteriores a 1914 volvió a reincidir y, volvió a
ser encarcelado, mientras tanto, su madre había muerto en 1910 y poco después
su padre se suicidaba ante la conducta desordenada de su hijo.
Lo que tampoco está claro es si fue la soledad, la guerra
mundial o la codicia, lo que llevó a Landrú a cometer una serie de espantosos
crímenes.
En 1914 conoció a una viuda de 39 años y posición
desahogada, Madame Cochet, que tenía un hijo de16 años. Landrú alquiló un
chalet en Vernouiller, llamado Ville Ermitage, donde fueron a vivir los tres, a
partir de enero de 1915 nadie volvió a ver a la viuda ni a su hijo.
Entre 1915 y 1919 se fueron sucediendo sus atroces crímenes.
Landrú, valiéndose de las circunstancias que hacían que una gran cantidad de
ciudadanos varones estuviesen en los campos de batalla, se dedicó a insertar
anuncios en los diarios mas leidos, solicitando amistad con personas del sexo
opuesto de la forma mas desinteresada posible y, además, con posibles fines
matrimoniales. Como era natural, el éxito coronó sus esfuerzos, y algunas
mujeres solitarias y en edad madura creyeron en la sinceridad de sus
intenciones.
Landrú, antiguo estafador, adoptando personalidades
diferentes, supo ganarse rápidamente la confianza de las que respondieron a sus
anuncios, que no dudaban en confiarle sus ahorros y demás pertenencias, con lo
que firmaban su sentencia de muerte.
Las víctimas, en número de once, fueron engrosando sus
ahorros, y si bien no reunió una fortuna, podía permitirse vivir con cierta
holgura y sin privarse de nada.
Posiblemente su carrera criminal hubiera seguido por algunos
años mas, hasta que las familias de dos de las desaparecidas, sospechando de
algo raro, pusieron los hechos en conocimiento de la policia, la cual procedió
a detener a Landrú el 12 de abril de 1919, en su apartamento de la Rue
Rochechouart (París), donde vivía haciendose pasar por el ingeniero Lucien
Guiliey, con su amante de 26 años de edad, Fernande Sagret, empleada en unos
almacenes de peletería, poseedora de algún dinero y que muy posiblemente
hubiera terminado siendo la víctima número doce.
Entre sus efectos fue encontrado un cuaderno de tapas de
hule negro que contenía abundante información sobre las diez mujeres
desaparecidas y el hijo de Madame Couchet, y que sería la prueba fundamental
esgrimida contra él en el proceso. Sin embargo, en el registro efectuado en
Ville Ermitage, salvo algunos residuos que no parecían demostrar gran cosa, no
fue posible hallar evidencias definitivas acerca de las personas desaparecidas.
Landrú se negó a colaborar con la policia, alegando que
estaba en su derecho y convencido de que la justicia tendría que absolverle por
falta de pruebas, al no encontrar por lo menos uno de los cadáveres de las
desaparecidas, dejó su defensa en manos de un abogado competente mientras él se
encerraba en sí mismo a fin de no traicionarse.
Se le juzgó en Versalles, entre los días 7 y 30 de noviembre
de 1921, después de dos años desde su detención. Algunos testigos declararon
que de la chimenea de su chalet salía, en ocasiones, un humo espeso, negro y
fétido, pero no podía probarse nada en concreto. Mucha gente opinaba que Landrú
aún siendo culpable, saldría relativamente bien librado del trance, pero el
jurado le consideró autor de los crímenes y fue condenado a la pena capital.
Durante todo este tiempo, Landrú demostró un excelente dominio de sus
nervios. Cuando era interrogado y no podía encontrar una explicación razonable para
determinados hechos, se encerraba en el más absoluto silencio, alegando que la
ley francesa le concedía tal derecho.
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