EL CRANEO DE LA MALDAD
“ He encontrado el pórtico que
conduce al exterior, ante el que los antiguos, que siempre buscan entrar en
nuestro mundo, mantienen una eterna vigilia. He respirado los vapores de
aquella antigua, la reina del exterior, cuyo nombre esta escrito en el terrible
texto Magan, el testamento de alguna civilización muerta por culpa de sus sacerdotes,
que, anhelantes de poder, abrieron ese terrible y maligno pórtico una hora mas
de la debida, siendo consumidos. Adquirí este conocimiento debido a unas
circunstancias bastante peculiares, cuando aun era el ignorante hijo de un
pastor de lo que los griegos llaman Mesopotamia.
Cuando apenas era un joven que
viajaba solo por las montañas hacia el este, que sus habitantes llaman Masshu,
di con una roca gris tallada con tres símbolos extraños. Se erguía tan alta
como un hombre y tan ancha como un toro. Se hallaba firmemente emplazada en
tierra y no fui capaz de moverla. Sin pensar mas en las tallas, salvo que
podían ser el decreto de un rey que había marcado alguna antigua victoria sobre
un enemigo, encendí un fuego en su base con el fin de protegerme de los lobos
que vagan por aquellas regiones y me fui a dormir, ya que era de noche y me
encontraba lejos de mi poblado, Bet Durrabia. A tres horas del amanecer, el
diecinueve de Shabatu, me despertó el ladrido de un perro, o quizá el aullido
de un lobo, extrañamente sonoro y cercano.
El fuego se había convertido en
unas brasas, y los rojos y resplandecientes rescoldos proyectaban una débil y
danzante sombra sobre el monumento de piedra con las tres tallas. Mientras me
apresuraba a encender otra hoguera, la roca gris comenzó a elevarse despacio en
el aire, como si fuera una paloma.
Fui incapaz de moverme o hablar
debido al miedo que paralizó mi columna vertebral e inmovilizó mi cerebro con
dedos gélidos. El Dik de Azug-bel-ya no me era mas extraño que esta visión,
aunque pareció fundirse entre mis manos. De inmediato oí una voz baja que
procedía de cierta distancia, y un miedo distinto al de la posibilidad de que
fueran unos merodeadores se apoderó de mi; temblando, rodé hasta situarme
detrás de unos arbustos.
Otra voz se unió a la primera y,
al rato, varios hombres vestidos con túnicas negras de los ladrones se
reunieron en el lugar en donde yo había estado, rodeando la roca flotante, sin
mostrar ninguna señal de pavor.
Entonces vi con claridad que las
tres tallas del monumento brillaban con una centelleante tonalidad flamígera,
como si la roca estuviera ardiendo. Las figuras murmuraban al unísono, una
plegaria de invocación, de la que apenas se podían distinguir algunas palabras,
y estas eran en una lengua desconocida; no obstante ¡ y que Anu se apiade de mi
alma!, estos rituales ya no me son desconocidos.
Los hombres a los que no podía
distinguir o reconocer sus caras, empezaron a apuñalar con frenesí el aire con
unos cuchillos que brillaban fríos y afilados en la noche de la montaña.
De debajo de la roca flotante,
del mismo suelo donde había estado emplazada, se alzó la cola de una serpiente.
Sin duda era la mas grande de las que yo había visto. La parte mas delgada
tenia el grosor del brazo de dos hombres, y, a medida que se elevaba de la
tierra, la siguió otra, aunque el fin de la primera no se distinguía y parecía
hundirse en el mismo Abismo. Esas extremidades fueron seguidas por otras; el
terreno comenzó a sacudirse bajo la presión de tantas extremidades enormes. El
cántico de los sacerdotes, por que ya sabia que eran los sirvientes de un poder
oculto, se hizo mucho mas sonoro, casi histérico: ¡IA! ¡IA! ¡ ZI-AZAG ! ¡IA!
¡IA! ¡ ZI-AZKAK! ¡IA! ¡IA! ¡ KUTULU ZI KUR! ¡IA!
El lugar donde me ocultaba se
humedeció con una sustancia, ya que me encontraba en terreno descendente al de
la escena que contemplaba. Toqué el liquido y descubrí que se trataba de
sangre.
Dominado por el horror, lancé un
grito y delaté mi presencia a los sacerdotes.
Se volvieron hacia mi y con repugnancia me di cuenta de que se habían
cortado el pecho con las dagas que habían empleado para levantar la piedra,
todo ello con algún propósito místico que no pude adivinar; aunque ahora ya se
que la sangre es el alimento de esos espíritus, razón por la cual los campos de
guerra, una vez que la batalla ha concluido, brillan con una luz antinatural,
por que allí es donde las manifestaciones de los espíritus se alimentan. ¡ Que
Anu nos proteja a todos !
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