martes, 12 de agosto de 2014

Boda vikinga

El matrimonio es el acto más importante de la vida en la sociedad nórdica. El casamiento entre los nórdicos estaba estrictamente reglado y marcado por tradiciones y costumbres muy antiguas.
No es hecho estrictamente económico o de mero interés mutuo entre las dos familas o clanes implicados, pese a su relación directa, ya que la palabra brudkaup, la compra de la novia, ya lo indica en su traducción literal. La importancia y el rasgo más relevante de una boda es de carácter social. No se trata de que se casen dos fortunas dadas, sino de la asociación de dos familias o dos clanes, por medio de un vínculo sagrado y en principio indisoluble, aunque se da de forma implícita el hecho de que ni una ni otra parte es pobre. Se trata de unir dos fortunas y familias de similares características en un lazo estrecho que las vinculará a través de incontables generaciones, y fortalecerá mas el status social de ambas partes, así como su poder y prestigio. Así pues, podría decirse, que la novia no "se casa", sino que "la casan". Y salvo contadas excepciones, lo común y corriente es que fuese ella la entregada en mano a su esposo, aunque hay textos y sagas que narran casos en que son ellas las que desposan al varón.

En la sociedad nórdica, el concepto central y más importante, en torno al cual gira todo, es la familia. Es ella quien gobierna y controla hasta los menores detalles de la existencia. Desde el sentido militar al religioso, la familia rige un lugar vital en la escala de valores. Es pues lógico que los patriarcas o cabezas del kyn (familia o clan), tengan hasta cierto punto, total control en esta clase de asuntos, ya que afectan no solo al prestigio social, fortuna y futuro de su linaje e intereses, también a las cuestiones de honor y buen nombre, tan importantes o mas que la cuestión monetaria.
En el proceso normal de una boda, es necesario el casamentero que, por lo general, es un amigo o pariente muy cercano del futuro esposo. En muchos casos el propio padre o hermano mayor, o en defecto, un tío o familiar cercano Es quien se encargará de proponer la unión y de arreglarla posteriormente con la familia de la novia. Generalmente este tipo de encuentros se celebraban en las asambleas estacionales o en las reuniones festivas o por motivos de cosecha o traslado de ganado.
La primera misión del casamentero es consultar a los responsables legales de la novia para que le concedan el consentimiento de la unión y comprobar que ambas familias posean rango y fortuna similares y según los rituales y las normas legales comprobar igualmente que la familia de la novia no tenga causa legal alguna pendiente que enturbie la ceremonia, igualmente ellos, como padres de la futura esposa, enviaran un emisario a casa del novio, para hacer las mismas comprobaciones, y una vez se han cumplido estos tramites legales y no se ha hallado traba alguna, y recibido el "sí" por parte de la familia de la futura esposa, se acuerda y fija la fecha de la ceremonia de los esponsales (festarmál),el cual solía componerse de un banquete ritual de compromiso y se concede un plazo para fijar los ajuares, estos preliminares a la boda como ceremonia de unión, podrían extenderse un plazo de alrededor de un año.
Después se pactan las condiciones materiales. Lo ideal era que ambas familias fueran de rango y fortunas similares, aunque en contadas ocasiones una familia podría renunciar a ese derecho de prominencia social en pos de igualar a los dos clanes por alguna razón de peso, aunque esto significase cierta rebaja en el status social, por lo que, estos casos son rarísimos y totalmente fuera de la norma. En caso de que un hombre desease contraer matrimonio con una mujer de rango inferior, sencillamente se la tomaba como concubina, era bastante menos problemático a efectos sociales. Todos los tratos que a este tipo de asuntos se refieran, se harán frente a testigos, pues se trata de un acto determinante, una operación a la vez económica, social y, muchas veces, incluso diplomática o política. Así que se hace conveniente dejarlo todo bien atado y claro.
Conforme a la costumbre y la ley, se acuerda que la novia aportará como dote (heimanfylgia) un conjunto de bienes de todo tipo de un valor global determinado, equivalente a la aportación del novio, al que este añadirá una pensión de un montante fijado por la ley en acuerdo a sus bienes y pertenencias, llamado Mundr. Todo esto, reglado escrupulosamente, si una de las partes falta al cumplimiento de estas disposiciones, se puede dar por anulado el compromiso, incluso, ya en las postrimerías de la era Vikinga, en Dinamarca, romper el compromiso por esta u otra razón antes de celebrarse la ceremonia de esponsales, era motivo de grave daño para la familia “agraviada” a la que correspondía una compensación legal, por pérdida de prestigio y mancha en su “honor”.
Aunque después del matrimonio corresponda al marido administrar el conjunto compuesto por la aportación de la novia, la suya propia el Mundr, y mirar por su rentabilidad, la casada sigue siendo propietaria de su Heimanflygia y del Mundr, en caso de divorcio o separación, y es importante por tanto que se tomen todas las garantías para que el asunto se resuelva a satisfacción de todos. No en vano, la esposa no es para nada, una mujer objeto, su poder dentro de su casa y hacienda, era ciertamente envidiado por todas las demás mujeres de la sociedad europea, se podría decir que la Husfreya nórdica, contaba con una posición privilegiada si la comparamos con el status social de las demás mujeres de su época.
La mejor época del año para celebrar un matrimonio es a final de octubre, según nuestro calendario actual, durante las tres noches que inauguran el invierno o Vetrnaetr. Las cosechas están recogidas, el heno ha sido colocado en almiares y, una vez secado, almacenado; el ganado, o bien está recogido para el invierno, o bien se ha sacrificado y se ha preparado para su conservación, igual que el pescado seco (skreid) y la buena cerveza ya ha sido fabricada; los trabajos en el exterior permiten por fin un tiempo de descanso que, por otra parte, hará obligado el invierno, quien se aproxima con rapidez. Es tiempo de ceremonias y celebraciones pues, y en este contexto, las bodas, rituales de mayoría de edad y en muchos casos la presentación oficial de nuevos hijos o miembros de la familia se realizan en este tiempo.
Llegada la fecha indicada, los emisarios del novio irán a la casa de la prometida para conducirla hasta la casa de él. Esta costumbre, aunque no era obligatoria, ya que la novia y el novio podían habitar al menos un tiempo en casa de los padres de ella, se hace referencia en numerosas Eddas. Es lo que se llama “la carrera de la novia”.
En el ceremonial la novia salía engalanada de su casa, acompañada por un cortejo de amigas intimas, lo que hace las veces de damas de honor, los muchachos del pueblo o los amigos del novio, tienen licencia para ensalzar su hermosura y dones , de camino a casa de su futuro esposo, podrá pararse en las casas de amigos y conocidos, que la recibirán en la puerta, para con cierta ceremonia y ritual, darle sus parabienes, así mismo, ella tiene derecho a pasar de largo de las casas que no considera dignas, de lo que ha de tomar nota su futuro esposo, ya que estas relaciones de amistad o no, marcarán su futuro a partir de su unión.
Debe llegar a casa de su prometido al menos la víspera del matrimonio, porque ese día tendrá lugar el "baño de la novia". Un rito de lustración como el que conocieron todas nuestras culturas ancestrales, con el objetivo evidente de asegurar la "pureza" de la novia, es decir, liberarla de todos los malos espíritus o influencias negativas que pudieran estar ligados a ella. Este baño que, en realidad era una sauna, es colectivo y se extendía a la novia y a todas las damas de honor, y podía durar un buen rato, las participantes consumían dulces de distinto tipo. Obviamente los varones estaban excluidos de esta ceremonia, extríctamente femenina, donde ella recibía las ultimas instrucciones y consejos de sus familiares y amigas, se la desvelaba el secreto femenino. A este raro ritual que terminaba siendo una larga tertulia de damas con la casadera, se le conoce como "la dote de Frigga" era muy sagrado y ningún hombre osaba interrumpirlo, pues era gran ofensa molestar a la novia en este importante momento de despedida de su madre y recibir los postreros consejos de sus amigas para su matrimonio.
La preparación de la novia concluye con la confección de coronas de flores y hojas que engalanarán la cabeza de la prometida (de retirar esta corona ceremonial de la cabeza de la novia antes de acompañarla al lecho nace el termino “desflorar”, ligado a la primera noche, donde todos bebían sin control mientras la pareja compartía lecho). Aparte de este tocado, para su matrimonio propiamente dicho, cambiará de peinado. Por una parte llevará un velo de lino, costumbre que debe remontarse a antiguas creencias sobre la protección de energías negativas o bien como signo de que el novio debe ser el primero en desvelar el rostro purificado de su prometida. Por otra parte, ella se recogerá , en forma de un moño o lo sujetará en la nuca con una cinta o una joya, los cabellos que hasta entonces había llevado sueltos. Este será normalmente un indicativo en lo sucesivo de su nuevo estado, junto con el conjunto de llaves que como buena ama de casa (husfreyja) llevará a la cintura. Estas llaves solían ser pertenecientes a los cofres que contienen ropas de valor y objetos preciosos, a la despensa donde se guardaban los alimentos y víveres del hogar y a los armarios que constituyen el mobiliario de la casa vikinga que ella gobierna y administra. Es decir, tomará posesión de su hogar, al portar esas llaves, todo lo que ella decida de puertas adentro de su casa, será ley dentro de ella.
De las costumbres en cuanto al varón, se sabe poco, se habla de la “ronda del zorro”, una juerga de los amigos del novio un par de noches antes de su boda, incluso de que las mozas de los alrededores, poseen permiso para gastarle bromas pesadas e insinuársele hasta cierto punto. Esta costumbre indica que, entre todas las doncellas que hay en la comunidad, solo una ha logrado desposarle, el joven deja de ser con ello soltero, se supone que ahora asume su papel como cabeza de familia, y futuro padre, es lo que todos esperan de el. Se supone que este ceremonial, vendría a ser como nuestra popular despedida de soltero.
Finalmente llega el día de la celebración o los días, ya que el término medio de su duración solía ser al menos tres. A ella asisten todos aquellos que fueron invitados en su momento. En principio, su número debería ser semejante por ambas familias o clanes. Muchas veces, en la sala común (skáli) donde se ofrecerá el banquete (brúdveizla ), cada bando está colocado en uno de los dos bancos longitudinales, con un asiento para el marido y otro para su mujer, en el centro de cada banco, uno enfrente del otro. La proximidad y rango, cuando no el parentesco dictara quien se sienta mas o menos próximo a los novios, este tipo de cuestiones es muy importante en una cultura, donde el respeto a las jerarquías y posiciones sociales adquiere gran valor y significado.
Los invitados no llegan con las manos vacías. Habrá que tener mucho cuidado de acordarse de los regalos que traen y de mostrarse agradecidos, por razones de reciprocidad, una regla que en esta sociedad no tenía apenas excepciones y era una cuestión de suma importancia entre los nórdicos.
Por otra parte, se prestará una gran atención a la colocación de los invitados, pues para ellos este tipo de jerarquías y precedencias era un asunto muy delicado. Con todo el mundo situado, y los regalos recibidos, es momento de comenzar los festejos. 
El primer día de la boda tiene lugar la ceremonia del matrimonio propiamente dicha. De esto hay pocos datos aunque es evidente que existió un culto venerable del hogar (o del fuego del hogar, verdadera alma de la casa), posiblemente también ritos de reciprocidad, quizá unos gestos significativos del paso de un clan a otro y toda una serie de actos votivos, propiciatorios y de consagración de ambas familias en lazos fraternales. Se hacía una ofrenda a Frigg, la representación más expresiva de la antigua Diosa Madre, para atraer sobre los esposos el bienestar, la fertilidad o fecundidad y una convivencia pacífica. También se hacía esa ofrenda a Frey o a la diosa Freya, y a una diosa menor, poco conocida, Var, que escucha y promueve las promesas matrimoniales. Se hacían ritos venerables, tales como ofrenda de sacrificios de animales y, sobre todo, de la consagración por el martillo de Thor, práctica muy antigua y que ha sobrevivido hasta el siglo XIX o principios del XX, bajo la forma del hammarsäng, el hecho de ocultar un martillo en el lecho nupcial para asegurar la fecundidad de la pareja. Bajo las sabanas de ella, se esconderá un anillo o collar, símbolo de la fertilidad de la diosa madre. 
Sin embargo, no se puede afirmar que existiera una casta de sacerdotes dedicados exclusivamente a los ritos y actos religiosos. El cabeza de familia o del clan era el encargado de dirigir los oficios.
Cada uno de los grandes dioses podía presidir la fertilidad y por otra parte, el matrimonio se colocaba bajo el signo de una figura divina determinada, o bajo la tutela de deidades colectivas como dioses o alfes.
Es al jefe de familia o del clan a quien le corresponde la responsabilidad de abrir el banquete nupcial, en el curso del cual, los brindis se dirigen en primer lugar a los dioses, donde se nombran a Odín, Thor, Njörd, Frey y todos los demás dioses y luego a los grandes antepasados, de uno y otro clan o familia. Este momento era un tema capital, pues consagraba la perpetuación del linaje en una cultura en la que los antepasados no han muerto realmente, nunca según sus creencias y en la que el primer deber de un ser humano es no atentar contra lo establecido. Es preciso que, no solo los vivos y presentes den su apoyo y beneplácito a la unión, sino que la pareja se una también bajo la tutela de los ancestros . 
Un texto medieval Islandes, habla de que la doncella casadera, sirve hidromiel o cerveza a su padre, este cede la copa al padre de el, y este finalmente a su prometido, este, recibe su mano de parte del padre de ella, y a su vez, le ceñirá la cintura con un ceñidor que recibirá de su propio padre (las niñas llevan el vestido siempre suelto), También es en este momento cuando tiene lugar el rito, donde ella recibirá las llaves de casa. A partir de entonces, se le considera Husfreya: Ama de la casa. 
Una vez iniciado el banquete, se comienza a beber y comer sin límites, siendo la borrachera el final normal de un festín y más de esta índole, hasta el punto de que antes de comenzar se juran todos mutuamente que no tendrán en cuenta las palabras que se digan o den cuando estén embriagados por la bebida. En el fondo, es fiesta y se trata de divertirse y celebrar la unión de dos familias. El festín estaba entrecortado por diversos tipos de entretenimientos y desde luego, duraban mucho tiempo, tres noches, no se consideraba casados formalmente a la pareja, hasta el paso de estas tres luna rituales, en todo caso continuarán los festejos y se recitarán poemas o relatos, habrá cantos y danzas, estas últimas probablemente de carácter ritual, etc. 
En la primera noche de bodas, los recién casados serán acompañados a su lecho nupcial y se beberá y brindará por ellos hasta la saciedad. A la mañana siguiente de esa primera noche en común, el esposo debe hacer un bonito regalo a su esposa: una joya delicadamente trabajada, ropa de magnífico lino, un cofre de madera esculpida, etc. Es lo que se conoce con el nombre de Morgingjölf, el regalo de la mañana. 
También se habla de que era costumbre regalar a la pareja una mantequera y que uno de los ritos de la mañana después era que la recién casada saliese fuera y batiese la manteca delante de todos (un rito islandes que muchos asocian a la fertilidad ). Otro ritual era el de regalar un odre de hidromiel del que la pareja bebería cada noche antes de compartir el lecho hasta la nueva luna. De ahí deriva lo de "luna de miel".
Después de la celebración o durante ella, la esposa tomará las llaves de la casa y tendrá muchos hijos. Ella hará de sus hijos hombres y mujeres dignos del nombre de su linaje, los educará en el respeto a las tradiciones tanto de su clan como del de su esposo y velará por inculcarles el sentido del honor familiar que jamás debe perecer. Será el alma de su nuevo hogar, así como su marido será el brazo que traiga el sustento a la familia.

jueves, 7 de agosto de 2014

Vikingos en Inglaterra

A finales del siglo VIII, mientras Carlomagno creaba un inmenso imperio en el continente europeo, Inglaterra se hallaba dividida en siete reinos surgidos de sajones, anglos y jutos, los pueblos que habían invadido Gran Bretaña cuando declinaba el Imperio romano. De todos ellos sobresalía el reino sajón de Wessex, hasta el punto de que sus monarcas se creían soberanos de los ingleses. Sus reyes avanzaron hacia el norte, ocupando incluso el reino anglo de Northumbria, cuyos habitantes lloraban por su libertad perdida convencidos de que para ellos había llegado el final. Pero no fue así.
En 787, según la crónica anglosajona, atracaron tres naves en la costa de Wessex y de ellas salió un grupo de hombres procedentes del otro lado del mar del Norte. Eran los vikingos. Regresaron cinco años más tarde, en 793, esta vez a la costa de Northumbria, donde saquearon el monasterio de Lindisfarne, y un año después hicieron lo mismo con el de Jarrow. En la década de 870, la mayor parte de Inglaterra al norte del Támesis ya estaba sujeta a los vikingos. Pero aún no habían sucedido los acontecimientos más memorables de la historia.

Éstos comenzaron en el invierno de 878, cuando los vikingos se internaron en el reino de Wessex, una decisión que obligó al rey sajón Alfredo a huir a una ciénaga. Fue un momento crítico, en el que Wessex estuvo al borde del colapso. El reino perduró gracias a la inteligencia política y militar del rey, que mil años después le valdría la admiración de Voltaire: «No creo que haya habido nunca en el mundo un hombre más digno de respeto de la posteridad que Alfredo el Grande». El monarca expulsó a los vikingos de sus tierras y fundó ciudades a las que rodeó de fortificaciones, así como mercados a fin de cobrar impuestos que sirvieran para mantener un ejército permanente y evitar, así, la sorpresa de un ataque de los terribles vikingos Las batallas eran continuas, habida cuenta de la instalación de los vikingos en la costa de Northumberland y la facilidad de navegación desde su bases en el continente. Se sucedieron años de saqueos y de pactos, y los descendientes de Alfredo tuvieron que elegir entre la diplomacia o la guerra.
La resistencia
En 937, el rey Atelstan, nieto de Alfredo, optó por jugarse el reino en la batalla de Brunanburh, con resultado inicialmente incierto, pero que a la postre fue un triunfo que consolidó a los miembros de la dinastía sajona de Wessex como los verdaderos reyes de los ingleses. Fue tal la resonancia de su triunfo sobre los vikingos que los reinos continentales lo tuvieron como ejemplo a la hora de contener el ataque vikingo a sus tierras. Lo hizo, sobre todo, el duque de Sajonia Otón el Grande, que con el tiempo se ceñiría la corona del Sacro Imperio Romano Germánico. En 929, Otón se casó con Edith, hermana de Atelstan, para fortalecer los lazos con la emergente Corona inglesa.
Desde su privilegiada posición, Edith contribuyó a la estrategia política de su marido instándole a fundar el gran monasterio de Magdeburgo, clave de la expansión alemana hacia el este. Pero también siguió de cerca la política de su hermano Atelstan de fundar la ciudad fronteriza de Exeter para consolidar su dominio sobre el país de Cornualles y el suroeste de Gran Bretaña. En 938, Atelstan se hizo coronar rey en la ciudad de Bath, un lugar famoso por sus reliquias de santos de época romana, con el deseo de competir, sin lograrlo, con la brillante aureola de Roma. Convenció a algunos príncipes de dinastías célticas para que llevaran su manto río abajo en una ceremonia que vista de cerca era más tosca de lo que el rey de los ingleses había esperado.
Wessex era un reino compacto y Atelstan el rey más poderoso de su tiempo, aunque había señales de alarma en el horizonte. Por un lado, crecía una fuerte tensión en el seno de la casa real, entre los herederos al trono; por otro lado, persistía la siempre inquietante presencia de los vikingos en la frontera septentrional. Ambas circunstancias convergieron cuando falleció el rey Edgar, nieto de Atelstan, en el año 975. Cuando se reunió el Witan, la asamblea de hombres sabios más importantes del reino para elegir al heredero del difunto Edgar, tuvo que escoger entre dos personajes de temperamento muy diferente. El primero, Eduardo, hijo de la primera esposa del soberano, era un adolescente despiadado e inestable, cuya candidatura creaba todo tipo de resistencias. El segundo candidato, Etelredo, era hijo de Elfrida, la segunda esposa del monarca y la mujer más poderosa y ambiciosa del reino. Etelredo contaba con muchas credenciales para ser coronado, salvo una: la edad. Tenía siete años. Como era de esperar, el Witan se decantó por Eduardo. Elfrida se retiró resentida, y desde entonces comenzó a respirarse una atmósfera de guerra civil. En 978, el rey Eduardo se marchó a la costa para cazar. Allí fue rodeado por hombres armados que acabaron con su vida. Fue un escándalo porque por primera vez en la tradición sajona se asesinaba a un rey ungido, lo que llevó la inestabilidad al reino.
La ocasión fue aprovechada por Elfrida para elevar a su hijo Etelredo al trono. Éste pronto fue sospechoso de asesinato, y, lo que era más grave, la inestabilidad hizo crecer la sensación de que en poco tiempo podrían volver los vikingos con sus terribles saqueos de ciudades y aldeas. No era una exageración, ya que en la vecina Northumbria, donde numerosos aristócratas eran escandinavos, se difundían constantes rumores sobre una inminente invasión de los reinos sajones.
El ataque de Hueso de Cuervo
La diplomacia intervino para retrasar lo inevitable. Se gastaron grandes sumas en sobornar a los vikingos para que no atravesasen las fronteras; se prefería pagar a soportar sus incursiones, que eran incluso más gravosas económicamente y resultaban más terribles para la población. Fue entonces cuando apareció en escena Olaf Trygvasson, apodado hueso de cuervo, un noruego con excelente olfato para el pillaje, que en poco tiempo dominó las rutas de navegación inglesas con una pericia fuera de lo común. A comienzos de la década de 990, la fama de Trygvasson era tal que muchos jefes vikingos se unieron a sus expediciones por las costas de Kent y Essex. En cierta ocasión se reunieron más de noventa barcos, saqueando y prendiendo fuego a todo lo que salía a su paso. Fue entonces cuando tuvo lugar la batalla de Maldon, el hecho de armas más importante en Inglaterra en el primer milenio de la era cristiana. En agosto de 991, Trygvasson acampó junto la isla de Maldon, al norte del estuario del Támesis, no lejos de Londres. Allí acudieron los sajones y le retaron a cruzar desde su campamento a tierra firme. Frente a Trygvasson estaba el conde Britnoth, un sajón con un pequeño séquito de guardaespaldas con armaduras. La batalla fue encarnizada y sangrienta, al final de la jornada los sajones huyeron dejando el cadáver del valiente Britnoth, que se había negado a abandonar el lugar. La derrota no dejó a Etelredo más opción que pagar a Olaf un fuerte tributo de diez mil libras, el precedente de otros muchos tributos convertidos en impuestos ordinarios que pasaron a llamarse danegeld.
En 994, Trygvasson regresó a por más tributos, atacó Londres y asoló los territorios adyacentes. De nuevo se le pagó para comprar su retirada, lo que generó el sobrenombre de Etelredo, un soberano apocado y cobarde al que comenzaron a llamar Unroed, el desaconsejado. La ironía era clara: no había reino en Europa que recaudara más dinero que Wessex, pero Etelredo lo debilitó cada vez más al no tener ningún plan para frenar las ambiciones vikingas salvo el pago de rescates permanentes.
Los vikingos, reyes de Inglaterra
Olaf no se contuvo a la hora de exprimir el reino, y la gente comenzó a creer que los ataques de sus huestes eran un presagio de que el final del mundo estaba cerca. A pesar de que el obispo Wulfstan de Londres afirmó que nadie sabe ni el día ni la hora del fin de los tiempos, el pueblo estaba cada vez más convencido de que la espada flamígera de los jinetes del Apocalipsis tenía la forma de espada vikinga. En un significativo episodio, los vikingos quemaron una iglesia en Oxford con todos los feligreses dentro; habían acudido allí a refugiarse con la esperanza de que Dios les librara de la muerte. Se produjo un respiro cuando Trygvasson marchó a Noruega con el deseo de ser coronado rey. Pero el vacío de poder que dejó en Gran Bretaña pronto fue ocupado por un jefe tan frío y calculador como él, y más cruel. Era danés, se llamaba Sven y llevaba el apelativo de barba de horquilla. Sin embargo, tras una primera etapa dedicada al saqueo, Sven cambió de estrategia y decidió apoyar a la casa real sajona con la intención cada vez menos oculta de crear un reino danés en Gran Bretaña. Al final consiguió aislar a Etelredo.
Éste envió a su esposa Emma a Normandía, y él languideció en una especie de exilio interior. A su muerte, en 1016, los vikingos se hicieron con el trono gracias a la habilidad de su nuevo jefe, Canuto el Grande, hijo de Sven. Su primer gesto fue contraer matrimonio con la reina viuda Emma y buscar su apoyo en un proyecto político que terminó por convertir a sus sucesores en reyes de los ingleses, poniendo un broche de oro a la historia de los vikingos en Inglaterra.