Cerca de la Gran Vía, entre las calles San Bernardo y
Libreros, se encuentra la calle Marqués de Leganés, que antiguamente se llamaba
calle de la Cueva, por unos hechos terribles que allí sucedieron a finales del
siglo XVI. Una tradición que nos habla de cómo la codicia corrompe a las
personas.
Vivía en este lugar de las afueras de la época don Alonso
Peralta, contable del rey Felipe II, en una gran mansión con bellos y grandes
jardines. Bajo ellos había una cueva o mina cuya entrada fue tapiada en su día
para evitar robos a través de sus túneles. Cuenta la tradición que de esta
cueva comenzaron a salir gritos y lamentos a altas horas de la noche, por lo
que los vecinos decidieron entrar a inspeccionarla, sin encontrar el motivo de
dichas voces. Como los gritos seguían escuchándose, cundió el rumor de que se
trataba de algún alma en pena que pedía ayuda, por lo que la familia Peralta
encargó misas por sus difuntos en el cercano monasterio de Santa Ana de
los Bernardos.
Hacía poco tiempo que esta zona, junto al portillo de Santo Domingo, una de las
entradas menores a la ciudad, habían asesinado a don Gonzalo Pico dos hombres
cubiertos por sus capas y chambergos, aquellos sombreros de ala ancha. Gonzalo
era esposo de doña Munia Ximénez y tenían una hija, que tras la muerte de su
padre había sido enviada, según su madre, a pasar una temporada con unos
parientes. A don Gonzalo, que era comendador de la orden de Alcántara, le
enterraron en la capilla mayor del monasterio de los Bernardos, fundado por don
Alonso Peralta.
El caso es que los criados de la casa de
Peralta que trabajaban en los jardines contaron un día que al anochecer habían
visto a una figura vestida de blanco cruzando el jardín, y que por su
apariencia era el comendador asesinado. Y como al día siguiente volvieron a ver
esta figura, se atemorizaron tanto que decidieron no volver a trabajar en los
jardines. La historia comenzó a propagarse, más aún por el relato de un monje
con trastornos mentales que aseguraba que a media noche había visto salir al
comendador de su tumba y maldecir a su esposa, por ser la causa de su muerte.
Entre alaridos nocturnos y apariciones, el
ambiente en el barrio era de auténtico espanto. Ocurrió que doña Munia
falleció pocos meses después y, el día de su entierro, los monjes contaron que
doña Munia se había aparecido y había revelado al abad una historia horrorosa:
que su hija estaba encerrada en la cueva, donde un tío materno la había llevado
a buscar el tesoro que don Gonzalo, padre de la niña, había ocultado allí, en
la propiedad de sus parientes, para dárselo a la niña como dote cuando llegara
el momento de casarse. Los monjes contaron esta historia a los Peralta y se
volvió a inspeccionar la mina con mayor detenimiento y, efectivamente, hallaron
el cadáver de la chica, que fue enterrada junto a su padre.
La Justicia tomó cartas en el asunto e hizo confesar a los tíos de la niña, los
hermanos de doña Munia. Así se supo que fueron ellos quienes mataron a don
Gonzalo Pico para que su hermana pudiera reclamar aquel tesoro, que estaba
oculto en la propiedad de los Peralta. Sólo la chica sabía su paradero, porque
había bajado a la cueva con su padre para esconderlo. Se descubrió que uno de
los tíos obligó a la joven a acompañarle, que entraron por el hueco del desagüe
y que se produjo un derrumbe que aplastó a la joven. El hombre escapó
abandonando allí a la chica, y todos, incluida la madre, ocultaron la desgracia
para no ser imputados.
De todo esto se concluye que ni hubo voces
del más allá ni espectros paseantes en los jardines de Peralta. Todo fue
inventado por los hermanos de doña Munia en su intento de que los jardineros
descubrieran el cadáver. Se decía que la imagen vista por aquel pobre monje fue
real, ya que la hermana de doña Munia se hizo pasar por ella ante él. En cuanto
a la revelación de tipo espiritual concedida al abad, no se discutió, cabe
pensar que pudo producirse por confesión de doña Munia, atormentada por su mala
conciencia en su lecho de muerte.
En paralelo a esta calle, llamada Marqués de Leganés desde 1894, pero más cerca
aún de la Gran Vía, está la calle
Flor Alta, llamada antes Flor de Peralta por los bellos jardines que allí
había. Toda esta propiedad fue vendida por los herederos de Peralta al marqués
de Astorga y marqués de Leganés, entre otros títulos. Cuando éste construyó su
palacio en este lugar ordenó revisar la cueva o mina y tapiar sus túneles. Al
crearse allí la calle se la llamó de la Cueva en memoria de estos hechos.
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